16 de agosto de 2019

2835- LOS PALACIOS PESTILENTES.

Palacio de Pedro I el Grande.
He tenido la suerte de poder viajar visitando, entre otros muchos lugares, algunos de los palacios más importantes de Europa y alguno de Asia y África. 
Indudablemente, aunque hay importantes diferencias, todos son impresionantes. Lo que pasa es que, por muy bien conservados que estén, no pueden mostrarnos con exactitud la vida que en ellos llevaban sus habitantes. Lujos impensables para el pueblo llano, eso sí, pero también incomodidades de todo tipo y no pocas restricciones debido a lo anticuado de los servicios de que se disponía en aquellos tiempos. Todo un rey podía forrar sus habitaciones del más caro de los mármoles, maderas nobles de los más remotos bosques tropicales y hasta incluso de jade, ámbar u oro, pero faltaba la modernidad de las instalaciones. 


Los visitantes, también personas de la nobleza nacional o extranjera, quedarían sin duda impresionados, sobrecogidos por tanta belleza y monumentalidad, pero si les entraban ganas de orinar no tenían a donde dirigirse. A la visita debían acudir con todas las "obligaciones" hechas, pero... A veces cualquier desarreglo intestinal daría al traste con todo y el susodicho visitante tendría que hacer un alto en la conversación para salir disparado hacia el jardín en busca de un seto tras el que cobijarse. ¿O no es así?. Sin duda que sí. El rey lo tenía más fácil puesto que, a la más mínima necesidad, los criados le traían el orinal o la silla de defecar y, sin cortarse un pelo, su majestad hacía sus necesidades sin tener que parar la conversación con uno de sus generales o la recepción de un embajador, incluso la visita de otro rey. Realizada la obligada "necesidad", no esos mismos criados, sino un noble encargado de tal eventualidad, le limpiaba el culo al rey y aquí no ha pasado nada. 


En tierras británicas se llamaba "Groom of the Stool" y, contrariamente a lo que podamos pensar, era un oficio muy codiciado en la Casa Real. Ahora, ya en el siglo XXI, el mundo está plagado de "lameculos" pero el trasero se lo limpia cada cual. Eso sin contar que tenemos WC que te lavan el culo y hasta te lo secan, una modernidad que en aquellos era impensable. Aquello de que "nada es como antes" es, en este caso, totalmente cierto. El Palacio de Versalles, muy próximo a París, ya tenía entonces 700 habitaciones, 352 chimeneas, más de 2500 ventanas y 67 escaleras. Contaba (y cuenta) con 800 hectáreas de parques y jardines, más de 200.000 árboles, 20 Km. de caminos interiores y 11 hectáreas techadas. Para mantener en un cierto orden todo aquello, llegaron a habitar en él hasta 20.000 personas. Pero la mayor barbaridad es que... ¡No tenía ni un solo cuarto de baño!.


Palacio de Versalles. París.
El año 1535 el rey Enrique III y una corte de más de 700 personas emprendieron su anual viaje de cuatro meses de duración, en el que visitaba hasta 30 palacios diferentes, residencias aristocráticas y monasterios. Era una forma de mantener la lealtad de sus súbditos pero también la de escapar de los repugnantes problemas de las constantes fiestas reales. Estos palacios tenían que ser evacuados de vez en cuando para eliminar los montones de deshechos humanos acumulados en sus jardines y sótanos. Era un vano intento de escapar de tanta purulencia y de vivir en un ambiente más natural e higiénico. Otra forma de conseguirlo era alternar constantemente con las más de 50 residencias que poseían. En cada cambio de residencia los cientos de criados se dedicaban a limpiar toda la suciedad y vaciar los sótanos a donde iban a parar heces y orina de todos los habitantes y visitas de palacio, así como para airear todo el lugar a la espera de una próxima visita de la Corte.


Palacio de Catalina la Grande. Museo de l'Hermitage.
Dos días después de cualquier fiesta era normal que el hedor se extendiera por todo el palacio, debido a los alimentos sobrantes mal conservados y a los deshechos humanos acumulados en las cámaras subterráneas, pasillos y escaleras. El estándar de limpieza de aquella época medieval era bajo pero justamente los palacios de la Corte eran, con diferencia, más sucios que los hogares de tipo medio. Por poner un ejemplo, el reinado de Catalina la Grande tuvo lugar en un contexto de olores nauseabundos y piojos por doquier, sin contar la enorme cantidad de pulgas y garrapatas que sus animales de compañía soltaban por todas partes. Las pinturas de la época nos muestran gran opulencia pero, para suerte de viajero ávido de conocimientos, la fetidez que desprendían aquellas prendas, que nunca se lavaban, no llega a nuestras fosas nasales. Tampoco el ambiente nauseabundo de unas habitaciones constantemente mal ventiladas.
HAPTON COURT. Palacio de Enrique VIII.

De todas formas, el problema más grave de salud era la falta de opciones para eliminar los deshechos humanos en lugares tan ampliamente visitados y con tanto personal para atenderlos. 
La orina y las heces estaban por todas partes -se cuenta en el libro "The Royal Art of Poison". 
Muchos cortesanos no se molestaban en buscar un orinal y en cualquier rincón del palacio, escalera o rincón de chimenea, se bajaban los pantalones y hacían allí sus necesidades. Detrás de las puertas era uno de los lugares donde más se acumulaban los excrementos. Para los criados no era ninguna novedad pillar gente en esta actuación y, haciendo caso omiso, se disponían a recogerlo apenas el infractor se marchaba de allí. Claro que muchas veces no se detectaba al sujeto y heces y orina quedaban allí durante días hasta que el insoportable olor delataba su presencia.

VIENA. Palacio de Schonbrunn.
Luís XIV de Francia solo tomó dos baños en su vida y María Antonieta se aseaba una vez al mes. Otros historiadores cuentan que Enrique VIII luchó constantemente contra la suciedad, el polvo y los malos olores, pero con escaso éxito. En una época en la que hasta la gente más noble ignoraba la limpieza, era imposible ganar esta batalla en lugares donde tanta gente vivía en un mismo sitio. El propio rey de Inglaterra advertía a sus visitantes que no se limpiaran ni frotaran sus manos en ningún tapiz, pero su batalla contra la suciedad fue un absoluto fracaso. Enrique VIII ordenó pintar una X de color rojo en los lugares donde más suciedad solía acumularse, pero no sirvió de nada. Más bien, aquellas X les sirvieron a las visitas para atinar mejor donde creían que podían hacer sus necesidades por expreso deseo del rey.

RAFAEL FABREGAT



https://www.abc.es/historia/abci-deshechos-y-pestilencia-repugnante-verdad-higiene-palacios-siglo-201908130154_noticia.html

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