Durante más de 200 años (s.XVI al XVIII) más de 4.000 niños entre los 7 y 9 años fueron castrados para preservar el tono alto y claro de su voz infantil al tiempo que seguían adquiriendo la fuerza vocal y la técnica de un cantante adulto.
Como si habláramos de un tema agrícola, se "desbrotaba" la planta para producir más frutos y de mejor calidad. ¿En que cabeza cabe tanta aberración?.
No estamos hablando de una crueldad practicada en territorios salvajes de Nueva Guinea, sino en las más altas esferas de la Iglesia, de la cultura y el refinamiento italianos.
Estos niños a los que se denominaba "castrati", no tenían otro problema que el de tener una voz angelical y unos padres pobres y endemoniados.
Ya sabemos que el hambre justifica muchas cosas, pero no hasta ese punto. Y todo eso (casi siempre) para nada.
Naturalmente el método era efectivo, solo faltaría, pero muy pocos lograron la fama y el dinero que padres y mecenas perseguían.
En un acto deshonroso e inhumano los padres buscaban salir de la pobreza y los aparentes mecenas llenar también sus arcas a costa de la masculinidad de aquellos niños que no tenían ni la menor idea de lo que se les venía encima. Unos y otros les hablaban de triunfos, de fama, de dinero fácil y de una vida de lujos que apenas un 1% llegó a disfrutar. Pero claro, la fama y el dinero eran palabras golosas en los oídos de aquellos desgraciados padres que pensaron estar tocados por la diosa fortuna y aconsejaron y propiciaron la aprobación de sus hijos a la amputación, cuando no la exigieron a golpes y castigos. Las cifras de éxito que se barajan son de un 10% para quienes pudieron ganarse el sustento y del 1% para los que realmente triunfaron gracias a tan drástica intervención quirúrgica. Con la extirpación de sus genitales, efectivamente se mantenía el timbre de su voz angelical, pero para triunfar hace falta suerte y algo más. Lo contrario hubiera sido demasiado fácil. Ese 10% de los que consiguieron vivir de la música lo hicieron en coros angelicales si, pero retribuidos miserablemente y no sacando más allá del simple sustento personal.
Todo en la vida es una lotería y para que te toque es obligado jugar, pero hacerlo no garantiza el éxito. Los mejores representantes y los mejores contactos dieron el éxito a unos pocos. Otros más pudieron malcomer con su profesión y el resto, más pronto que tarde, quedaron tirados en la cuneta de la vida. Es verdad que de tales "angelitos" salieron grandes maestros del canto como Farinelli, Senecino o Bernacchi, como también triunfaron otros al montar escuelas por las que pasaron después algunos otros nombres ilustres del "bel canto" pero ¿justifica eso que se caparan a 4.000 niños indefensos?. Como es lógico esta época depravada coincidió con el momento cumbre de la ópera más esplendorosa. Aquella que hablaba de dioses helénicos y seres mitológicos en los que las voces irreales de aquellos niños-adultos entretejían leyendas de una época que solo aconteció en las mentes de iluminados. Las mujeres no podían competir con la riqueza de matices y con la potencia de los "castrati" cuyo virtuosismo estaba fuera de toda duda.
Durante dos siglos el estilo musical barroco se adaptó a las angelicales voces de estos cantantes que embelesaron al público con registros jamás disfrutados. Claro que no todos podían resistir la severidad de aquella vida de aprendizaje
intensivo que podía llevar hasta diez años en escuelas de canto. Persiguiendo el triunfo no solo se perdía la hombría, sino también la juventud. Tras la operación, aquellos niños iniciaban una etapa de férrea disciplina que pulía voces de por si excepcionales a cargo de las mejores escuelas de canto. Los mejores compositores crearon obras adaptadas por completo a estas voces que nadie más ha podido lograr. El éxito, siempre escurridizo, llegaba o pasaba de largo pero siempre rondaba aquellas escuelas de Nápoles, Bolonia o la propia Roma, centros neurálgicos de la educación musical italiana y mundial. Como bien exclusivo pero inmaterial, Italia exportaba a toda Europa esas voces excepcionales. Su aplicación era variopinta y bien retribuida, aunque en forma muy desigual.
Los que conseguían triunfar abarrotaban los mejores teatros, mientras otros lucían su voz en conciertos privados o en simples procesiones, misas y funerales. Mientras estaban en las escuelas de canto, como forma de ganarse la enseñanza y el sustento, los más jovencitos participaban en coros infantiles o les vestían de angelitos para cantar en funerales de niños, entonces desgraciadamente tan frecuentes. A pesar de los desvelos de los maestros, muchos de esos "castrati" fracasaron porque fueron operados sin pruebas previas de voz. A pesar de la extirpación, por holgazanería o falta de vocación musical, muchos de ellos no consiguieron el timbre requerido para poder entrar en el mundo competitivo de la música. Mucho se ha escrito también sobre la infelicidad de "los castrati" ya que, aunque el trato para con ellos era exquisito y muy por encima del que se dispensaba a los alumnos no operados, no se tenían en cuenta los problemas psicológicos de una persona que se ve apartada de la vida normal, ni las consiguientes burlas de las que eran objeto por parte del resto de estudiantes.
Aunque la operación era ilegal, todos los coros de las iglesias italianas tenían "castrati" ya que, cuando éstos no tenían la calidad suficiente para ser admitidos en las compañías teatrales, vagaban por las iglesias solicitando su admisión en el coro a cambio de unas monedas con las que poder alimentarse.
El propio papa Clemente VIII autorizó la castración "Ad gloriam Dei" (por la gloria de Dios).
En aquella época a las mujeres les estaba prohibido cantar en la Iglesia y los niños apenas servían para ello puesto que cuando llegaban a dominar la técnica cambiaban la voz.
Ese fue el comienzo de un negocio suculento que llevaban a término no solo los cirujanos o médicos normales, sino incluso algunos barberos. De hecho poca ha sido la información que ha quedado reflejaba al respecto.
Lo impidió la ilegalidad de su aplicación y poca hombría de quienes la propiciaban.
Los propios italianos estaban tan avergonzados de esta práctica que cuando, en investigaciones rutinarias, se les preguntaba en las diferentes capitales sobre ello siempre respondían que tales barbaridades solo se efectuaban en la ciudad vecina...
RAFAEL FABREGAT
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