Este timo, muestra del ingenio español para burlarse de los incautos, lo llevaban a cabo prisioneros que escribían cartas a unos y otros pidiendo una ayuda económica, a cambio de compartir un tesoro que supuestamente habían enterrado antes de entrar en prisión. Si respondían, la ayuda solicitada aumentaba, hasta el punto de pedirles colaboración en el pago suficiente para liberarles de su condena, normalmente económica.
Este timo surgió a finales del siglo XIX y funcionaba incluso a nivel internacional. Su duración, por exitosa, llegó hasta varias décadas del siglo XX El timo necesitaba tan solo de la existencia de un prisionero, un botín oculto y la carta informadora del hecho.
Lo de los tesoros escondidos es un hecho mil veces relatados en las narraciones más comunes de la literatura universal y es de sobra conocido por todos, y eso es lo que se aprovecha en esta coyuntura, puesto que se sabe que algunos de los hechos relatados tienen un trasfondo de realidad y el hecho de haberlos verídicos le da confianza al receptor de la carta, cuyo objetivo es compartir una inmensa fortuna a cambio de una simple colaboración económica que permita la salida del preso en cuestión.
Tan exitoso resultó este timo, que incluso ha llegado a nuestros días, con las naturales adaptaciones a nuestro tiempo. En fin, entrando en materia, cabe señalar que "el timo del entierro" se refiere a que el tesoro fue enterrado y como el autor está en prisión le resulta imposible hacerse con él. Es por ello que el remitente solicita una determinada cantidad de dinero para sufragar los gastos necesarios para recuperar su libertad e incluso otro tanto para llegar hasta el lugar donde el tesoro fue enterrado, hecho todo lo cual el preso se aviene a compartirlo con el personaje libertador. La estafa, que es histórica, nación durante la Guerra de la Independencia,momento en que mucha gente escondía sus riquezas para evitar que las requisaran las tropas napoleónicas.
Acabada la contienda y muertos o desaparecidos los dueños del botín, en obras o excavaciones, empezaron a salir a la luz muchos de esos tesoros, lo que dió pié a que los estafadores los usaran en beneficio propio. Una de las variantes más exitosas consitió en incluir en la carta una fotografía de una bella señorita, que pasaba por hija del prisionero y que, ante la imposibilidad de salida por tener cadena perpétua, requería del receptor de la carta la suma de 500 pesetas para sufragar los gastos del tren para llegar la hija hasta su casa y entregarle el mapa del lugar donde había enterrado el dinero. Ante la falta de destinatarios, las principales víctimas fueron sacerdotes ya que, a falta de dirección, bastaba escribir al párroco de determinada iglesia, como única referencia de destino.
Rafael Fabregat Condill
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