Tal como su nombre indica, este monasterio, uno de los más antiguos de España, estaba ubicado en el 'valle de la Murta' y término municipal de Alcira (Valencia) España. Importante centro de peregrinaje de la realeza y de la aristocracia, así como de influyentes personajes religiosos.
Bajo el reinado del rey visigodo Leovigildo, cuñado del arzobispo de Sevilla San Isidoro, el año 568 San Donato y sus eremitas fundaron un monasterio servetano. Poco había de durar ya que, poco más de un siglo después, los árabes invadieron la península y destrozaron cuanto encontraron a su paso y también este monasterio que quedó totalmente asolado. Los eremitas se dispersaron y solo su fundador quedó allí, protegido bajo su sepultura.
Durante años apenas un montón de escombros, pero nunca se olvidó su recuerdo. A mediados del siglo XIV Arnau de Serra, señor de la tierras de La Murta, previa autorización del rey Pedro IV de Aragón donó aquellas tierras a un grupo de ermitaños establecidos en el valle, a condición de fundar una orden religiosa que viviese bajo la regla de San Jerónimo.
Ya monjes de esta Orden, en 1376 el papa Gregorio XI les concedió la bula que autorizaba la fundación del monasterio. El año 1401 Fray Domingo Loret, prior del monasterio de San Jerónimo de Cotalba y un grupo de sus más fieles monjes, fueron enviados a Alcira y casi de inmediato empezaron las obras de restauración. Una iglesia fortificada y el resto de edificios conventuales en torno al claustro. En esta primera etapa el nuevo monasterio ya recibió la emblemática visita de San Vicente Ferrer, confesor del Papa Benedicto XIII (Papa Luna) aquel que pasara sus últimos años de vida en el Castillo de Peñíscola (Castellón), apartado del seno de la Iglesia Católica por no aceptar la renuncia que se le pedía, a favor de un tercer papa nombrado por la Iglesia de Roma. Uno más de los 'trapos sucios' de aquella etapa papal de la iglesia, más mundana que religiosa; curia de cardenales demoníacos más entretenidos con los asuntos carnales y de poder que en los espirituales.
Tiempos oscuros de la Iglesia, en los que se velaba más por su propio interés que por los asuntos celestiales y que dividió a perpetuidad la Iglesia Católica en varias ramas irreconciliables. Pero ese es otro tema del que encontrarán completa información en los post 0001 y 0002 de este mismo Blog.
A mediados del siglo XV, ya empezando a recibir espléndidas donaciones de autoridades y destacadas familias valencianas, se pudo completar la iglesia. Una de esas importantes familias, los Vich, tenían incluso capilla propia en el claustro, en la cual fueron sepultados alguno de sus miembros. En 1586 el propio rey Felipe II visitó el monasterio con sus hijos, el príncipe Felipe y la infanta Isabel Clara Eugenia, inaugurando el nuevo puente que daba acceso al recinto, sobre el barranco de La Murta. Aquellas décadas siguientes fueron las de su máximo esplendor, promoviéndose múltiples mejoras e incluso creando su espléndida biblioteca, de la mano de notables personalidades políticas y religiosas. Las más importantes familias ofrecían enormes donaciones a cambio de encontrar sepultura entre aquellas santas paredes.
Un nuevo retablo de Juan Miguel Oliens fue encargado en 1631. Durante el siglo XVIII siguieron importantes mejoras, pero ya no de la mano de tan insignes artistas. Fue ampliado el cenobio, chapadas sus paredes y ampliada la hospedería. Sin embargo el siglo XIX fue muy convulso para Santa María de la Murta. Sin ingresos de ninguna índole los monjes se vieron obligados a vender el órgano y algunas obras de arte para poder subsistir. En 1835, a consecuencia de la Desamortización de Mendizábal, el monasterio fue cerrado y exclaustrados sus once monjes. En 1838, casi de inmediato, el monasterio y sus tierras pasaron a manos privadas, iniciándose el completo abandono de la construcción hasta su ruina total, al ser engullida por la propia naturaleza del lugar.
Después de 150 años de abandono, todas sus riquezas arquitectónicas y artísticas están prácticamente desaparecidas.
Aunque muchas de sus obras de arte fueron salvadas para la posteridad, al ser trasladadas a otras iglesias de la vecindad, resulta extraño imaginarlas en su lugar original al estar éste en semejante estado de ruina y abandono.
De la misma manera la importante y singular biblioteca, con obras de Juan Vich, Manrique de Lara, el arcediano Pedro Esplugues y el cardenal Vera, entre muchos de los ilustres poetas y sabios de todos los tiempos. Una vez más resulta obligado recordar aquella trágica frase de que 'nada es para siempre'...
RAFAEL FABREGAT
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