4 de diciembre de 2016

2280- EL CASTILLO DEL BUEN AMOR.

Agradables de oÍr los cuentos de fantasmas y más aún si llevan faldas. Pues bien amigos, este es "de doble falda" y por lo tanto doblemente interesante. El nombre real del castillo es menos vistoso. Se llama Castillo de Villanueva del Cañedo y está ubicado en el término municipal de Topas, localidad de la provincia de Salamanca, en España. 

No se trata de una fortaleza mora, de las que tantas tenemos en España, sino de un castillo palaciego de estilo renacentista, construido sobre fortaleza del siglo XI de la que apenas quedaban cuatro piedras cuando se restauró. La reconstrucción fue llevada a cabo a mediados del siglo XV y a instancias del rey Juan II
A la muerte del rey en 1454 heredó el trono de Castilla su hijo Enrique IV, casado en 1440 con Blanca de Navarra a la edad de 15 años, como uno más de los acuerdos de paz entre estos territorios. Sin embargo Enrique se negó a consumar, alegando impotencia y en 1453 el obispo de Segovia declaraba nulo el matrimonio, siendo el propio papa Nicolás V quien sentencío la separación unos meses después, dejando libre al rey que en verdad quería casarse con Juana de Portugal.

Enrique IV y Juana de Portugal se casaron en 1455 y en 1462 tuvieron una hija a la que pusieron el nombre de Juana. Sin embargo, a la muerte del rey en 1474, la nobleza impidió la posible anexión de la corona de Castilla a Portugal, alegando la impotencia de Enrique IV y la posibilidad de que la princesa Juana hubiera sido engendrada por Beltrán de la Cueva, Maestre de Santiago y valido del rey Enrique IV. 
Con tales alegaciones la corona de Castilla no pasaba a la hija de Enrique IV, sino a su hermana Isabel I de Castilla que años después, ya casada con Fernando II de Aragón, sería llamada la Católica. En 1475, con motivo de la Batalla de Toro y durante la guerra contra Juana la Beltraneja, Fernando II pernoctó en el Castillo de Villanueva del Cañedo.

Un año después, en 1476, en agradecimiento por los servicios prestados a su reina Isabel, el Castillo es cedido al mariscal Alfonso de Valencia y Bracamonde que, un año después lo cede al obispo de Ávila monseñor Alfonso Ulloa de Fonseca Quijada. El obispo Fonseca reconstruyó el Castillo con tanta ilusión (y medios) que quedaría convertido en un verdadero palacio renacentista y que en adelante sería su residencia habitual. Por entre aquellas paredes corretearon escaleras arriba y abajo el obispo y su amante Teresa de las Cuevas, haciendo que el populacho cambiara la denominación y lo llamara el Castillo del Buen Amor. Naturalmente en aquellas carreras el obispo alcanzó cientos de veces a Teresa, a consecuencia de lo cual tuvieron varios hijos, todos ellos de igual ímpetu amoroso que su progenitor. En agradecimiento a los muchos servicios prestados a sus antecesores, en 1615 el rey Felipe II creó en torno a este castillo el Condado de Villanueva de Cañedo y lo cedió a Antonio de Fonseca Enríquez, descendiente del obispo Alonso de Ulloa, Caballero de la Orden de Santiago y quinto señor de la villa. 

A partir de ese momento los descendientes de la saga episcopal dejarían pues de llamarse 'señores' y pasarían a ser Condes de Villanueva con todos los privilegios inherentes al título. El décimo y último Conde de la saga lo vendió a principios del siglo XX pasando en los años siguientes por las manos de tres propietarios distintos, el último de los cuales lo enajenó en 1958 a los actuales propietarios que tras una exhaustiva restauración lo convirtieron en un Hotel de cuatro estrellas y 41 habitaciones de lujo. Sí amigos el Castillo de Villanueva de Cañedo es actualmente un hotel romántico entre viñedos, llamado HOTEL-CASTILLO DEL BUEN AMOR****. Cuando hablan de sus experiencias, los clientes relatan que se sienten verdaderamente en un castillo, aunque con todas las comodidades del mundo de hoy. 

No es una fachada que encierra modernidad, sino todo un castillo con comodidades, que no es lo mismo. Se trata de tener las máximas comodidades en un entorno de 500 años atrás. Claro que lo más impactante para quienes allí pernoctan es la energía positiva que emana de tan histórico lugar. Justamente por eso todos los extraños fenómenos que allí se perciben no tiene nada de terroríficos... Susurros, jadeos, ruidos acompasados de camas golpeteando las paredes, llamadas a recepción desde habitaciones cerradas... Porque, claro, en ese castillo no se han desarrollado batallas, sino historias de amor. A nadie le extrañaría en cualquier momento ver corretear al obispo, con o sin sotana, tras la pizpireta Teresa en camisón o sin él porque, claro, si estamos en el Castillo del Buen Amor... ¡Cualquier cosa es posible!

RAFAEL FABREGAT

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