Su pinacoteca es considerada una de las más importantes del mundo, pero a ella se suman toda clase de antigüedades egipcias, romanas y griegas, piezas de los más célebres escultores de la Europa Occidental, arte oriental, arte ruso, joyas y armas y por supuesto piezas arqueológicas de valor incalculable de todas las partes del mundo.
Cuando la emperatriz Catalina la Grande llegó al poder en 1.762 una de sus primeras decisiones fue la de fijar su residencia en este Palacio de Invierno, recientemente construido. Sin embargo dicho palacio no estaba profusamente decorado, como era de rigor para una residencia real permanente.
Catalina adquirió de inmediato una gran colección de cuadros de pintura holandesa y flamenca en Berlín y siguió comprando todo lo que se ponía a su alcance.
Diferentes diplomáticos rusos en Europa tenían orden de adquirir cualquier cuadro u objeto artístico que se pusiera a la venta y hacerlo llegar al Palacio de Invierno.
El material artístico llegó en tales cantidades que solo en el comedor se colgaron 92 cuadros.
Durante esa segunda mitad del siglo XVIII Catalina se dedicó a darle color y forma a lo que actualmente es el complejo arquitectónico del Museo del Hermitage, además de aumentar los fondos artísticos allí depositados.
Todas las más importantes colecciones artísticas privadas, en poder de la aristocracia venida a menos, fueron adquiridas y llevadas al palacio real.
Las obras del museo fueron protegidas y finalmente tras el fin de la guerra abierto nuevamente al público. Durante la contienda las colecciones fueron trasladadas a Moscú y los edificios convertidos en Hospital. Los fondos artísticos no regresaron hasta 1.924 cuando todo había concluido y las salas nuevamente adecuadas para situar las diferentes exposiciones. Sin embargo unas 500 obras quedaron en Moscú para descentralizar las exposiciones. Importantes colecciones privadas fueron nacionalizadas y llevadas al Hermitage, con lo que los fondos del museo no mermaron en absoluto. Objetos arqueológicos egipcios, monedas, arte bizantino y documentos antiguos de todo tipo engrosaron los fondos del Hermitage. Los primeros cinco años la visita al museo fue totalmente gratuita para que cualquier aficionado al arte pudiera contemplarlo sin cortapisas.
Fue en esa década de 1930 cuando el Hermitage pasó de ser un museo de arte, a ser un museo de arte y cultura universal. Sin embargo en la segunda mitad de esta década se produjeron una serie de ventas destinadas a aliviar la falta de liquidez del estado. Más de 2.800 cuadros, entre los que había 300 obras maestras, muchas de ellas mayores, fueron vendidas, la mayor parte de las cuales fueron a parar al National Gallery de Washington. En la siguiente década (1940) y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, el goteo de ventas de arte fue mermando los fondos del Hermitage. Nuevamente las obras fueron evacuadas por culpa de la guerra. Más de un millón de obras fueron embaladas y trasladadas a Sverdiovsk, en los Urales. Dos trenes salieron sin mayor problema, el tercero coincidió con la llegada de los alemanes que sitiaron la ciudad durante 900 días con el resultado de dos millones de muertos.
Tras la guerra el museo volvió a abrir sus puertas, incluso con aumento por la entrada de los fondos del Museo Contemporáneo de Moscú, con obras de Renoir, Matisse, Picaso, Monet, Van Gogh o Gauguin y algún expolio realizado por el Ejército Rojo a su regreso de Berlín. Rusia alegó que con ello se resarcían de los destrozos efectuados por el asedio alemán. Cosas de las guerras.... pero el Hermitage allí está, esperándonos con las puertas abiertas y repleto de arte e historia. Para quien no lo sepa, éste no es un museo al uso, sino que es un museo en sí mismo. El Hermitage sería igualmente visita obligada sin tener en su interior ninguna pieza que las propias de una normal decoración palaciega. Residencia de los zares todo él respira lujo y buen gusto. Majestuoso conjunto palaciego formado por cinco palacios y un teatro real, todos ellos interconectados entre sí.
Edificios, paredes, techos, ventanas, mobiliarios, todo es una obra de arte de dimensiones espectaculares. Bien es verdad que su visita es bastante caótica, debido a la gran acumulación de visitantes (10.000 al día), las largas colas de acceso y la no excesiva organización. Centenares de personas se apretujan para observar obras o detalles destacados bajo la vigilancia de señoras (una en cada sala) que se supone deben impedir los desmanes de los curiosos, pero que dormitan por las largas guardias mientras mujeres
Todas las más importantes colecciones artísticas privadas, en poder de la aristocracia venida a menos, fueron adquiridas y llevadas al palacio real.
Las más importantes obras mundiales eran adquiridas y acumuladas entre aquellas paredes. Rubens, Rembrandt, Rafael, Murillo, Van Dykc... Colecciones de esculturas de los más importantes maestros, esculturas romanas, griegas, renacentistas... Nada era demasiado para aquella emperatriz obsesionada por acaparar el arte mundial.
En carta remitida a Milchor Grimm le contaba Catalina que, aparte los miles de cuadros acumulados, su colección contaba en ese momento con 38.000 libros, 10.000 esculturas y 10.000 dibujos o grabados. La suya era sin duda la mayor colección privada del mundo, puesto que en ese momento sus dependencias eran totalmente privadas y no expuestas públicamente como lo fueron después.
Cuando el zar Alejandro I de Rusia entró con sus tropas en París el año 1.815, aprovechó para adquirir uno de los mejores lotes que hoy pueden contemplarse en el Hermitage...
Era la colección privada, tanto de pinturas como de esculturas, de la emperatriz Josefina, mujer de Napoleón.
Cuando el zar Alejandro I de Rusia entró con sus tropas en París el año 1.815, aprovechó para adquirir uno de los mejores lotes que hoy pueden contemplarse en el Hermitage...
Era la colección privada, tanto de pinturas como de esculturas, de la emperatriz Josefina, mujer de Napoleón.
Durante todo ese siglo XIX el fondo artístico del Palacio de Invierno no paró de crecer. Tiziano, Leonardo da Vinci, La Virgen y el Niño de rafael...
El zar Nicolás I de Rusia decidió en 1.852 convertir al Hermitage en un Museo Imperial. Mandó construir una entrada de acceso para el público e hizo adecuar estancias de exposición donde depositar diferentes obras que los visitantes pudieran admirar. Gran parte de aquellas estancias y su obra, permanecen en la actualidad tal y como él las organizara.
La inauguración del Museo se llevó a cabo el día 5 de Febrero de 1.852, aunque el palacio quedaba tan solo abierto para las clases altas. Siguieron aumentando los fondos del museo, especialmente los arqueológicos, procedentes del Marqués de Cavelli que había utilizado los fondos del Banco que dirigía para adquirir antigüedades griegas siendo encerrado por ello, aunque las había de otras procedencias. Vasijas, esculturas de mármol y bronces.
Unos años más tarde otras colecciones privadas de piezas medievales, marfiles... También la colección Imperial de armas fueron llevadas al museo.
De repente todo cambia. Con la llegada del nuevo siglo (1904) el Palacio de Invierno deja de ser una residencia imperial. Llega la revolución y el sistema feudal implantado hasta entonces queda derrocado.
La Primera Guerra Mundial es decisiva para dar carpetazo definitivo a la Rusia de los zares y queda instaurado un régimen socialista que pregona el triunfo de la clase obrera. Una clase que disfrutaría de pocas prebendas. Mande quien mande los beneficios nunca son para la clase obrera. Tenía otros nombres, pero era la misma o peor dictadura.
La inauguración del Museo se llevó a cabo el día 5 de Febrero de 1.852, aunque el palacio quedaba tan solo abierto para las clases altas. Siguieron aumentando los fondos del museo, especialmente los arqueológicos, procedentes del Marqués de Cavelli que había utilizado los fondos del Banco que dirigía para adquirir antigüedades griegas siendo encerrado por ello, aunque las había de otras procedencias. Vasijas, esculturas de mármol y bronces.
Unos años más tarde otras colecciones privadas de piezas medievales, marfiles... También la colección Imperial de armas fueron llevadas al museo.
De repente todo cambia. Con la llegada del nuevo siglo (1904) el Palacio de Invierno deja de ser una residencia imperial. Llega la revolución y el sistema feudal implantado hasta entonces queda derrocado.
La Primera Guerra Mundial es decisiva para dar carpetazo definitivo a la Rusia de los zares y queda instaurado un régimen socialista que pregona el triunfo de la clase obrera. Una clase que disfrutaría de pocas prebendas. Mande quien mande los beneficios nunca son para la clase obrera. Tenía otros nombres, pero era la misma o peor dictadura.
La producción agrícola seguía siendo deficiente y la falta de transportes paralizaba cualquier intento de modernización.
Se apostaba por la industrialización, pero con el dinero del campo como base. El hambre del campesinado estaba garantizada, como así sucedió. Pero este es otro tema que nada tiene que ver con nuestro Hermitage...
Las obras del museo fueron protegidas y finalmente tras el fin de la guerra abierto nuevamente al público. Durante la contienda las colecciones fueron trasladadas a Moscú y los edificios convertidos en Hospital. Los fondos artísticos no regresaron hasta 1.924 cuando todo había concluido y las salas nuevamente adecuadas para situar las diferentes exposiciones. Sin embargo unas 500 obras quedaron en Moscú para descentralizar las exposiciones. Importantes colecciones privadas fueron nacionalizadas y llevadas al Hermitage, con lo que los fondos del museo no mermaron en absoluto. Objetos arqueológicos egipcios, monedas, arte bizantino y documentos antiguos de todo tipo engrosaron los fondos del Hermitage. Los primeros cinco años la visita al museo fue totalmente gratuita para que cualquier aficionado al arte pudiera contemplarlo sin cortapisas.
Fue en esa década de 1930 cuando el Hermitage pasó de ser un museo de arte, a ser un museo de arte y cultura universal. Sin embargo en la segunda mitad de esta década se produjeron una serie de ventas destinadas a aliviar la falta de liquidez del estado. Más de 2.800 cuadros, entre los que había 300 obras maestras, muchas de ellas mayores, fueron vendidas, la mayor parte de las cuales fueron a parar al National Gallery de Washington. En la siguiente década (1940) y hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, el goteo de ventas de arte fue mermando los fondos del Hermitage. Nuevamente las obras fueron evacuadas por culpa de la guerra. Más de un millón de obras fueron embaladas y trasladadas a Sverdiovsk, en los Urales. Dos trenes salieron sin mayor problema, el tercero coincidió con la llegada de los alemanes que sitiaron la ciudad durante 900 días con el resultado de dos millones de muertos.
Tras la guerra el museo volvió a abrir sus puertas, incluso con aumento por la entrada de los fondos del Museo Contemporáneo de Moscú, con obras de Renoir, Matisse, Picaso, Monet, Van Gogh o Gauguin y algún expolio realizado por el Ejército Rojo a su regreso de Berlín. Rusia alegó que con ello se resarcían de los destrozos efectuados por el asedio alemán. Cosas de las guerras.... pero el Hermitage allí está, esperándonos con las puertas abiertas y repleto de arte e historia. Para quien no lo sepa, éste no es un museo al uso, sino que es un museo en sí mismo. El Hermitage sería igualmente visita obligada sin tener en su interior ninguna pieza que las propias de una normal decoración palaciega. Residencia de los zares todo él respira lujo y buen gusto. Majestuoso conjunto palaciego formado por cinco palacios y un teatro real, todos ellos interconectados entre sí.
Edificios, paredes, techos, ventanas, mobiliarios, todo es una obra de arte de dimensiones espectaculares. Bien es verdad que su visita es bastante caótica, debido a la gran acumulación de visitantes (10.000 al día), las largas colas de acceso y la no excesiva organización. Centenares de personas se apretujan para observar obras o detalles destacados bajo la vigilancia de señoras (una en cada sala) que se supone deben impedir los desmanes de los curiosos, pero que dormitan por las largas guardias mientras mujeres
orientales, aficionadas a tocarlo todo, soban los valiosísimos muebles con ornamentos de malaquita y piedras preciosas. Puede que alguno de mis lectores eche de menos fotos de las exposiciones que alberga, pero eso ya se sabe que está ahí. Recuerden, la sola visita al Hermitage bien merece el viaje a San Petersburgo. Claro que los rusos, rusos son, y su carácter nada tiene que ver con el nuestro...
RAFAEL FABREGAT
RAFAEL FABREGAT
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