EL REGENTE". Estimado en 50 millones de euros, es uno de los brillantes más grandes y caros del mundo, abandonado como si fuera un trapo sucio. ¿Habrase visto tamaño descuido?. Lo dicho, no se puede ir con prisas... Todo esto viene al caso, del famoso robo de la semana pasada, en el que se llevaron las famosas joyas napoleónicas del Museo del Louvre, en París. Unas joyas que, con toda probabilidad, no se recuperarán jamás ya que son imposibles de vender y los ladrones lo saben perfectamente. La solución, su solución, será desmontarlas por completo y vender todas las piedras preciosas que contienen y fundir el oro para venderlo a peso. Una barbaridad.
Llegaron en motocicletas, pero en ese lugar extratégico, que tenían localizado de antemano, había apacada un plataforma elevadora, de las que van montadas sobre camión o furgoneta. Ponerla en marcha y acceder a la ventana conveniente, fue visto y no visto. Abrieron la ventana y mientras uno simulaba arreglar el cristal, otro vigilaría seguramente que nadie entrara en esa sala de exposición y los otros dos rompieron los cristalesde dos vitrinas con una radial, llevándose las joyas de la colección napoleónica, allí expuestas. Total siete minutos. Y, mientras tanto, cientos o miles de turistas deambulando de aquí para allá, como si tal cosa. Los cacos bajaron por la escalera, subieron a sus motos y si te he visto no me acuerdo. Así de fácil.
A plena luz del día, cuatro hombres vestidos con monos de trabajadores de mantenimiento no llamaron la atención. Subieron por la plataforma hasta una ventana del primer piso que da justamente a la famosa Galería Apolo (Sala 705) y con la radial de la que eran portadores rompieron dos vitrinas y se llevaron nueve piezas del Tesoro Imperial: la corona de la empeatriz Eugenia, esposa de Napoleón III, dos collares, dos broches y dos pares de pendientes de piedras preciosas. Entre las prisas y el caos, se les cayó la corona de Eugenia, portadora de 1.353 diamentes y 56 esmeraldas hallada más tarde rota en el suelo. Pero en fin, ya tenían bastante, pensarían ellos.
Está claro. Se pusieron nerviosos y, además de la corona, se dejaron "El Regente", un diamante valorado en más de 50 millones de euros. Este diamante, además de su valor como piedra preciosa, tiene el valor añadido de su periplo desde el momento de ser encontrada en 1,698 en unas minas de la India. Uno de los esclavos que trabajaban allí se la escondió entre las vendas de una herida que tenía en la pierna para posteriormente venderla, pero al capitán inglés que estaba en el control de salida de la mina, le llamó la atención el bulto de la herida y, tras encontrarla, se la robó asesinándolo para que no hablase.
Tras muchos avatares la piedra acabó en manos del gobernador británico de Fort St. George, quien lo envió a Londres escondido en el tacón del zapato de su hijo. Dos años costó el meticuloso tallado de esta piedra singular, tras el cual quedó con 140, 64 quilates. El resto fue vendido por separado ya que su peso en bruto fue de 410 quilates. En 1.717 el duque de Orleans lo adquirió por 135.000 libras esterlinas para la corona francesa. El diamante fue usado por Luis XV, Luis XVI, María Antonieta, e incluso por Napoleón Bonaparte, que lo mandó incrustar en su espada ceremonial.
En 1.702, "el Regente" fue robado, con otras muchas joyas. Fue encontrado unas semanas después en el techo de una casa de París y recuperado por Napoleón I en 1.801. En el siglo XIX adornó las coronas de Luis XVIII, Carlos X y Napoleón III, además de ser usado por la emperatriz Eugenia. En 1.887 las joyas reales fueron subastadas públicamente, pero este espectacular diamante fue conservado como Patrimonio Nacional. Durante la II Guerra Mundial fue escondido en el Castillo de Chambord (valle del Loira) y desde entonces ha permanecido en el Museo del Louvre. La pregunta inevitable es el por qué se lo dejaron los ladrones.
Esta claro que una pieza tan grande y famosa es imposible de vender en el mercado negro. Quizás sea una joya demasiado reconocible, pero hay que decir que la vitrina que lo acoge, tampoco es un sitio cualquiera. "El Regente" compartía sala con las joyas robadas, pero su vitrina puede estar protegida por sensores sísmicos, cristales blindados y hasta puede que esté anclado estructuralmente. Sin duda ellos sabían que estaba allí, pero no lo cogieron. Sería demasiado, pensarían ellos. Hay otros diamantes de gran valor en el museo, pero ninguno tan valioso como "El Regente".
Rafael Fabregat Condill

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