22 de octubre de 2010

0180- EL MEDIODIA FRANCES, EL ROSELLON Y LA PROVENZA.


No voy, en esta entrada, a pormenorizar detalles sobre la invasión romana en el sur de Francia. Ni estoy preparado para ello ni creo que pudiera aportar nada nuevo a quienes pueda interesar el tema. Se trata simplemente de señalar anécdotas o curiosidades ocurridas en alguno de mis muchos viajes a Francia y más concretamente al llamado mediodía francés, afortunadamente siempre recreativos y nunca destinados a la honorable forma de ganarse la vida en trabajos agrícolas de mantenimiento o de recolección. 
Son varios los miles de españoles que cada año colaboran en la recolección de la manzana francesa y de la uva, siendo la vendimia la que más obreros ocupa. Sin embargo mis viajes a la zona han sido siempre más relajados y satisfactorios. Visitas, familiares o no, de carácter recreativo y turístico. Como ya he comentado en alguna otra ocasión, tengo familia en Francia. Materna en Arlés y paterna en Narbona. Ese ha sido motivo más que suficiente para visitar muchísimas veces el sur de Francia; pero también mis contactos comerciales con Italia y mi pasión por la vida y milagros del más eminente aragonés Don Pedro I de Luna y Gotor (el Papa Luna) me ha llevado por las tierras de "la Provenza" francesa. Muchas son las riquezas de esta parte de Francia y solo el clima mediterráneo ya es una de ellas, aunque a éste se suma una extraordinaria agricultura plagada de inmensas viñas y frutales, así como una parte fundamental de la historia de Francia. 
Aunque sabemos que París y el Loira fueron el centro de la nobleza francesa, no es obligado hablar de París para hacerlo de Francia. Allí vivieron los reyes y en el mismo Loira tenían sus inmensos y monumentales castillos sí, pero "el Mediodía francés" nada tenía que envidiar a la zona norte: Perpiñán, Narbona, Carcassona, Tolousse, La Provenza, Nimes, Arles, Marsella y La Costa Azul (Niza, Cannes, etc.) con toda su luz y todo su esplendor, no quedaban atrás. En mi primer viaje a Francia, con mi coche y acompañado de mi mujer, no llevaba más que unas notas escritas por mis familiares sobre una simple hoja de papel; ni el más simple de los mapas de carretera. Era sin lugar a dudas una aventura de incierto resultado. Que nadie me pregunte por donde fui ni como llegué, pues tampoco yo he podido nunca saberlo ni mucho menos repetir aquel mismo recorrido. Solo sé que no era por autopista y que, tras muchísimos kilómetros y horas invertidos con nuestro modesto R-5, el estómago pedía asistencia en viaje y ningún restaurante se vislumbraba.

Era hacia el año 1.975-80 y a diferencia de España, aquel país parecía poco propenso a montar negocios de restauración junto a las carreteras. Por fin encontramos uno, que sin duda no era de camioneros, y aunque no sabíamos una palabra de francés el apetito nos determinó a entrar en el local. El camarero, ellos siempre muy sagaces, seguramente adivinó no solo nuestra juventud, sino también nuestra bisoñez e ignorancia. Nos invitó a seguirle y nos acomodó en una mesa dejando la carta a nuestra disposición. Naturalmente todo estaba escrito en francés, pero eso no iba a impedirnos llevarle al estómago la comida que éste demandaba. A una seña el camarero se acercó a tomarnos nota y en nuestro idioma intentamos comunicarnos sin resultado alguno puesto que tampoco él ni nadie del restaurante hablaban español. Con la carta sobre la mesa pedimos un menú de tres platos que se ofertaba, naturalmente sin saber lo que pedíamos. No habían pasado cinco minutos cuando el camarero nos trajo una pequeña ensalada, agua y vino; el pan parece que allí no era costumbre. 

Acto seguido volvió con el primer plato del menú que era medio aguacate relleno Dios sabe de qué y dos pequeños cuencos con diferentes salsas. En la España de aquellos años y para pueblerinos como nosotros las cosas estaban... como estaban, por lo que los aguacates no los habíamos probado jamás y ni tan siquiera los conocíamos de vista. Jamás habíamos comido cosa tan rica y por lo tanto quedamos maravillados de manjar tan delicioso. El segundo plato era una rodaja de salmón a la plancha, también acompañada de unas salsas exquisitas y nuevamente elogios de ambos comensales que ya empezaban a preocuparse porque aquella comida no saciaba el mucho apetito acumulado tras una larga mañana en ayunas. Comentando esta suculenta pero escasa comida, llegó el camarero con dos cazuelas de barro llenas de judías aderezadas con variados tipos de chorizos, morcillas y panceta. Una sonrisa de oreja a oreja, nos hizo pensar que conocía nuestros pensamientos y nuestra preocupación...
- Alabado sea Dios -pensamos al tiempo que metíamos las cucharas.

En otros viajes posteriores, ya con plano de carreteras y mejores vehículos, fueron más fáciles y rápidos. A la hora de la comida ya estábamos en Ventenac de Minervois (foto-1), junto al canal du Midí, unos 30 Km. al norte de Narbona y a otros tantos al sur de Carcassona (foto-2). 
En esos viajes nuestros familiares nos han llevado a conocer estas y otras ciudades, llegando hasta incluso Lourdes. 
Habida cuenta nuestra afición a la historia, la mayor puntuación la otorgamos a Carcassona puesto que es uno de los escasos sitios donde, después de tanto tiempo, se mantiene viva toda la hegemonía medieval de la ciudad.
La cocina francesa, incluso la familiar, es excelente; fundamentalmente las carnes y los quesos, pero también todos los guisos y naturalmente el vino. 
Al menos nuestra familia, no parecen muy aficionados al pescado y tampoco a la fruta, exceptuando el pequeño melón (cantaloup) que, a diferencia de los españoles, se come en primer lugar. 
El final de la comida, eso nos encanta, es siempre con diferentes quesos y fundamentalmente con roquefort. Unos quesos y una copa de buen vino son el final perfecto de una excelente comida. El último viaje realizado a Francia, aunque también visitamos a los familiares, fue siguiendo los pasos de nuestro insigne compatriota Benedicto XIII (el Papa Luna) y que nos permitió no solamente la visita al Palacio de los Papas de Aviñón (1) y el Puente de San Benezet, sino también buena parte de la Provenza francesa y, como no, las ciudades de Nimes y Arles, legado de aquella Roma que dominó la zona desde el 123 a.C. hasta el siglo V de nuestra era. 
La visita de Teatros y Anfiteatros, así como Arcos triunfales e inmensos acueductos, nos transportaron a aquellos tiempos en que la VI Legión (Ferrata) de Julio César lo dominaba todo. Dentro de la Gallia Narbonensis, Arles era ciudad preeminente, amurallada y con teatro, anfiteatro, arco triunfal, circo, etc. y puente levadizo en el Ródano. En tiempos de Flavio Honorio fue sede de la prefectura de la Galia e Hispania. El anfiteatro romano, perfectamente conservado, se usa actualmente como plaza de toros. (Las arenas de Arles). Lo mismo ocurre con el anfiteatro de Nimes, también usado para este menester y no menos importante es el Arco del triunfo de Orange.

Son tantos los monumentos que (afortunadamente) permanecen impasibles ante el paso del tiempo, que la brevedad de la vida y (en muchos casos) la escasez de medios y oportunidades, impiden visitarlos todos. 
Es increíble que después de tantos años y de tantos reveses que el mundo ha sufrido, se mantengan erguidos, vigilantes. 
Las bombas y los obuses de las muchas guerras sufridas por la humanidad en estos dos milenios de existencia, no siempre han respetado la belleza y la historia. Incluso hay es esas piedras no pocas marcas de aquellos acontecimientos.
Sin embargo, a pesar de todas las guerras y otras calamidades sucedidas desde entonces, muchos de esos monumentos están todavía allí, impertérritos para satisfacción de aquellos visitantes que disfrutamos con su contemplación, imaginando a aquellas gentes entrar y salir de esos recintos, hoy de piedras desgastadas por las inclemencias del tiempo y entonces soberbios y deslumbrantes. 
Se equivocó aquel que dijo que no hay nada que cien años dure... Estos monumentos, hoy todavía vivos, tienen casi dos mil años de antigüedad y siguen albergando espectáculos y recibiendo la visita diaria de cientos, miles de turistas que, como nosotros, disfrutan imaginando lo que fueron en un tiempo lejano.
No creo que las construcciones actuales, lleguen tan lejos...

RAFAEL FABREGAT

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