16 de agosto de 2025

3201- COLONIA PUEDEN SER MUCHAS COSAS.


Para los enamorados, una colonia puede ser sin duda un perfume con el que obsequiar a tu amada y ¡a ver qué pasa!. Porque, como tantas veces se ha dicho en este blog, ¡toda acción busca su compensación!. Pero tal como dice el título de esta entrada, una "colonia pueden ser muchas cosas". Los menos comedidos, al decir "colonia" piensan de inmediato en invasión del territorio y, como tal, en explotación de gentes y recursos. Es decir, en imperialismo puro y duro. 
Unos cientos de años atrás, y quizás como excusa, diciendo una cosa y haciendo otras muy distintas, se pregonaba como una forma de expansión cultural. Sobre el papel, se trataba simplemente de abandonar la tierra materna para, intentando mejorar, pero siempre respetando a los autóctonos, establecerse en lugares que creían más prósperos y fundar allí una nueva comunidad.


Pero si todavía nos vamos más atrás, encontramos a los diferentes pueblos que antes de la Era cristiana se establecieron en nuestra Península Ibérica, viéndola como actualmente vemos a nuestras "segundas residencias". Bueno... ¡más o menos!.
Aunque habría de todo, para muchos de aquellos primeros pobladores, llegados del norte europeo, o del este del Mediterráneo, nuestras tierras eran una simple extensión de su tierra natal. Un nuevo destino al que, en principio, acudir como descanso y novedad. Téngase en cuenta que la mayor parte de aquellos, a los que siempre les hemos tachado de invasores (iberos, celtas, griegos, fenicios, cartagineses, etc.) venían de tierras duras y áridas, difíciles de cultivar y escasamente rentables. Para ellos Iberia era una tierra próspera, cálida y acojedora. Muy superior a la que ellos tenían en sus lugares de origen. 


Dicho esto, su idea primigenia sería sin duda fundar aquí nuevas ciudades en las que progresar sin tantos sufrimientos. Naturalmente, también los habría dispuestos a explotar recursos y gentes que aquí encontraron, pero sin duda serían los menos.
Esas nuevas ciudades se fundaban con el beneplácito de las metrópolis de origen, e incluso con su ayuda material, a fin de expandirse territorialmente. Aunque independientes, siempre en contacto con sus estados primitivos, a fin de mantener la cultura, la religión y el comercio, siempre interesante para ambas partes. Algunas de estas ciudades llegaron a ser tan importantes o más que sus ciudades-estado originales, pero siempre colaborando entre ellas.


Con los romanos el asunto ya fue diferente ya que éstos, adelantados a su tiempo, fundaban nuevas colonias, con el claro objetivo de romanizar los terrenos conquistados y lograr que, con el tiempo, los nativos se unieran a su causa y costumbres. Para lograrlo, Roma premiaba a sus veteranos con parte de las tierras conquistadas y en las que solían incluirse los naturales que allí vivían desde tiempo inmemorial. 
Lógicamente cada pueblo tenía matices diferentes ya que, por ejemplo, los Fenicios, al igual que ocurre con los marroquíes actuales, eran de poco trabajo y mucho comercio. Primeramente eran grandes navegantes pero, llegados a un destino de su interés, se trataba de vender sus cachivaches a precio muy superior al coste y llegar al precio final mediante el regateo, del que eran y son grandes expertos. Claro que, en aquellos tiempos no era cuestión de monedas, sino de intercambios. 


-¡Yo de doy este collar de colorines y tu me das un trozo de oro!. ¡Vale!.
En fin, todo lícito y natural, ¡como la ignorancia misma...!
Cartago fue diferente pero especial. También Fenicios que procedían de Tiro, ciudad al sur del Líbano, se establecieron al norte de África, en el Túnez actual, a finales del siglo IX a.C. y progresaron hasta superar con creces su ciudad de origen. Tanto fue así que durante mucho tiempo fue la principal potencia mediterránea. Mientras Tiro fue derrotada por "Los Caldeos" 
Cartago se independizó totalmente, rivalizando con la ciudad griega de Sicilia y posteriormente con Roma. Todas las riquezas mediterráneas fueron a parar a sus manos y se convirtió en un Estado rebosante de poder. Finalmente, en el siglo II a.C. Roma, de la mano de César Augusto la derrotó, convirtiéndola en su provincia romana en África.

RAFAEL FABREGAT

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