Ir ahora a la farmacia es fácil y práctico. Muestras la tarjeta sanitaria y ya está, pero en el medievo las cosas no eran tan fáciles. ¡Y eso que los "boticarios" eran tan sabios o más que los médicos de entonces...! Pero, claro, la industria farmacéutica, como ahora los herbolarios, se limitaba a facilitar plantas o ungüentos para aliviar los problemas cotidianos, pero poco más. Naturalmente quienes tenían un problema acudían mayormente al "boticario" que era el que les proveía de "remedios" para todo, que en la mayor parte de los casos poco o nada les solucionaba. Los más expertos solían ser los monjes de cualquier congregación, con antiguos libros y extensos huertos donde cultivaban multitud de plantas medicinales.
Alivios los había para todos los gustos y problemas, pero curar, curar... En fin, cansada como estaba toda la gente de trabajos duros y a destajo, el principal remedio era el descanso, de la misma manera que, estando todos más hambrientos que hartos, otro de los remedios infalibles era un buen caldo, a poder ser de gallina vieja. En resumidas cuentas: la base fundamental de las curaciones eran descanso y buen alimento, por ser de lo que carecían todos en general. Nada que ver con los medicamentos actuales que alivian y curan, todo lo curable aunque, lamentablemente, todavía hay muchas cosas que no tienen solución. Como se ha dicho anteriormente, se trataba de pócimas, ungüentos, vahos, empastos y toda clase de inventos hechos casi siempre con hierbas y sus derivados.
También el polvo de piedras de diferentes tipos, raices, flores y un larguísimo etcétera que incluía cualquier tipo de vegetal, mineral y hasta sustancias animales o humanas. En muchas ocasiones estos preparados no estaban normalmente hechos, sino que se hacían según el problema presentado por el enfermo. Eficaz o no, todo mal tenía en la botica su remedio o alivio correspondiente. Las boticas tuvieron su origen en abadías, conventos y monasterios puesto que allí se acogía a gente pobre, muchas veces enferma y en esas instituciones no faltaban antiguos manuscritos de farmacopea y también gran variedad de plantas medicinales que cultivaban en sus propios huertos. Así nacieron las primeras farmacias de antaño.
En 1.221 los dominicos de un convento situado junto a la basílica de Santa María Novella de Florencia construyeron en su interior una botica de remedios medicinales que, reconvertída en el siglo XVII, es la herboristeía más antigua del mundo. El auge de estos lugares impulsó la creación de boticas urbanas en todas las grandes ciudades. El rey de Sicilia, Federico II, en 1.231 estableció que los médicos no podían preparar medicamentos, sino solamente recetarlos; de la misma manera que los farmacéuticos tampoco podían recetar remedios, sino solamente prepararlos. En 1.281 se denunciaba a cualquier boticario que visitara a un enfermo y mucho más si dispensaba algún medicamento sin receta médica. A partir de ese momento, para evitar fraudes, un maestre médico visitaba dos veces al año cada botica.
A pesar de la vigilancia, los fraudes seguían existiendo ya que hubo denuncias al respecto de remedios para enfermedades del coracón, que se suponian procedentes de unos huesecillos situados en la vena aorta de los ciervos, y la denuncia era que los hacían con corazones de caballo ya que vendían diez veces más cantidad que ciervos había en toda Francia. Dado que en esas primeras farmacias la mayoría de los remedios eran procedentes del reino vegetal, en ellas se vendían también toda clase de hierbas a granel para que el cliente se preparara sus propias infusiones a voluntad. Así empezó todo. Las farmaceúticas multimillonarias llegaron después, fabricando los medicamentos a velocidades meteóricas y con ganancias que superan con creces las de cualquier otra actividad industrial.
Rafael Fabregat Condill

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