
A lo sumo habrá una docena mal contada de fortunas que yo llamaría de clase media alta, si nos atenemos al patrimonio catastral de rústica, que quedan rebajadas a media o media-baja por la escasa rentabilidad de la agricultura actual y la falta de interés general de la juventud en todo aquello relacionado con este tipo de actividad, de duro trabajo y escasos beneficios.
Apenas 20/30 años atrás, tener un huerto de naranjos era la aspiración de muchas familias, el orgullo de quienes lo poseían y la envidia, sana o no, de quienes tenían el referente como meta. De hecho, los que podían, tenían como meta el poder comprarlo algún día o transformar sus fincas de secano en regadío y poder así plantar el insuperable cultivo.


No faltaron quienes, en medio de una reunión o cena con los amigos, sacaban su teléfono móvil para, vía satélite, poner en marcha un riego por goteo, alardeando así de la riqueza y adelanto de sus instalaciones.
Pero pocas cosas hay que cien años dure y, aunque justamente por su cercanía nos parece increíble, aquellos sueños se han desvanecido. Los que no tienen otros medios de subsistencia, resisten como pueden el embate de las circunstancias trabajando como negros para mantener medianamente decentes sus instalaciones con el menor gasto posible, ingresando una rentabilidad anual totalmente escasa cuando no inferior a los costos anuales desembolsados.
En las actuales cenas o


- Cuando las barbas del vecino veas pelar, pon las tuyas a remojar. -dijo quien lo dijera.
Tampoco es tema de conversación el otrora famoso Marina d'Or. El pescado de los pobres está vendido (y cobrado). Las ofertas millonarias ya no existen y nadie sabe si algún día regresarán. Desde luego es muy difícil que los mayores lo veamos. A algunos que decían recibir ofertas millonarias (de euros), les pasó el tren que no quisieron tomar, pero que nadie desespere. Ya vendrán tiempos mejores, no hay mal (ni bien) que cien años dure. La empresa Marina d'Or, que con gran desencanto vemos abandonado a su suerte, en un mar tormentoso y revuelto, puede volver incluso con mayor fuerza si cabe y los que ahora lloran pueden volver a reír.

Solo un problema veo en el horizonte: para cuando esto ocurra los que ya tenemos una edad no estaremos para verlo y, se diga lo que se diga, lo que no ves... ¡No existe!.
La gente de mi edad, unos mejor y otros no tanto, ya lo tenemos claro. Pero detrás viene pisándonos los talones una juventud que aún no sabe de que vivirá, ni si podrá hacerlo siquiera.
Hasta la llegada de la crisis, más de cuatro de esos jóvenes creían que podían comerse el mundo, como antes lo creímos otros.
En estos momentos alguno de ellos, los más listos, ya se han percatado de que la realidad es muy distinta y que salir se podrá salir pero, contrariamente a lo que ellos y nosotros preveíamos, no será sin esfuerzo.
RAFAEL FABREGAT
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