El Batavia fue un galeón de tres palos de la Compañía Holandesa de las Indias Orientales, un auténtico coloso para su época pues con una longitud de casi 57 metros y un palo mayor de 55 metros, desplazaba 1200 toneladas y era portador de 24 cañones. Construido en Amsterdam, apenas terminado y como viaje inaugural, el 27 de Octubre de 1628 puso rumbo hacia la Isla de Java. Pero, además de inaugurar un barco de bella factura, el sobrecargo Francisco Pelsaert tenía órdenes de regresar con un valioso cargamento de especias.
Como ayudante del sobrecargo viajaba Jerónimus Cornelisz, un seguidor de las teorías de Torrentius juzgado pocos días antes de la partida y condenado por herejía y blasfemia, lo que le llevó a enrolarse en este viaje a fin de poner tierra de por medio. Con el capitán Ariaen Jacobsz, oficiales, marinería y pasajeros sumaban a bordo 341 personas.
Cornelisz era un sujeto peligroso y sin escrúpulos que prontamente entabló amistad con el capitán Jacobsz, enterándose de la mala relación que había entre él y el comandante Pelsaert. Entre ambos planearon hacerse con el control del barco y apoderarse de la importante cantidad de oro y plata que transportaban, puesto que los comerciantes del sudeste asiático solo aceptaban el pago de las mercancías con metales preciosos. Con la obligada cautela los dos facinerosos fueron reuniendo a un grupo de hombres dispuestos a seguir sus órdenes a cambio de una parte del botín. Tras una parada en Ciudad del Cabo, el capitán alteró el rumbo a fin de llamar la atención del comandante y buscar la disputa pero éste no pareció enterarse del cambio. Varios actos de indisciplina y la agresión sexual a una de las pasajeras (Lucrecia) tampoco provocaron el efecto deseado. El motivo de tanta laxitud era que el comandante Pelsaert estaba enfermo por lo que los provocadores hubieron de esperar. Debido al rumbo errático, en una noche cerrada de Junio de 1629 el Batavia encalló en los arrecifes del archipiélago de las Abrolhos, en la costa occidental australiana, a unos 3000 Km. al sur de su destino.
Los intentos de reflotarlo, incluso echando los cañones por la borda, fueron inútiles. Cuando clareó el día se dieron cuenta que estaban en una zona de bajíos que permitían el paso hacia islotes mayores y hacia allí fueron trasladados en varios viajes unos 200 supervivientes y el tesoro, con los dos botes que portaba el galeón, mientras unos 75 que no sabían nadar se quedaron en el barco esperando acontecimientos. Repartidos los náufragos en los islotes, durante la primera semana ya murieron más de 20 por sed y porque desesperados bebieron agua de mar. Después llovió y con la ayuda de trozos del velamen el resto pudo beber y guardar una parte. A los nueve días los embates del mar destrozaron completamente al Batavia hundiéndolo. De los que quedaron en el barco más de 50 murieron ahogados y una veintena pudieron alcanzar el islote próximo. Uno de ellos era Cornelisz que llegó medio ahogado. Sin agua potable y escasos alimentos el comandante, el capitán y algunos marineros marcharon en la barcaza mayor en busca de ayuda mientras que Cornelisz quedaba al mando del campamento.
Sin embargo, a sabiendas de que apenas fueran rescatados sería castigado por el intento de motín, con la ayuda de sus secuaces mataron a todos los supervivientes que pudieran suponer una amenaza. En un acto propio de dementes, más de un centenar de personas fueron torturadas y asesinadas por su camarilla y escondido el tesoro con el que pagar las especias. Dicho tesoro consistía en doce cajas de monedas de plata valoradas en 250.000 florines y un cofre con joyas valoradas en otros 58.000 florines. Eso sin contar dos cuadros de Rubens encargados por un gobernante mongol, que también fueron trasladados a tierra. Dos semanas después Cornelisz reunió a los conspiradores y se autoproclamó primera autoridad de los supervivientes marcando normas y aplicando penas a los insubordinados. Eran unos 25 hombres, duros y bien armados que sembraron el terror entre el resto. Cualquier indisciplina era condenada a muerte y ejecutada en el acto. Era el control absoluto en una especie de reino en el que Cornelisz ejercía el poder supremo.
Su idea final era apoderarse del barco que llegase a rescatarles y disfrutar el resto de su vida de los placeres que el citado tesoro pudiera proporcionarle. Cualquier persona que pudiera ocasionarle el más mínimo impedimento a sus planes fue ejecutado sin contemplaciones y así murieron más de 120 más de sus compañeros náufragos. El número de muertos en espacio tan reducido aconsejó el traslado de la camarilla a otro islote cercano mientras el grupo no afín a sus ideas fue abandonado en otro solitarios islote, sin agua ni comida, para que murieran allí sin remisión. Curiosamente al bajar la marea el grupo abandonado, encabezado por un tal Hayes, pudo pasar a otro islote y allí encontraron agua haciéndolo saber a los demás mediante una hoguera. Para Cornelisz era un serio contratiempo pues teniendo agua sería imposible acabar con ellos. Todos los supervivientes de los islotes cercanos construyeron balsas improvisadas y se dirigieron a la 'tierra prometida'. El reino de Cornelisz estaba en peligro, por lo que ordenó a sus secuaces interceptar las balsas de los sedientos 'compañeros'.
Alcanzadas las balsas, hombres, mujeres y niños fueron masacrados sin piedad antes de llegar a la isla que ocupaba Hayes y sus 20 compañeros. Algunos, muy pocos, pudieron salvar su vida tras jurarle fidelidad.
Borrachos de poder Cornelisz y sus secuaces decidían quien vivía y quien moría, mientras las mujeres supervivientes fueron convertidas en concubinas. Lucrecia, la más bella de las pasajeras del Batavia que viajaba para reunirse con su marido en Java, fue tomada por Cornelisz como concubina exclusiva a cambio de salvar su vida, mientras las demás eras 'usadas' por el resto de los secuaces a discreción. Sin embargo el grupo de Hayes, con agua abundante, huevos de las aves marinas y pequeños canguros que habitaban la isla vivían mejor que el propio Cornelisz y los suyos. Algunos fugados del yugo de Cornelisz también alcanzaron la isla de Hayes. Pronto se alcanzó allí un número superior a las 50 personas, aunque sin armas. Sabían que más pronto que tarde Cornelisz les atacaría por lo que se prepararon para la defensa. Hayes entrenó a sus hombres prepararon un armamento improvisado, instalándose en un pequeño recinto amurallado construido burdamente con piedras sobre un talud que dominaba el único lugar por donde podía desembarcar la banda de Cornelisz.
El primer ataque llegó a finales de Agosto pero fue fácilmente rechazado. Unos días después llegó el segundo que también fracasó. El 20 de Agosto Hayes tenía 45 hombres mientras que en la isla de Cornelisz solo quedaban 31 supervivientes. Aunque sin armas los de Hayes eran superiores en número. El 1 de Septiembre Cornelisz intentó negociar un intercambio de material, que en realidad era una trampa para matar a Hayes, pero la estratagema no funcionó y al día siguiente se produjo el ataque definitivo que acabó con la vida de la mayoría de los hombres de Cornelisz, siendo éste apresado vivo, mientras algunos pudieron huir y regresar a su isla. No hubo más novedad hasta el día 16 de Septiembre, cuando un barco se divisó a lo lejos. En un intento desesperado los sicarios nombraron un nuevo jefe y atacaron la isla de Hayes para liberar a Cornelisz y matar a sus guardianes antes de que llegara el barco salvador y así contar la odisea a su manera. Tras dos horas de ataque algunos hombres encendieron hogueras para llamar la atención del buque que pronto se dirigió hacia el lugar.
Era el sobrecargo Pelsaert que habiendo llegado a Java regresaba con el buque Sardam. Cesó la lucha al tiempo que el nuevo buque fondeó a escasa distancia y con algunos hombres el sobrecargo llegó a la isla. Hayes explicó a Pelsaert lo que allí había sucedido en su ausencia y que tenía preso a Cornelisz, siendo todo corroborado primeramente por sus hombres y posteriormente confirmado por los de Cornelisz. Toda la banda de asesinos fueron apresados y al día siguiente, antes de embarcar, se inició un proceso judicial presidido por Pelsaert y la plana mayor del Sardam. Algunos hombres confesaron rápidamente mientras otros hubieron de ser sometidos a las mismas torturas que ellos habían llevado a cabo con los otros náufragos para que hablaran.
Finalmente Cornelisz y 6 de sus más fanáticos seguidores fueron ahorcados en la misma playa y los 14 restantes encadenados en la bodega del barco. El 5 de Diciembre de 1629 el Sardam llegaba a Java con 68 supervivientes del Batavia. Las autoridades dieron por buena la actuación del sobrecargo en cuanto al ahorcamiento de los 7 principales asesinos aunque la calificaron de insuficiente.
Cinco más fueron ejecutados de inmediato; uno de ellos, confeso de haber matado a 17 personas, fue atado a una rueda y desmembrado hasta la muerte; los otros cuatro fueron ahorcados. El resto tras ser sometidos a torturas fueron enviados a trabajos forzados. Lucrecia, cuyo marido había muerto dos meses antes, también fue acusada de incitar a la comisión de actos malvados, aunque sin castigo especial al considerarse suficiente castigo su concubinato forzoso con el sanguinario Cornelisz. Paradógicamente Pelsaert también fue considerado culpable del naufragio, por falta de autoridad y todas sus propiedades le fueron confiscadas. Aunque después fue rehabilitado, murió en 1630, a los 35 años de edad. En 1962, más de tres siglos después de los hechos, fue descubierto y excavado el pecio del Batavia y los islotes habitados por los náufragos. Todo lo encontrado se exhibe en el Western Australian Museum.
RAFAEL FABREGAT
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