Según la tradición cristiana José de Arimatea era hermano menor de Joaquín, el padre de la Virgen María. Tras la temprana muerte del esposo de María, el poderoso José de Arimatea se convirtió en tutor de Jesús. Miembro del Sanedrín y Decurión de los romanos, era rico e ilustre pero también persona buena y honrada. Según cuentan los evangelistas era discípulo de Jesús, pero guardando las apariencias por miedo a los gobernantes.
Los cuatro evangelistas coinciden al contar que, al dispersarse los apóstoles tras la crucifixión de Jesús de Nazaret, José de Arimatea solicitó a Poncio Pilato que le permitiera recoger el cuerpo para darle sepultura en su propia tumba, un sepulcro nuevo excavado en la roca que se había preparado para él mismo. Recibida la autorización de Pilato, con la ayuda de su compañero Dicodemo y en presencia de María de Betania, desclavaron a Jesús de la cruz y lo trasladaron a la tumba de José de Arimatea. Según la leyenda, como el lugar donde se había llevado a cabo 'la última cena' también era propiedad de José de Arimatea, durante la crucifixión o tras ella, José recogió con el Santo Grial parte de la sangre que manaba del costado de Jesús y lo llevó consigo hasta el sepulcro.
Tras ungir María de Betania el cuerpo de Jesús y envolverlo en lienzos, fue depositado en la tumba, cerrándolo todo con una enorme losa para evitar algún posible sacrilegio de los judíos que habían propiciado la muerte del Nazareno.
Hace escasas fechas han finalizado los trabajos de restauración de la Cúpula y del Edículo, en el Santo Sepulcro de Jerusalén, lugar que se supone es el que ocupaba aquel sepulcro primigenio de José de Arimatea, en el que fue depositado el cuerpo de Jesucristo y en el que resucitó para subir a los Cielos. En breve, peregrinos y turistas podrán visitar nuevamente este lugar emblemático de la Ciudad Vieja de Jerusalén.
A unos cientos de metros de distancia se encuentra también el lugar donde fue crucificado y el pozo excavado por Helena de Constantinopla en busca de la Santa Cruz que fue hallada en ese punto.
La amenaza de ruina, por la humedad y los muchos túneles y alcantarillados existentes en el subsuelo, permitieron que se pactara entre las tres iglesias custodias: ortodoxa, armenia y católica, una completa restauración del lugar que nunca se había llevado a cabo de forma tan completa. Diez meses de trabajo y un presupuesto cercano a los seis millones de euros es lo que ha costado la restauración. El Edículo es el lugar, dentro del Templo, donde se supone que el cuerpo de Jesús fue ungido y enterrado. Dentro del habitáculo se ha abierto una nueva y pequeña ventana que permite a los visitantes ver la piedra original de la cueva donde se excavó la tumba en la que se depositó el cuerpo de Jesús.
RAFAEL FABREGAT
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