2 de agosto de 2015

1844- EL CASTILLO ARAGONÉS DE ISQUIA.

Isquia es una isla volcánica italiana de 46,4 Km2., la más grande del archipiélago napolitano y situada por tanto en el mar Tirreno, a la entrada del golfo napolitano, al noroeste de Capri. Acoge seis municipios, con una población total aproximada de 61.000 personas. En la actualidad es importante centro turístico gracias a sus condiciones climáticas, cálidas y agradables durante buena parte del año. De carácter volcánico y termal, se la conoce como Isla del Dios Sol porque así la bautizó el poeta Homero, allá por el siglo VIII a.C. Isquia es paraíso termal, con presencia de aguas minerales a diferentes temperaturas. 


Más de 300 establecimientos termales, con 69 fumarolas y 103 manantiales, alguno de los cuales emerge en la misma orilla y dentro del propio mar Tirreno. No están allí justamente las lujosas comodidades de un balneario de cinco estrellas, pero si la naturaleza y las mismas propiedades que la proximidad de la lava confieren a los grandes manantiales que allí emergen desde las entrañas de la tierra. La gente con menos posibles encuentran allí y de igual modo los beneficios que todos los visitantes de Isquia buscan en esta isla excepcional, situada entre el Infierno y el Paraíso. 


Sin embargo esta entrada no va encaminada a mostrar al lector las muchas virtudes de la Isla de Isquia, sino a comentar parte de su historia en general y la del Castillo Aragonés en particular. El poeta romano Virgilio denominaba a esta isla Arime, aunque los romanos la conocían como Aenaria y los griegos como Pitecusas. Su nombre, más o menos actual, se consigna por vez primera en una carta del Papa León III a Carlomagno, en el año 813. En ella dice escribirle desde Iscla de ínsula, nombre semítico que se refiere a I-schra ó isla negra (Isquia). En 1953 se encontró en el Monte Vico la llamada "Copa de Néstor", un artefacto de cerámica con un escrito cumano del año 730 a.C., la más antigua referencia a la Ilíada y sin duda precursora del alfabeto griego-latino.


El año 474 a.C. Hierón I de Siracusa conquistó Isquia a los etruscos, dejando una guarnición para que construyeran una fortaleza en la montaña emergida del fondo del mar y la ciudad de Isquia a orillas de la isla principal. Parte de aquella fortaleza todavía estaba en pie en la Edad Media aunque, apenas terminada, sus constructores la abandonaron por la continuas erupciones volcánicas y sin llegar a levantar la ciudad. Viendo marchar a los griegos la isla fue ocupada por los napolitanos, aunque en 322 a.C. Nápoles y sus islas fueron ocupadas por los romanos y con los siglos invadida por bárbaros, sarracenos, normandos, pisanos, suevos, angevinos... Tras las "Vísperas Sicilianas" de 1.282, la isla se rebeló contra tanta intromisión y se puso bajo la protección de Pedro III de Aragón, pero como si de una maldición se tratara las conquistas y reconquistas de Isquia nunca cesaron.


Allí donde Hieron I de Siracusa construyera aquella primera fortaleza en el 474 a.C., Pedro III de Aragón mandó construir lo que hoy conocemos como el Castillo Aragonés, una majestuosa construcción que no paró de crecer y ser mejorada por todos los reyes de la Corona de Aragón. En principo se construyó un puente de madera para salvar los 300 metros que separan la roca de tierra firme pero hacia 1.440 el rey Alfonso V de Aragón lo sustituyó por uno de piedra que todavía perdura. Alfonso V también era rey de Valencia, Mallorca, Sicilia, Cerdeña y conde de Barcelona, además de Nápoles desde 1.442 a 1.458. El Castillo Aragonés de Sant'Angelo en Isquia no fue una fortificación cualquiera. 


Asentado sobre las ruinas del que levantara Hieron I de Siracusa, se adivina inexpugnable a pesar de las decenas de veces que fue conquistado y reconquistado. Un islote repleto de iglesias y conventos en el que llegaron a habitar hasta 5000 personas. Al castillo se accede a través de un túnel excavado en la roca en el siglo XV. Hasta entonces el acceso era una simple escalera situada en el lado norte del islote. Al final del túnel se accede a un camino de herradura que conduce a la cima de la isla e iluminado por veladores que servían de vertederos. Ya llegados arriba, de este sendero parten otros que llevan a diferentes zonas de la fortificación. Sin embargo, a pesar de lo majestuoso que luce de lejos, poco o nada queda que no esté en estado ruinoso. Una verdadera lástima...

RAFAEL FABREGAT

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