Hace unos días algunos miembros de "els Pardos", mi familia materna, me mandaron las fotos adjuntas a esta entrada al Blog. El grupo visitó la finca familiar del "Barranc de Ritxer o de les Santes", que todos conocen como "el Racó dels Pardos". En la foto adjunta vemos a Federico Bellés Pauner y a su hijo mayor abriéndose camino entre las zarzas mientras el bloque familiar esperaba detrás para poder avanzar. La popularidad de la familia "Pardos" les viene dada por la donación de aguas que en su día hizo mi bisabuelo (abuelo en el caso de Federico) al pueblo de Cabanes, un pueblo sin agua cuyo moradores tenían que ir a "pescarla" al "Pou de les Grases" con artilugio tan miserable como era un simple bote vacío de conserva de tomate de medio kilo y un cordel. El agua, embalsada a una profundidad de 30 metros apenas alcanzaba los 10 cm. de altura y llenar el bote era tarea bastante complicada. La operación tenía que repetirse decenas de veces para poder llevar a casa un pequeño cántaro de 10 litros. Lo indispensable para beber y preparar la comida. Lavarse y lavar la ropa era cuando se podía y donde se podía... Como ya he contado en otras ocasiones el manantial de la Familia "dels Pardos" era escaso pero, teniendo en cuenta la sed que pasaban los cabanenses de entonces, se antojaba afluente de caudaloso río.
El abuelo Bellés, padre de mi abuela Teresa y otros seis hijos más, tenía canalizado aquel pequeño manantial a una balsa y desde allí regaba un interesante huerto que le permitía alimentar con suficiencia a su larga prole de 7 hijos y hasta incluso vender una parte de su producción de hortalizas y fruta a amigos y vecinos del pueblo. Tal era así que aquel buen hombre se permitió el lujo, porque para aquellos tiempos lo era, de comprar dos casas en Cabanes. La una en el número 3 del "carrer de Castelló" y otra en el 7 del "carrer de les Eres". Todo le iba de maravilla al abuelo Bellés hasta que un día se le presentaron en su masía las "fuerzas vivas" de la localidad, con su alcalde al frente, pidiéndole el agua para los habitantes de Cabanes. Aunque no sé nada al respecto, es de suponer que el hombre preguntaría si había algún tipo de indemnización, pero el Ayuntamiento no tenía nada para darle. Me consta, eso sí, que el hombre pidió las aguas sobrantes pero también se negaron a dárselas, pues alegaron no poder hacer cuentas sobre lo que tan solo era una hipótesis.
En este punto conviene aclarar que, como ya saben todos los cabanenses, el agua llega por propia inercia desde el nacimiento a la fuente instalada en la plaza central de Cabanes, llamada "dels Hostals" y que se bautizó como Fuente del Buensuceso. El agua no recogida por los vecinos, está canalizada al abrevadero situado junto a los lavaderos municipales del "carrer de la Font" y la sobrante desemboca en dos grandes balsas para que la gente de Cabanes pudiera lavar la ropa. La que rebosa o cuando los lavaderos se limpian, va al alcantarillado y a la depuradora situada en la partida de Morales, pero esto no era así apenas unas décadas atrás. Las fincas situadas entre los lavaderos y la riera del "riuachol" eran de la gente pudiente del municipio y aprovechaban esa agua para convertir en productivas tierras de regadío aquellas que para nada servían.
Eran los que entonces mandaban y por eso negaron al dueño de las aguas, las sobrantes que ellos utilizarían posteriormente para su provecho. Sea como fuere mi bisabuelo Bellés hubo de donar sus aguas a cambio de nada y la familia se quedó prácticamente sin otra agua que unos miserables hilillos con los que sobrevivir para apagar la sed y mantener una mínima higiene personal. Afortunadamente en aquellos tiempos sus hijos ya eran mayores y casi todos estaban independizados, por lo que las necesidades eran pocas para el matrimonio. En la foto anterior vemos lo poco que queda de la masía en la que el matrimonio crió a sus siete hijos. De todas formas los gerifaltes de Cabanes nunca hicieron mención a dicha donación. En la inauguración de la fuente "del Buensuceso", llevada a cabo el 27 de Septiembre de 1925, se hicieron grandes fiestas en Cabanes a las que la Familia dels Pardos no fueron invitados. Se homenajeó al Delegado Valera que, como era su obligación, aportó el dinero (público) con el que adquirir las tuberías de canalización y se le dedicó la calle principal del pueblo, pero ni una palabra para el dueño del agua. Ni en esa ni en ninguna otra de las celebraciones llevadas a cabo cada 25 años, se mencionó jamás al donante.
En las "Bodas de Plata" celebradas el año 1950, con muchos esfuerzos se localizó nuevamente al Sr. Valera, ya jubilado y muy anciano y se le volvió a homenajear como artífice del milagroso hecho de traer a Cabanes las aguas pero, nuevamente, ni una sola mención a quien aportó aquellas aguas, que donó o le fueron arrebatadas, en beneficio de la población. Sin duda los caciques de entonces serían descendientes de los anteriores y probablemente quienes disfrutaban el excedente. Y así hasta hoy cuando Federico Bellés Pauner, uno de los nietos de aquel señor y ya oteando las ocho décadas de vida, ha tenido la feliz idea de mostrar a hijos y sobrinos que han querido acompañarle, aquella emblemática finca y el nacimiento de las aguas que salen de los caños de la Fuente del Buensuceso de Cabanes. Por supuesto la parte de la finca en la que se ubica el manantial sigue siendo (y me incluyo) de todos "los Pardos" actuales y venideros, puesto que el hermano que heredó esa parte de la propiedad quedó soltero y falleció calcinado en la casa número 7 de la calle de las Eras en la que, curiosamente, quien escribe nació y vivió hasta el momento de casarse. Esa parte está pendiente de reparto, por lo que todos los "Pardos" somos herederos de la finca y del consiguiente manantial.
Cuando llegaron los viajeros a la finca en cuestión, vieron que penas cuatro tejas quedaban en pie de la masía que vio nacer a tan larga prole. Como nieto de una de las hijas (Teresa) de la Familia Bellés, también yo fui invitado a esta emblemática excursión como lo fui en la de 65 años atrás, cuando todos los descendientes vivos llegaron para conocer la finca y a tomar posesión de su parte pero entonces poco ví pues con 6 o 7 años quedé en la caseta mientras los mayores partieron para ver los lindes. En esta ocasión, conocedor de las condiciones selváticas del citado paraje y pesado y achacoso, también hube de reusar acompañarles. Incluyo a este escrito algunas fotos de este "Viaje en el tiempo" que han realizado mis queridos familiares y en el que pocos o ninguno de ellos quedó sin alguna marca en el cuerpo. Todos jóvenes y fuertes, a excepción de Federico, que era con diferencia el que más disfrutó de la experiencia. Treinta o cuarenta años sin ver aquella pequeña caseta en la que nacieron aquellos siete hijos (uno era el padre de Federico -el tío Nelo- y otra mi abuela Teresa) afortunadamente autosuficientes, pero con pocas proteínas. Aunque no tengo datos al respecto, es probable que criaran también algún conejo y gallinas que aportaran alguna proteína en forma de huevos a la pitanza familiar, pero nada más que incrementara la alimentación de aquellas gentes, salvo que cazaran algún animal por aquellos montes.
De todas formas no se necesitaba más pues aquellos tiempos eran muy diferentes a los actuales y más aún para los masoveros que vivían en una economía de subsistencia. Las fotos no dejan lugar a duda. El más niño de todos cuantos participaron en la excursión fue Federico Bellés Pauner que rondando los 79 años se ve en las fotos con una radiante felicidad nunca jamás vista. Nos indica en su expresión que nada más podía enseñar a los viajeros, pues nada de lo que el recordaba estaba visible. La vegetación recobra los espacios que le son propios. Como buen cicerone, eso sí, iría mezclando realidades y sueños, explicando a sus acompañantes todos los pormenores de sus años de niño en aquellos parajes...
- Aquí escondíamos la llave de la caseta; aquí había un olivo que producía más de cien kilos de aceitunas; allá un algarrobo con el que los conejos comían todo el año, etc., etc.
Llegar a la caseta fue una verdadera odisea. Auténticamente selvático, el entorno de zarzas, aliagas y zarzaparrillas impedía vislumbrar los diferentes bancales y hacerse una vaga idea de lo que aquello pudo ser en un tiempo en el que no se permitía encontrar en la propiedad la más mínima brizna de hierba. Toda mala yerba que nacía dentro de la parte cultivable de la finca era inmediatamente arrancada y convertida en pienso para los conejos y gallinas.
Así transcurrió la mañana, pero visitado lo esencial quedaba un último y relevante capítulo...
¿Donde estaba el nacimiento del agua que bebemos los cabanenses?.
Los viajeros desenfundaron las afiladas hoces de hierro y nuevamente salieron a la luz los protectores guantes de piel. Había de librarse una última batalla, cual era la de trepar nuevas paredes y acceder a la senda que lleva al pequeño regajo en el que nacen dichas aguas. Las zarzaparrillas hirieron nuevamente a los aventureros, especialmente al mayor de todos ellos que, a pesar de su edad, iba varios metros por delante. El reseco riachuelo y por fin el hallazgo... Unas gruesas piedras y una tapa de hierro, registro protegido por una varilla de hierro y su correspondiente candado que impidió ver a los más jóvenes lo que Federico Bellés Pauner y yo mismo, habíamos visto muchas veces años atrás: un pequeño pozo de medio metro de profundidad, al fondo del cual corre el famoso y exiguo manantial de ese agua que, con 15'5' hidrotimétricos, fue calificada en su día como la mejor de toda la comarca y con la ventaja añadida de que el caudal es exiguo pero jamás se ha secado.
Tras la visita y como niño con zapatos nuevos Federico Bellés Pauner y toda la prole salieron a la pista forestal que baja del pico del Monte Bartolo y repetidores, encaminándose hacia la Ermita de Les Santes donde tenían aparcados los coches. Dos kilómetros de subida y otros tantos de bajada, más toda la aventura selvática de recorrer a través la finca de nuestros ancestros, hicieron que la comitiva llegara a sus vehículos ya a media tarde. ¿Sin comer?. Pues parece que sí. Bueno, lo que cada cual llevara en su mochila... Con algún desgarro en la ropa y otros en el cuerpo, agotados y con el estómago vacío, pero poco pesa el trabajo que se hace con gusto. Como película de Tarzán, liana espinosa va, liana espinosa viene y paredes arriba y abajo cual piara de jabalíes, con diferencia a favor de éstos, pues los jabalíes se abren camino por cualquier resquicio sin necesidad de hoces ni guantes. Yo es que, como si los viera... ¡Cuidado con esa aliaga, atención a la zarza!.
Afortunadamente nadie se hizo daño y mientras vivan recordarán la experiencia...
RAFAEL FABREGAT
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