Estamos en Kuala Lumpur, capital y ciudad más importante de Malasia. Su área metropolitana acoge a unos 8 millones de habitantes, con una densidad inimaginable de 8.000 personas por Km2.
Pues bien, a 14 Km. al norte de esta ciudad se encuentran las 'Cuevas Batu', una colina de piedra caliza con varias cuevas, una de las cuales es un enorme templo construido dentro de la misma.
La más importante de estas cuevas-templo se llama simplemente 'Batu Caves' y es el santuario hindú más popular fuera de la India. Incluso tiene una estación de metro que facilita la llegada masiva de devotos y turistas que quieren visitar tan curioso fenómeno.
Cada año más de 1 millón de turistas y cerca de 2 millones de devotos acuden a ellas.
En el exterior destaca una gran estatua dorada del dios guerrero Muruguan, de 43 metros de altura, así como algunos mausoleos menores. No se trata de un culto ancestral, pues estas cuevas se descubrieron en 1878 por el británico William Hornaday. La mayor de estas cavidades pronto fue utilizada para el culto a Muruguan, hijo de los dioses Shiva y Parvati, con más de 26 millones de seguidores. La cavidad se llama Cueva del Templo o Cueva Catedral. La cueva se encuentra a 100 metros sobre el nivel del suelo y se accede a ella mediante 272 escalones tallados en la roca.
Ya dentro de la cueva se encuentra el Museo de la Cueva, el Ramayana (texto sagrado y épico del siglo III a.C. y el Valluvar Cottam, carro monumental en memoria del escritor y poeta Thiruvalluvar.
Algunos puntos de la cavidad tienen más de 100 metros de altura y allí dentro hay varios santuarios donde rezar y dejar ofrendas. Más de 4.000 personas acuden cada día del año a este templo-cueva de los alrededores de Kuala Lumpur. Eso sin contar los tres días que dura la fiesta mayor,
tres días de luna llena de Febrero en los que se celebra la fiesta del Tahipusam. Decenas de miles de visitantes acuden a la Cueva de Batu acompañando al carro de plata llamado Tahipusam, al tiempo que numerosos devotos arrastran, con largos cables y ganchos clavados en su piel, unos artilugios llamados Kavadi; grandes soportes de madera con marcos metálicos que se elevan más de dos metros de altura y un centenar de kilos de peso.
Llegados estos devotos portadores del Kavadi a la cueva, los sacerdotes les asisten espolvoreando con ceniza sagrada los ganchos y las partes en las que están clavados, sin que salga una sola gota de sangre
Ninguno de ellos hace mueca alguna que determine dolor alguno y lo mismo sucede cuando les quitan esos clavos de la misma carne.
Parece ser que la ceniza que se espolvorean sobre las partes afectadas hace su efecto, no solo para evitar el sangrado, sino también como sedante.
Podría decir que me parecen barbaridades que no tienen razón de ser, pero los españoles no podemos olvidar que en nuestro país también sucede algo parecido en algunas procesiones de Semana Santa, donde algunos devotos procesionan golpeándose las espaldas y, éstos sí, sangrando terriblemente. ¿Es necesaria esa barbarie para demostrar tu devoción?. Desde mi punto de vista, naturalmente no. La devoción debe llevarse por dentro y en silencio, aunque... ¡allá cada cual!.
RAFAEL FABREGAT
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