El papel higiénico no se inventó ayer, pero quienes conocieron los primeros años que siguieron a la Guerra Civil española, sufrieron en carne propia el uso de las piedras y las hojas de determinadas plantas como papel higiénico. Por lo menos sabías que podías contar con ellas. No había nada determinado que sirviera para ese menester, sino simplemente lo que había al alcance de la mano. Desde luego el tipo de papel suave (tissú) que actualmente conocemos no existía. A lo sumo, en las familias más ilustradas y pudientes, lo que podía encontrarse en los baños, era un alambre con trozos de periódico atrasado. Los periódicos, mayormente semanales que no diarios, tras su lectura solían servir para este menester pero, pocas familias adquirían el periódico de forma regular.
En las casas de pueblos y aldeas, donde era bastante común que, adyacente a la cocina donde se guisaba y comía estuviera el corral del mulo, era ese el lugar donde aliviar las necesidades fisiológicas. Antes de ir a lugar tan específico, cada cual buscaba aquello más adecuado para llevarse al trasero y puede asegurarse sin temor a equivocación que en el 95% de las casas no se compraba el periódico, por lo que podía servir un puñado de paja o el papel de estraza con el que te habían envuelto la compra tenderos o carniceros. Otra cosa era en el campo, lugar en el que la mayoría se ganaba el sustento. Dependiendo del cultivo que había en la finca propia o en la ajena, podían funcionar perfectamente unas hojas de parra o higuera y también unas piedras, a poder ser, no demasiado cortantes.
¿Le parecen ingeniosas al lector estas afirmaciones?. Pues son más reales que la vida misma... Nunca hubo gente más limpia que un romano y así lo atestiguan las numerosas instalaciones de baños públicos encontrados en las ruinas de sus ciudades. No significa "públicos" que a dichas instalaciones pudiera acceder cualquiera, que también, sino que todos los que accedían compartían el lugar a la vista de los demás. Sin ningún pudor y sin mampara alguna que los separase a unos de otros.
Es como si se eliminaran los paneles divisorios de madera aglomerada que actualmente vemos en las áreas de servicio de cualquier autopista. Te impiden ver al vecino, pero no que te lleguen sus efluvios, cuando el susodicho se ha comido al día anterior una buena fabada con chorizo, morcilla y panceta adobada con pimentón de la Vera. ¡Vaya peste...!
Mientras defecaban, aquellas gentes no comentaban los goles del día anterior, porque el fútbol todavía no se había inventado, pero probablemente sí las carreras de cuadrigas y los cristianos que habían sido lanzados a los leones. Claro que lo más llamativo no era el hecho de gozar públicamente del alivio intestinal, sino de la forma de limpiar el trasero... A falta del papel que no tenían, aquellas gentes solían limpiarse con un palo a cuyo extremo había atado un trozo de tela, un trozo de piel de cordero con su lana, e incluso una esponja natural. Como se puede observar en la foto del párrafo anterior, delante suyo, enfrente de los asientos, corría un canalillo de agua salada donde los usuarios lavaban la suciedad de las esponjas tras su uso y las volvían a depositar en la vasija correspondiente para el siguiente usuario, porque las esponjas también eran públicas, no iba cada uno a llevársela de casa... ¿Extraño?. Pues no, para nada.
Volviendo a la "modernidad" de la España de1940-1960, las casas de la gente pudiente y los bares y tabernas entonces tan de moda, a falta de agua potable y alcantarillado, tenían retrete con fosa séptica que vaciaban una vez al mes y disfrutaban también de papel higiénico. Habían varias marcas: el elefante, la pantera, el oso, el coyote, etc. con la característica común de que la experiencia de su uso era para no olvidarse de por vida. Tenía dos caras bien diferenciadas... Una perfectamente lisa que no servía para nada y otra tan áspera que no era extraño que tuviera visibles astillas de la madera con la que se había fabricado. Antes de sentarse en la taza, o ponerse en cuclillas sobre las huellas de aquel plato infernal con agujero central y agua putrefacta a la vista, era obligado tomar del rollo el pedazo del rígido papel que iba a usarse y hacer una bola con el mismo a fin de crear una superficie rugosa que permitiera su uso.
El 1880 la empresa de Hnos. Scott empezaron a fabricar el papel higiénico enrollado, aunque rodeado de tabúes que impedían su exposición a la vista del público. No sería hasta 1935 cuando se comercializó un papel higiénico con la garantía de estar "libre de astillas", lo que nos demuestra las muchas impurezas que hasta entonces llevaba. Con la llegada de la modernidad de "los años 60" el papel higiénico pasó, de venderse disimuladamente en la trastienda de los comercios, a formar parte de pasarelas de moda y obras de arte. Después de más de un siglo de su invención, el papel higiénico ha entrado en el siglo XXI como la más suave de las caricias. Fabricado con pasta de celulosa de la más exquisita calidad ha sustituido incluso los paños de cocina, las servilletas, los pañuelos, compresas y muy especialmente pañales de niños y abuelos. Productos eficaces y económicos. Un gran invento, al alcance de todos...
RAFAEL FABREGAT
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