No es la primera vez que viajamos a Etiopía y seguramente tampoco será la última. A pesar de su pobreza, este país del continente africano da para mucho. Tampoco es la primera vez que vamos al Lago Tana. Estuvimos en los Castillos de Gondar, en las Iglesias de Lalibela, buscamos el Arca de la Alianza y escudriñamos la Fuente del Nilo Azul... Pero hoy, en la melancolía de una velada inolvidable que nada tiene que ver con la derrota del Real Madrid en la final de la Copa del Rey, vuelvo a Etiopía y a Tana. Sosegado, tranquilo, con la paz de haber compartido unas gratas horas con amigos, que intuyo lo son de verdad... No busco castillos, ni iglesias, ni siquiera el rastro de antiguas creencias religiosas, busco más paz si cabe y la busco en la seguridad de que este país y especialmente el Lago Tana está repleto de Tesoros Inmateriales, no por ello menos valiosos.
Reducto de paz desde el comienzo de los tiempos, el Lago Tana está muy por encima del bien y del mal; a salvo de ataques invasores y de la sangre y el fuego que estas gestas conllevan. Allí todo es pureza, espiritualidad sana, sin recelos ni egoísmos. En este idílico lugar no hace falta el dinero y los relojes son una máquina conocida pero inservible. El duro sol y las estrellas de la bóveda celeste son las únicas alteraciones que sus místicos habitantes pueden, en determinado momento, evaluar. Por eso, se dice, que los reyes etíopes ocultaron sus tesoros en las iglesias del Lago Tana, escondidos entre la vegetación del lugar, donde no pudieran penetrar las miradas indiscretas de los ambiciosos mortales. Son muchos los que, sabiendo de tales riquezas viajaron hasta allí intentando localizarlas y saquearlas, pero todo fue inútil.
Nada de valor encontraron, solo los enseres que tan humildes servidores de Dios precisaban para cocinar su sustento diario y alimentarse con él. ¿Qué pasó con aquellas riquezas que se saben allí depositadas, pero que nadie encontró jamás?. Pues ese es amigos el objeto de esta entrada al Blog. Lo sabemos y queremos pregonarlo a los cuatro vientos. Esas riquezas siguen allí, viendo pasar el tiempo de forma pausada, tranquila, a la vista de todos cuantos quieran verlas y apreciarlas en todo su esplendor. Nadie osó destrozarlas, ni mucho menos arrancarlas de ese místico lugar al que pertenecen. Para encontrarlas hay que ir sin prisas y con los máximos conocimientos posibles que permitan su descubrimiento y correcta evaluación de lo que tenemos frente a nuestros ojos.
No hay que apuntarse al vertiginoso circuito de una agencia turística. Este tesoro inmaterial del Lago Tana, son las pinturas murales de sus iglesias. En ellas podemos leer el pasado del pueblo etíope como si fuera un libro en el que se recoge la más completa documentación al respecto. Todo está allí recogido y explicado de la forma más sencilla, completa y artística que mente humana hubiera podido imaginar. No quiero dejar pasar la oportunidad para comentar que hace un tiempo el gobierno italiano devolvió al etíope el obelisco de 1.700 años de antigüedad que las tropas de Mussolini se llevaron a Roma el año 1.937. Veinticuatro metros de altura y 150 toneladas de peso no impidieron el expolio actualmente reinstalado en Axum en las proximidades de la frontera con Eritrea.
Son muchos los tesoros ubicados en este país, pero hemos dicho al comienzo que no hablaríamos de estas cosas, sino de sus tesoros inmateriales. Es viernes, día de mercado de madera en Bahi Dar, capital de la región de Amhara. Decenas de embarcaciones de papiro llevan su valiosa carga buscando un posible comprador. En las orillas solo el verdor de árboles y papiros son visibles pero allí, en la espesura, cientos de iglesias etíopes despliegan su espiritual actividad. Aún en las épocas más conflictivas de la historia etíope el Lago Tana fue siempre un remanso de paz. A nadie podían interesar una islas que no mostraban más que bosques con orillas pantanosas plagadas de humedales.
Allá, en una esquina del lago se divisa un único pórtico en medio del entorno natural majestuoso, pero nada más. Hay que franquearlo y caminar por el sendero que nos hará merecedores de la belleza que nos espera al final del mismo. Es la iglesia Narga Selassie, dedicada a la reina Mentaweb. Su techo cónico de paja descansa sobre los pilares que dan también cobijo al deambulatorio exterior y que está reservado para los sacerdotes que ejercen la liturgia. Otra serie de arcadas forma otro círculo destinado a los fieles que divididos en dos zonas es ocupado por hombres y mujeres separadamente.
En el centro el santuario, de muros ricamente decorados que llegan hasta el techo ocupando todo el espacio interior. Una réplica del Arca de la Alianza, que guardaba los diez mandamientos de Moisés y que se supone trajo el rey Menelik del Templo de Jerusalen tras robársela a su padre el rey Salomón tres mil años atrás, preside el lugar. El padre Messarat explica que prácticamente todas las iglesias del Lago Tana tiene esa forma trimplemente circular, representando a la Santísima Trinidad. Este lugar, una de las cunas del cristianismo, recoge el Antiguo y Nuevo Testamento en las centenarias pinturas que conforman su decoración interior.
Los sacerdotes o especiales guías que hay para ello, interpretan cada una de las imágenes y cuentan la historia del cristianismo, desde el comienzo de los tiempos hasta la llegada del Mesías, su muerte en la cruz y su resurrección. Lugar especial ocupa también la Virgen María. En lugar aparte, aparece la vida y obras de los reyes etíopes y de los santos locales, expresando el contenido de numerosos pergaminos antiquísimos que cuentan la historia y vicisitudes de aquellas gentes del pasado y que están escritos en lengua ge'ez que las gentes del Lago Tana no podían leer. Fue en el siglo XIV cuando esta lengua desapareció por completo y fue sustituida por la pintura e iconografía de los monjes. Todos estos datos solo son recordados por los monjes en determinadas liturgias.
Allí se encuentran también los Nueve Santos de Siria, padres del cristianismo en la zona y que propiciaron la construcción de estas iglesias. Una escena que no falta en ninguna de las iglesias del Lago Tana es la de un rey sentado en el trono con su cetro clavado en el pie de un hombre erguido a su lado. Es Yared, inventor de la "Begenna" o Arpa del rey David, música hasta entonces desconocida. De niño lo expulsaron del colegio por ser muy mal alumno. Paseando vio a un insecto que intentaba trepar una y otra vez a un árbol sin conseguirlo. Lo consiguió a la séptima vez, lo que le hizo pensar que había que perseverar. Volvió a la escuela con gran aprovechamiento e inventó la música que se aprovechó para acompañar las oraciones en el templo. Embelesado por la belleza de su música, el rey no se percató de que había clavado su cetro en el pie del cantante, de la misma forma que éste estaba tan metido dentro del papel que tampoco sintió dolor alguno. ¿No es ésta acaso la mejor definición que puede hacerse del arte de la música?. Desde entonces, la música sagrada exalta la belleza y la claridad de los amaneceres etíopes a través de la Begenna.
RAFAEL FABREGAT
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