26 de marzo de 2017

2379- LA MOMIA CURALOTODO.

Durante siglos al polvo de momia se le ha considerado panacea de las boticas de la época, solo al alcance de los más poderosos. El rey de Francia Francisco I jamás emprendía un viaje, por corto que fuera, sin su saquito de "polvos milagrosos". Desde muy antiguo se les atribuía todo tipo de beneficios. Desde un simple dolor de muelas a la cicatrización de úlceras, epilepsia, rotura de huesos, etc. Allí donde se aplicaba surgía el milagro o esa era la fama que tal remedio tenía. Sin embargo tales propiedades nunca fueron una realidad, sino una confusión lingüística. Ya desde la antigüedad los persas comerciaban con betún, líquido viscoso al que llamaban "mummia" y a cuya aplicación se le atribuían muchos beneficios médicos. Cuando estos mercaderes contemplaron por primera vez las momias egipcias, descubrieron que éstas estaban recubiertas con parecido material.

Las resinas con las que se protegía a los muertos eran bastante similares al betún. Pues bien, ahí empezó todo. Si la "mummia" era capaz de mantener incorrupto un cuerpo durante miles de años, la conjunción de ambas sería sin duda el producto estrella para curar todos los males motivo por el cual, a partir de aquel momento, se emplearon los cuerpos momificados como método terapéutico. El error filológico y la ambición humana se unieron para desatar una persecución implacable de toda momia que se pudiera encontrar. Los hallazgos eran machados y el polvo obtenido vendido tal cual, o bien disuelto en vino o en miel, según la dolencia a la que fuera destinado. Prontamente la demanda alcanzó tales proporciones que superaba en mucho a la oferta, hasta el punto de de venderse trozos de la carne putrefacta y hasta las mismas envolturas de la momia. 

En algunos casos, para poder darle una presentación menos horrorosa, esos "desperdicios" a todas luces impresentables, se machacaban y mezclaban con el mismo betún, que lo convertían en una pasta negruzca imposible de identificar. Cuando la mezcla resultante de hueso, carne, telas y hasta la propia madera del sarcófago, tenía un color más claro, se mezclaba con grasa y se hacían ungüentos que se vendían como remedio para rejuvenecer el cutis femenino. Las momias y todo cuanto giraba a su alrededor se convirtió en un lucrativo negocio. Ninguna tumba conocida quedó sin saquear. Al principio no fue difícil encontrar materia prima pero en pocos años fue imposible atender al próspero mercado europeo que demandaba más y más mercancía. Los saqueadores de tumbas no dejaban títere con cabeza pero llegó un momento que era imposible encontrar una tumba intacta. 

Como no podía ser de otra manera, a partir de ese momento se recurrió a la falsificación. Comerciantes sin escrúpulos recurrieron entonces a la momificación de cadáveres abandonados, ajusticiados y hasta incluso de sus propios esclavos, que los boticarios no podían identificar como burda estafa. Con el tiempo, el resultado obtenido por los estafadores alcanzó tal perfección que pruebas de rayos X han demostrado que algunos museos exhibían en sus vitrinas momias egipcias que no eran tales. La venta de derivados de momia empezó en el siglo XII y no finalizó hasta finales del siglo XVIII. El cirujano francés Ambroise Paré (1517-1590) fue el primero en atacar este comercio de locos y posteriormente lo hizo el padre Feijoó (1676-1764), un brillante monje benedictino que consideró improbable que de tales materias primas pudiera surgir tan milagroso remedio. 

Prontamente se corrió la voz, respecto a los falsos remedios y, para más inri, a las falsificaciones que se llevaban a cabo pero, aún así, los interesantes beneficios que aquellos productos reportaban a varios sectores del comercio sanitario hizo que todavía se siguiera vendiendo en alguna botica sin escrúpulos hasta finales del siglo XVIII. 
Incapaces de perder tan lucrativo negocio, a partir de ese momento los "fabricantes" del polvo de momia mezclaron aquel polvo con resinas, obteniendo un color marrón de buena calidad utilizado por los más famosos pintores de la época. Había nacido pues un nuevo e insuperable pigmento que los pintores del siglo XIX bautizarían con el nombre de "mummy". Se dice que la obra más famosa de Eugène Delacroix "La libertad guiando al pueblo", expuesta en el Museo de Louvre, pudo haber sido pintado con este pigmento.

RAFAEL FABREGAT

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