No amigos... No se trata del Monasterio más grande de Asturias, ni tampoco el más antiguo o el más bello, pero sí uno de los que gozan de una historia y leyendas más interesantes. Lo que podemos contemplar hoy es de estilo románico, construido en el siglo XIII pero también reformado en el XVIII con estilo barroco. Nada pues de lo que ilustrarse en demasía si buscamos las sobriedades del prerrománico. Sin embargo sí hubo en este mismo lugar un templo primitivo fundado por el príncipe Adelgaster, hijo bastardo del rey Don Silo, coetáneo de Abderramán I. Con la ayuda de sus padres Silo y Bruñilde, Adelgaster fundó este templo el año 780.
Pronto se instalaría una comunidad monacal que pasó a depender de los monasterios de Corias, parroquia de Cangas del Narcea.
Con el apoyo de Alfonso IX el monasterio de Santa María la Real se convirtió prontamente en un centro de poder económico y cultural pues los monjes perfeccionaron las técnicas agrícolas y ganaderas de la zona, al mismo tiempo que impartían también clases de latín, filosofía y teología. Alfonso IX les concedió el privilegio de paso obligatorio a los peregrinos de Santiago. La iglesia es grande, de tres naves y triple ábside semicircular, todo ello del siglo XII. También es en este monasterio donde se encuentra la primera referencia sobre la sidra.
El claustro y las dependencias que hoy podemos contemplar son muy posteriores, ya en estilo barroco y del siglo XVIII, aunque las obras no llegaron a finalizarse. La tradición cuenta que los monjes de este monasterio tenían establecido el "Derecho de pernada" sobre las recién casadas que, tras la ceremonia, quedaban en Santa María la Real durante ocho días para uso y disfrute de todos los monjes de la comunidad. Caso de quedar embarazadas, los recién nacidos debían ser entregados pues eran considerados "hijos del monasterio". También cuenta la leyenda que los múltiples laberintos del subsuelo del monasterio está repleto de tesoros escondidos, siendo muchos los aventureros que han intentado encontrarlos. Estos túneles fueron tapiados para evitar problemas.
Misteriosos monjes acercaron años atrás a alguno de estos aventureros hasta la entrada de estos laberintos interminables y ya no se supo más de ellos, lo cual hizo que dichos túneles fuesen cegados. Aún así, por la noche no cesan de oírse voces y lamentos indescriptibles. Todo aquel que quiera vivir en primera persona todas estas historias puede acercarse tranquilamente a Obona y visitar exteriomente este antiguo complejo monacal. Si con ello no queda satisfecho, en la casa más próxima a esta misteriosa iglesia le facilitarán la llave de la misma. La entrada es libre y gratuita pero nadie le acompañará más allá de la puerta de acceso. Lo que pueda ocurrir más allá de la puerta es ya responsabilidad del visitante...
RAFAEL FABREGAT
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