16 de septiembre de 2013

1128- TAMERLÁN. El conquistador tártaro.

Su nombre era TimurLeng (cojo) fue uno de sus apodos, no creo necesario explicar por qué. En Europa se le llamó Tamerlán, al unir en una misma expresión nombre y apodo. Aunque nacido en Turquía, este líder mongol del siglo XIV era de origen centroasiático (pastores nómadas suscitas) que llegó a dominar un amplio territorio con capital en Samarcanda. La Historia lo describe como un comandante temible de gran envergadura física. Para su época, todo un gigante de 1,72 m. de altura. Exhumado su cadáver en 1.941 por los soviéticos se comprobó que la gran altura, de la que siempre se había hablado, y su cojera de la pierna izquierda eran ciertas. Bien está que, por una vez, lo que dice la Historia y las realidades contrastadas vayan de la mano.

Timur era ministro del virrey de Transoxiana, región occidental del Imperio Mongol. En 1.363 se rebeló contra él y le arrebató el poder, declarándose siete años después (1.370) rey independiente, alegando su condición de heredero de Gengis Kan. No sin grandes luchas, que se prolongaron durante más de 25 años, conquistó buena parte de Asia Central y se anexionó también las tierras de Irán, Iraq, Armenia y Georgia. Puede decirse sin miedo a exagerar que Timur no solo era un valiente, sino también un avaricioso sin límites. Para él nada era suficiente y tras una conquista, venía otra y otra más. Ya en 1.398 y en una sola campaña, sometió a la India y arrasó Delhi, para después arrebatar Siria, Alepo y Bagdad a los mamelucos (1400) y someter a los otomanos en Asia Menor (1402) lo que permitió al Imperio Bizantino subsistir durante otro siglo más.

En el libro de las 1001 noches, se incluyen algunas anécdotas de Goha, el que fuera bufón de Tamerlán. Cuenta este personaje que Timur no solo era cojo sino que además era extremadamente feo. Tras raparle el barbero la cabeza como era habitual, éste le dio un espejo para que mirase lo bien que había quedado. Sin decir palabra Timur se echó a llorar y viéndole tan acongojado también el bufón hizo lo mismo. Cuando Timur abandonó el llanto, Goha todavía seguía gimiendo y sollozando. 
- ¿Qué te pasa? -le dijo Timur asombrado.
-  Yo he llorado al verme tan feo en el espejo pero, ¿Por qué lloras tú, todavía más tiempo que yo mismo? -indagó nuevamente Timur.
- Dicho sea con todo respeto señor -respondió Goha- pero, si solo por miraros un instante habéis llorado dos horas, ¿Cuanto tiempo se supone que debo llorar yo, que os veo todos los días y a todas horas?.
Timur, lejos de enfadarse por esta respuesta, se echó a reír con tal intensidad que cayó de espaldas, aumentando más si cabe las risas de ambos personajes. Quienes esto leemos nos preguntamos si tal cosa puede ser verdad... ¿Acaso Timur no se había visto antes en ningún espejo?.

Pero no todo en la historia de Tamerlán fue tan simpático y anecdótico. Nuestro personaje había nacido en Kech, al sur de Samarcanda, el 8 de Abril de 1.336. Hijo de uno de los jefes de la tribu de los Barlas (Taragay) de origen mongol pero de cultura y lengua turcas, Timur entró a los 16 años al servicio del emir Kazghan, dueño de Transoxiana (actual Uzbekistán) pero vasallo de los mongoles. Casó prontamente con Aldjai, una nieta de aquel. A partir de la muerte de su padre y de su suegro puso todo su interés en conseguir el dominio de aquellas tierras y de sus gentes. Su ambición insaciable le llevó a otros muchos países y a otras muchas gentes a las que doblegó a fuerza de lucha, intrigas y asesinatos. Ver como crecía su Imperio era lo único que le satisfacía y de esta forma dedicó toda su vida a este objetivo. Solo la muerte fue capaz de parar una ambición tan desmesurada. Timur dejó su mundo de sudor y sangre el 17 de Febrero de 1.405, a los 69 años de edad y por simple enfermedad, cuando se dirigía a la conquista de China. El valiente conquistador jamás pensó en el futuro y no ordenó una estructura que lo sobreviviera. Como era de esperar a su muerte todo se desmembró y la debilidad se adueñó de aquel Imperio que tanta sangre había costado conquistar.

En poco más de dos décadas conquistó ocho millones de Km2. en Eufrasia. Desde Delhi a Moscú y desde la cordillera de Tian Shan hasta Anatolia. Sembrando el terror, el fuego y la ruina por la mayor parte de los pueblos conquistados, aunque no todos fueron destruidos. Su figura fue, durante décadas, motivo de terror. Aún hoy, siete siglos después, su nombre es recordado como último representante del poder nómada, pero también como cruel devastador de decenas de ciudades de Oriente Medio. Timur ha quedado en los anales de la Historia como el mejor amigo de sus colaboradores y el más cruel verdugo de sus enemigos e insubordinados. Su notable inteligencia hizo destacar sus argumentaciones y le permitió aplicar numerosas capacidades intelectuales, extrañas para una persona que no sabía leer ni escribir. También supo manipular en su beneficio los conocimientos y religiones de los territorios conquistados, mostrando su grandeza y justificando su conquista y gobierno.

Un tiempo antes de su muerte Tamerlán hizo construir un impresionante mausoleo (Guri Emir) para enterrar a su nieto preferido. Posteriormente también él y parte de sus hijos y nietos fueron enterrados allí mismo. Tamerlán había dejado escrito que a su muerte fueran grabadas en su sarcófago estas palabras: "Aquel que ose molestar mi sueño, se enfrentará a un enemigo todavía más poderoso que yo". La leyenda cuenta que desde el primer día de su muerte y durante todo un año, su espíritu se paseaba por los alrededores de la tumba dando horribles gemidos que asustaban a los guardianes del mausoleo. A lo largo de los años diferentes pueblos conquistaron Samarcanda pero, ante tan clara maldición, nadie osó profanar su tumba hasta que, en la madrugada del 21-22 de Junio de 1941, un grupo de científicos rusos encabezados por el profesor Gerasimov y con el permiso de los dirigentes de la URSS, exhumó el cadáver de Tamerlán para investigarlo. A las pocas horas 200 divisiones alemanas invadieron su territorio. La maldición se cumplía. 

Los asesores de Stalín informaron al dirigente, pero éste no creía en semejantes "tonterías" e ignoró lo que sin duda alguna era fruto de la casualidad. Millones de soviéticos murieron bajo las bombas y balas de los nazis hasta que algunos generales rusos pidieron que el cuerpo de Tamerlán fuera enterrado de nuevo en su mausoleo con todos los honores y rituales propios de los antiguos mongoles. En Enero de 1943 los altos mandos militares de la URSS visitaron la tumba para rendirle homenaje al conquistador y para comprobar que todo había quedado tal como lo habían encontrado los investigadores. De inmediato el rumbo de la guerra cambió radicalmente. El mariscal Fiedrich Von Paulus, al mando del VI ejército alemán se rindió junto 254.000 de sus hombres, quedando la guerra ganada a favor de los soviéticos. La ira de Timur el cojo parecía haber remitido¿Maldición, casualidad...?

RAFAEL FABREGAT

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