En estos últimos tiempos el sector industrial ha sido gravemente dañado por el independentismo, hasta el punto de hacer que muchas empresas hayan marchado de Cataluña. En dos años hemos sufrido cuatro huelgas generales y decenas de cortes en aeropuerto, carreteras y ferrocarriles. Son muchos los que no se dan cuenta que cada una de esas actuaciones tiene repercusiones económicas para Cataluña y muy especialmente para los que viven y trabajan en esta comunidad. Los apesebrados del gobierno catalán cobran igualmente a fin de mes, pero no todos tienen el sueldo garantizado y comer comemos todos. Más de 5.500 empresas han trasladado sus sedes fuera de Cataluña y tras ellas escapan muchos miles de euros a otras regiones españolas.
La inversión exterior se ha desplomado y empieza a notarse el frenazo al crecimiento económico y la escasa creación de empleo. Consecuencia de todo ello es la menor demanda de viviendas, la bajada de precios (-2%) y el frenazo de la construcción. Contrariamente a lo que es habitual, durante el último año Cataluña tiene un crecimiento por debajo de la media nacional y punto y medio por debajo de Madrid. No se trata solamente de lo que pierdes, sino de lo que dejas de ganar. No hace tanto la gente se quejaba de exceso de turismo, pero actualmente los hoteles apenas si consiguen llenar el 50% de su capacidad. Paralizar un aeropuerto no solo es una actuación que fastidia a miles de pasajeros, sino que frena la entrada de millones de euros a la ciudad de Barcelona.
Al final... ¿Quien paga las consecuencias de ese dinero que deja de entrar?. Naturalmente los trabajadores. El propietario deja de ganar, pero el empleado pierde el trabajo y el jornal con el que alimenta a los suyos. La paralización industrial no se consigue en cuatro días, pero son cuatro días que el empleado queda sin trabajo y sin sueldo. Eso sin contar con las oportunidades que se pierden, porque si Barcelona no suministra, lo mismo se compra en otra parte y después el cliente vuelve al proveedor catalán... ¡o no vuelve!. Cataluña y especialmente Barcelona tiene una industria pujante y exportadora, pero los clientes quieren tener garantizado el suministro que necesitan y con esto de las políticas separatistas esas garantías han dejado de existir.
El dinero es miedoso y quien lo tiene no está dispuesto a arriesgarlo por la prepotencia y cabezonería de cuatro políticos con pretensiones mayestáticas. Dicen ser republicanos, pero quieren gobernar como reyes. Los empresarios no quieren que los políticos jueguen con su dinero y cuando ven peligrar sus inversiones, marchan a otro lugar y se quedan tan anchos. El año 2017 se vieron en Cataluña serias anomalías parlamentarias que no han parado de crecer entre quienes ostentan el poder. Como no podía ser de otra forma, ante tan nefastas pretensiones los empresarios siguen optando por la huida. Al dinero no le gustan las aventuras y si no ha ido a peor es porque se pensaba que la situación estaba normalizándose. Estos últimos días se ha comprobado que esto no es así y que, más bien al contrario, sigue por los mismos o peores derroteros.
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RAFAEL FABREGAT
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