6 de agosto de 2019

2825- EL PARAÍSO TERRENAL.

Rafael Fabregat. El último Condill.
La título lo dice bien claro. El Paraíso es, o podría ser, terrenal si no fuera por la gente perversa que proyecta su mala sombra cada día que sale el sol y también en aquellos días en los que el cielo está nublado. No son muchos, pero se dejan notar bastante. No se puede hacer nada. Es lo que hay. No vamos a matarles, pues no son culpables de haber nacido así. Son los genes podridos que heredaron de sus padres. Solo puedes intentar apartarte de ellos, pero pocas veces es esto posible pues a los inocentes nos es difícil prever que haya tanto indeseable y tan pocos amigos. El egoísmo de unos y la imbecilidad de otros hace difícil escapar de estos energúmenos. 
La vida, si tienes la suerte de no toparte con ellos, tiene dos etapas a cual más plena y feliz: la del amor de tu pareja y la de los hijos, además del posible éxito profesional. 
Puesto que lo tenía todo, yo hubiera podido ser uno de esos personajes felices, pero no tuve suerte. Ya de soltero tuve mi primer tropiezo con el más diabólico de los mortales y de unos imbéciles que le bailaron el agua, gente a quien no les importó arruinar una vida, aunque solo fuera para aumentar su protagonismo. A partir de ese momento todo fue un camino de rosas (profesional y política) para el indeseable y palmaditas en la espalda para los imbéciles que se lo facilitaron. 

No cabían las discusiones. El deshonor era demasiado grande para pelearse por ello. Había que matar al bellaco o pasar de él. Quizás me equivoqué, pero opté por lo segundo. Bastante fue perder mi honor, como para perder también mi vida tras unos barrotes. En cuanto a los imbéciles... ¡Bah!. Ni siquiera eran capaces de valorar lo que hicieron...¡Aún no lo valoran hoy!. El facineroso acabó con mi honor, pero no con mi vida. ¡Total por negarle el protagonismo que me pedía!. Quería ser el "relaciones públicas" de un evento que nació para Cabanes gracias a mi tesón y no pocos sacrificios, incluso económicos... Claro que al canalla el evento le interesaba poco. Era lucirse delante del pueblo y disfrutar del contacto con las autoridades provinciales lo que le importaba. ¡La política!. 

Yo, aunque precaria, seguí con mi vida y, pesar de todo, tuve mi buena dosis de felicidad gracias al inmenso amor que me brindó en todo momento la que después sería mi mujer y madre de mis hijas. 
Ella me conocía a fondo y, en todo momento estuvo segura que lo que de mí se decía era de todo punto imposible, lo que se tradujo en un apoyo incondicional a mis aciertos y errores. También en lo profesional tuve la suerte de encontrar gente que valoró mi seriedad y la calidad de mis servicios, haciendo que mi negocio aumentara día tras día. Pronto me quedé solo pues, mientras otros cerraron, alguno de mis competidores incluso acabó trabajando para mí. La suerte o el tesón, acabaron premiando nuestros sacrificios.

Universidad de Castelló.
Después tuve tres hijas maravillosas con las que compartimos muchos días de trabajo, pero también de felicidad y asueto, recorriendo caminos y veredas, visitando castillos inexistentes por su ruina y procurándoles en todo momento el mayor bienestar posible y conocimientos, a cada cual según sus capacidades. En ese tema, cada cual tuvo claras sus metas y, para mí, la libertad es lo esencial en esta vida. Dos acabaron sus carreras y la tercera ni siquiera quiso comenzarla. En cuanto a la relación familiar, no puso ser más benévola, especialmente en los días de asueto. En esos domingos dedicados a conocer nuestro pueblo, recorrimos todos los caminos del término municipal y también las ruinas de nuestros antiguos castillos y oquedades. 

Falta el fotógrafo, que soy yo.
En esta singladura visitamos Miravet, Albalat, e incluso escalamos la montaña que en su día acogió a los habitantes de Sufera, bastante empinada por cierto. Ningún destino era para nosotros inexpugnable. Pateamos todos nuestros caminos y veredas dando salud a nuestros cuerpos y conocimiento a nuestras mentes. Todo era felicidad en nuestra casa pero, cosas de la vida, un día las cartas de la partida empiezan a cambiar. Los padres se hacen viejos y los hijos grandes. Empiezan los sustos, las inquietudes y la unión con otras familias, no siempre para bien. Después los viejos se marchan y los hijos también. Unos te visitan y te dejan cuidar a sus hijos, mientras a otros no les vuelves a ver. Pero, incluso para eso, también hay un final. Lo que sí está claro es que, se diga lo que se diga, el Paraíso Terrenal no es ni puede ser de este mundo.

RAFAEL FABREGAT

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