27 de agosto de 2015

1865- LA CIUDAD DEL ÓPALO.

Coober Pedy, así se llama el pequeño pueblo australiano enterrado bajo tierra. Primer productor mundial de ópalo, una piedra preciosa relacionada con la familia de los cuarzos aunque no sea cuarzo en sí. Se trata de sílice hidratada formado por capas de trimidita y cristobalita que se caracteriza por su brillo pero también por una peligrosa astillabilidad. Los hay de todas las formas y colores pero, además, su enrejado de diferentes estructuras cristalinas hacen que sea la única gema capaz de reflejar la luz recibida en todos los colores del arco iris y que, según los expertos, el fenómeno se debe a la penetración de la luz a través de esas diferentes estructuras y su reflexión entre los minúsculos vacíos que hay entre ellas. Milagros de la naturaleza. Pero volvamos al principio...

Coober Pedy apenas parece una simple aldea a los ojos del viajero que llega por primera vez a este tórrido lugar donde la vida casi parece imposible. Tierra seca y enclave polvoriento a lo largo de todo el terreno que se ve a simple vista. Mediocre asentamiento minero para quien no sabe lo que se esconde en el subsuelo. 


Los 48ºC que se alcanzan en el verano del lugar, hicieron imposible la vida de los buscadores de ópalo y solo los abandonados de Dios permanecen en esta aldea infernal. El resto de los habitantes de Coober Pedy, incluidos los hoteles y comercios y hasta la propia iglesia están bajo tierra. No en vano el nombre indígena del lugar se llama Kupa Piti, que significa "hombre blanco en un agujero". Todo un espectáculo. Dos tercios de la población de Coober Pedy tienen sus casas bajo tierra, habitáculos llamados dugouts por los indígenas de la zona. Ya dentro del siglo XX la zona era tierra de nadie. Ni un simple árbol bajo el que cobijarse de los duros rayos del sol, pero en 1915 se encontró una de estas gemas y se desató "la fiebre del ópalo".

Exceptuando algún pequeños montículos hasta aquel año 1915 el terreno era desértico y casi llano, polvo rojizo que penetraba hasta el más fino alvéolo pulmonar. Se corrió la voz y decenas de familias llegaron al lugar en busca de fortuna, pero pronto se dieron cuenta de que la salud y hasta la vida peligraba en tan caluroso lugar. Era como atravesar el desierto todos los días y además trabajando duro. La mayoría se volvieron por donde habían venido pero otros, quizás más desesperados, pusieron en marcha su imaginación. Una imaginación que consistió en construir el pueblo bajo la superficie.
Aquellos hoyos excavados en el terreno, en busca de las preciadas gemas, convenientemente asegurados y agrandados a voluntad, bien podían convertirse en lugar donde vivir a una temperatura agradable tanto en invierno como en verano. La idea cuajó hasta el punto de ser aceptada por la mayoría de los que habían decidido quedarse a la espera del milagro que tanto necesitaban. En este momento la gran mayoría ha construido su casa bajo tierra y con todas las comodidades que buenamente puede permitirse cada cual.
Pero el asunto del enterramiento del pueblo de Coober Pedy fue mucho más allá. Como si vivieran en la superficie, amplios pasillos conectaron las casas de unos y otros a modo de calles y allí se abrieron bares y restaurantes, comercios de todo tipo y hasta la iglesia del lugar. Favoreció la idea inicial y la comodidad, el hecho de excavar un gran terraplén que diera acceso de forma natural al primer nivel y después que cada cual profundizara o se elevara según la disposición del terreno. No siendo ilimitada la superficie a ocupar, la mayoría optaron por vivienda de dos niveles y locales comunes o públicos de superficie superior. 
La totalidad de las viviendas subterráneas cuentan con luz, agua corriente y aire acondicionado, además de 2 o 3 habitaciones, salón, cocina, baño, etc. en calidades que nada tienen que envidiar a las casas construidas en el exterior. Se estima que la población de Coober Pedy es de 3.500 personas, por lo que al menos 2.000 viven bajo tierra. Una curiosidad que ha atraído a muchos turistas para los que se ha construido incluso un pequeño hotel que cuenta con bar y restaurante.


Lo curioso es que para acudir al trabajo tampoco hay que sufrir los calores del sol puesto que en la mayor parte de los casos las piedras se extraen siguiendo las diferentes vetas del mineral, que en bruto es una especie de grava, cáscara pétrea en cuyo interior se esconde la gema. De todas formas, tratándose de una zona tan amplia, el año 2000 ya había excavados más de 250.000 pozos desde los que se accede a las diferentes vetas. El citado hotel, además de pasar unos días bajo tierra, ofrece a sus clientes la posibilidad de extraer un ópalo con tus propias manos, visitar el pueblo subterráneo y adquirir en sus tiendas, a precios muy ventajosos, las joyas extraídas a escasos metros del centro comercial. Algo que nadie debería perderse. Vamos, que yo me voy a una agencia de viajes a ver si...

RAFAEL FABREGAT

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