28 de marzo de 2010

0049- ANTIGUAS TIENDAS DE CABANES.

Más que antiguas, casi prehistóricas. Nada más lejos de mi ánimo que molestar a personas que gestionaron la actividad comercial de tan emblemáticos establecimientos y mucho menos de sus sucesores, pero... ¡Ha llovido tanto desde entonces!.
Aunque en gran parte de los artículos publicados hablo de cosas antiguas de Cabanes, no sé por qué razón, en esta entrada al Blog me ocurre algo especial. Me da la impresión de estar hablando de algo ¡tan remoto...!, que solo se me ha ocurrido esa palabra tan fea para expresar este sentimiento de antigüedad en el tiempo y en el espacio. Sin duda será porque, en buena parte, ya empiezo a pertenecer a esa época. Apenas un niño de pocos años entonces, recuerdo tiendas tan antiguas y emblemáticas como la...
- TENDA DE "VARIL". Calle San José. Fue sustituída por la Tenda de Ameleta y cuando éste último cerró el negocio abrió justo enfrente, aunque ya en la calle de San Mateo, la Tenda de Marí que incluso se especializó en el asado de pollos a l'ast.

- TENDA DE "LA TIA PACA". 
Calle de San Vicente.
Subiendo a mano derecha, frente a la actual tienda de Concha Falcó, estaba la "Tenda de la tía Paca", madre de Maruja "la Pitarca" y suegra por tanto de Pepito "el de Roc". El marido de la tía Paca era cobrador comarcal de la todopoderosa SGAE (Sociedad General de Autores de España) actualmente tan de moda y allá donde se hacía una baile o espectáculo, allí estaba él pretendiendo cobrar lo muchas veces incobrable, por falta de liquidez. Otra curiosidad es que, a pesar de no haber entonces agua corriente ni desagües, en su casa ya tenían cuarto de baño. (?) Un oscuro aseo, alicatado con baldosas negras y verde botella, donde uno (acostumbrado a ir al corral del mulo) quedaba extasiado.

- TENDA DE "LA LLUMERA" O DE LAUREANO. Calle San Antonio, esquina Rosario.
Continuó el negocio su hijo Laureano Boira que, además de incorporar a la tienda de ultramarinos la venta de toda clase de joyas, alquilaba todo lo necesario para fiestas y celebraciones. (Mesas, sillas, vajilla, cubertería, etc.)
- TENDA DE "ERONDINA LA VULGAUA". Calle San Vicente. Funcionó como tienda de comestibles y también como ferretería. Alambres, clavos, paellas y cacerolas de todo tipo, así como cirios de todos los precios y medidas, papelería con cartas y tarjetas postales y figuras para el Belén. Cerró a su jubilación.
- TENDA DE "LES DANIELES".  Calle de la Morera, después obispo Gavaldá.
También especializada en ferretería, además de ultramarinos, que también cerró a la jubilación de las propietarias. Cuerdas y alambres de todas las medidas.

- TENDA DE "OVIEDO". Calle Ramón y Cajal.
Alimentación en general exclusivamente gestionada por su propietario, fue cerrada por defunción, al morir de un infarto mientras estaba viendo un partido de fútbol del Castellón.
- TENDA DE ELODIA "LA BORREGA". Plaza del Generalísimo.
Aparte los comestibles, su especialidad eran la fruta y verduras de toda clase, así como los utensilios de barro: Cántaros, barreños, botijos, cazuelas y ollas de todas las formas y medidas. El peor enemigo la tía Elodia era "Dionisiet el Pellero", vendedor ambulante de toda clase de artículos de barro que subía cada dos meses a Cabanes con su viejo carro y se instalaba durante un par de semanas en la Avenida de José Andino, hoy llamada Avgda. del Maestrat y que, aparte de vender toda clase de loza y cristal, cambiaba las pieles secas de los conejos por una cajetilla de cerillas.

La acumulación de pieles de conejo era tal que, a pesar de los muchos utensilios vendidos, el carro marchaba dos semanas después tan cargado o más de lo que había llegado a Cabanes, al menos en cuanto a volumen...
- TENDA DE CONSUELO "LA BORREGA" O DE VAZQUEZ. Delegado Valera.
Es la única que ha permanecido abierta hasta hace relativamente poco, puesto que su hijo José Luís continuó con el negocio. Antiguamente y hasta su prohibición, grandes cajones de madera albergaban patatas, arroz y toda clase de legumbres a granel. Su especialidad salazones y conservas, así como embutidos y fiambres de toda clase y la mejor fruta y verdura disponible en el mercado castellonense de Abastos.

- TENDA DE PERFECTA O DE XIMO EL LLIMONERO. Calle San Antonio.
Comestibles en general, tenía como especialidad la venta de gaseosas de su propia fabricación que producían en local adjunto a la propia tienda, con salida en la Plaza del Generalísimo mediante una interminable y empinada escalera.
En todas las tiendas citadas luz escasa y fuerte olor a salazones (bacalao o sardina de bota) que se vendía por unidades o al peso, así como el de las galletas (María, barquillo, etc.) que también vendidas a granel y por la tardanza en salir el material, cogían un poco de regusto a viejas. Las tiras de papel engomado para que las moscas quedaran allí pegadas y no molestaran a los clientes; el carburo para alumbrar patios y corrales; la sosa para fabricar el jabón casero o ablandar las olivas y un largo etcétera que nada tiene que ver con el actual carro de la compra, todo ello vendido al peso.

Balanzas en todos los casos con platos y pesas de hierro o metal y en las que el cliente siempre pedía "bona pesà", lo que equivale a decir que el plato que contenía el artículo adquirido tenía que levantar con una cierta alegría al que contenía las pesas.
En el mostrador grandes latas de conserva, cuyo contenido se vendía a peso o por unidad...
- Posa'm en este plateret dues sardines amb oli, quatre anxoves i unes molles de tonyina. -decía la clienta.
- Així està bé? -preguntaba el tendero enseñando el plato con las viandas.
- Molt bé, molt bé, gràcies 
-respondía la clienta, con la boca llena de saliva. Pero como tantas veces he repetido, el tiempo pasa y las antiguas tiendas de ultramarinos evolucionaron, cambiaron de propietario o cerraron sin más al tiempo que otras abrieron, con alguna modernidad o sin ella. Se incorporaron los mostradores frigoríficos, las balanzas electrónicas, etc.

- La tenda "de Luis". (Carrer Ramón i Cajal)
- El supermercat SPAR. (antic Bar Cabanes)
- La tenda de "Concha". (Carrer Sant Vicent)
- La tenda de Victoria "la Llumera". (Carrer del Rosari)
- La tenda de Elietes "el de Peleto". (Carrer Delegat Valera)
- La tenda de Manolito Siurana. (Plaça dels Hostals)
- La tenda de Alvarito "el Carreté". (Carrer la Cava)
Más pronto que tarde todas tuvieron variaciones a la baja...
-Luis se jubiló,
-Concha, al marcharse su marido a Suiza la traspasó unos años después.
-Victoria falleció y su marido Ernesto cerró,
-Elietes lo traspasó a Herminio "el ferré" y después a su hija Mª Angeles que montó una gestoría,
-Manolito cerró por jubilación y
-Alvarito también la traspasó al jubilarse.
Todo esto sin contar la llamada "Botiga de la carn", el reciente supermercado instalado en la calle Teatro, la nueva Spar en Fray Gabriel Ripollés y la antigua Cooperativa que poco a poco se ha convertido en un supermercado con todos los servicios.
¿Habrá clientes suficientes para todos...? Pues claro que sí, lo de ahorrar se ha quedado anticuado.

RAFAEL FABREGAT

25 de marzo de 2010

0048- CABANES Y SUS ANTIGUOS CAFÉS.

CAFÉ FLORIAN, Pl. San Marcos (Venecia) El café más antiguo de Italia.
En el actual siglo XXI los bares se abren y cierran con la misma tranquilidad y rapidez que se abre o cierra un libro; si nos interesa se lee hasta el final y si no es así, se cierra y olvida en el más oscuro rincón de nuestra librería. Antes no ocurría esto. Como prácticamente todos los negocios familiares, éste se heredaba de padres y abuelos y se traspasaba a hijos y nietos, como tradicional forma de vida. Unas épocas funcionaba mejor y otras peor, pero con estrecheces o sin ellas el negocio seguía hacia delante durante generaciones. En Cabanes, durante décadas repartieron alegría (y vino) cafés tan populares como la Taberna de Modestet, Café de les Bernardes, Casa Roc, Casa Xulla, Casa la Perra, Café dels Frares y Taberna de Micalet. Todos ellos fueron heredados de sus mayores y en todos trabajaron padres e hijos durante décadas. 

Después las cosas fueron cambiando y las nuevas generaciones, estudiantes o no, se metieron a carniceros, enfermeras, banqueros, etc. y aquellos mismos bares cambiaron de manos y hasta de destinos comerciales.
- La taberna de Modestet se convirtió en tienda de regalos Detalls.
- El Café de les Bernardes, heredado por el hijo fue pescadería.
- Casa Roc o Bar Cabanes, en supermercado.
- El Café dels Frares, en Ruralcaja y salón recreativo.
- Casa Xulla, en carnicería.
- Casa Micalet en hotel rural.
- Casa la Perra fue el único seguido hasta hoy por hijos y nietos.
Cabe señalar que en el Bar Cabanes o Casa Roc se celebraron algunos bailes de Nochevieja y algunas otras sesiones de baile ya más esporádico. Al fondo del salón, el altillo que había sobre los servicios se habilitaba como escenario y la orquesta de turno, normalmente "la Vella" o "la Ildum", ambas de Cabanes, desgranaban sus melodías. Pasodobles, mambos, boleros y fox-trol hacían las delicias de los clientes y especialmente de Vicent el de Roc que se frotaba las manos viendo el consumo incesante de bebidas, dado el calor acumulado. 

Lo mismo ocurría los domingos de verano en Casa Xulla puesto que en el cine de verano, que tenían en la parte trasera del Café y que daba a la calle General Aranda, hoy carrer de la Fira, se celebraba el típico Ball de vermouth y el escaso dinero sobrante del Cine Benavente y de las chucherías compradas en el descanso a Paulino o Vicentica la Valenta, se gastaba en ese vermouth con el que agasajar a la novia de turno. Hasta la segunda mitad del siglo XX (décadas 40 a 60) y con una clientela con escasos recursos, todos estos bares funcionaron según las antiguas usanzas de nuestra tierra, es decir: café, vermouth casero, "eixarob" (jarabe mezclado con agua o sifón), brandy y licores de garrafa metidos en botellas de eterno rellenado, los típicos "campaneros" (vaso largo de vino local), cerveza en botellín de 200 cc. (1/5) y poca cosa más. La decoración y mobiliario de todos ellos era parecida... Barras pequeñas propiciaban locales abarrotados de gente y escasa consumición. 

Estanterías con botellas de las diferentes bebidas en uso, calendarios con chicas ligeras de ropa, relojes publicitarios, una par de rollos de papel engomado para que las moscas quedaran allí pegadas y no molestaran a los clientes y algún que otro trofeo ocupaban el interior de la barra. Mesas con tablero de mármol blanco, sillas incómodas, cuadros sin interés y algunas perchas dispersas por las paredes del local constituían el mobiliario donde los clientes, encontraban la libertad de hablar entre bromas fuera de la mirada autoritaria de la familia o del patrón. Conversaciones muchas veces obscenas y risas solo posibles en este espacio, que se constituía en zona intermedia entre el trabajo y la familia. Lugar donde la gente se explayaba, cualquier noticia se difundía, donde la sorpresa era siempre posible y las risas estaban garantizadas. 

En todos ellos el inconfundible olor entre acre y dulzón de la orina cuando alguien abría la puerta de los servicios. Manos agrietadas por el duro trabajo del campo y uñas negras que jugaban a las cartas o al dominó. Dos décadas después y para la clientela más joven y especial de los años 60 ya se servía el "coñac", la ginebra y otros licores de marca, el Martini y el Biter Cinzano en botellín individual, las cervezas en botellas de 1/3 y los medios cubalibres que se denominaban "Mitgets". Naturalmente el motivo de no pedir el cubalibre normal no era por falta de sed, pero en el 90% de los casos el "Mitget" o el Martini era lo solicitado por la juventud. La economía empezó a mostrar los primeros signos de recuperación y con ellos llegaron también las primeras tapas para acompañar el vermouth o la cerveza. Primero patatas fritas, gambitas saladas, anchoas, almendras fritas y ensaladilla rusa (que no era rusa) hacían las delicias de los clientes pero pocos años después los más pudientes ya solicitaban trocitos de sepia a la plancha y, si había algo que celebrar, alguna "enterita" e incluso unas gambas, esto último ya muy esporádico. 

De esta élite que tomaba el aperitivo, había tres clases bien diferenciadas:
PRIMERO.- Los pobres que, con novia o amigos, gastaban lo justo pidiendo unas olivas, almendras, berberechos, patatas fritas o unas gambitas saladas.
SEGUNDO.- Los ricos que pedían sepia a la plancha a trocitos, alguna "enterita" e incluso gambas frescas, también a la plancha.
TERCERO.- Los que aprovechaban la hora del aperitivo para, con un poco más de gasto quedar cenados. Estos pedían callos, un "Ximet", "sang en ceba", longanizas con tomate, etc. y un café y quedaban "como reyes". El olorcillo de las tapas de los más pudientes (sepia o gambas a la plancha) se expandía por todo el local e inevitablemente las glándulas salivares llenaban la boca de todos los presentes obligándoles a tragar el líquido en cuestión. 

Sin embargo no era esta clase la que más disfrutaba puesto que el pobre, justamente por serlo, disfruta más de las cosas pequeñas que aquel que lo tiene todo. Los primeros y los terceros, con la ventaja añadida de la escasa educación, tiraban al suelo las cabezas de las gambas saladas, los papelitos del azúcar del café y las colillas del cigarrillo. Entre risas comentaban... ¡Tíralas en el suelo de tu casa, tíralas y verás la cara que pone tu mujer!. Los pudientes y mejor educados (después de chuparlas) ponían las cabezas de las gambas en el mismo platito que se las habían servido y allí también el papelito del terrón de azúcar; para las colillas del cigarrillo pedían un cenicero... Para esas fechas hacía ya algunos años que había cerrado el Café de Bernardo y también la Taberna de Modestet; el Café dels Frares al iniciarse las obras de construcción de la Caja Rural y el Bar Cooperativa; Casa Roc o Bar Cabanes fue alquilado (Bar Miguel) y posteriormente convertido en supermercado Spar.

Casa Xulla o Bar de Nieves alquiló también convirtiéndose en el Bar Marina y después en carnicería. La Taberna de Micalet fue continuada por el tío Paco y Felicidad (su mujer) con el nombre de Casa l'Agüelo; cerrado al jubilarse es actualmente el Hotel Rural L'Aldaba.
A principios de la década de los 60 una especial novedad se incorporó a la monotonía habitual de los Cafés cabanenses, al instalarse el primer televisor.
El primer bar en ponerlo fue Casa Xulla. Su propietaria, la tía Nieves, se vio obligada a comprarlo puesto que su hijo (Herminiet) se había hecho representante unos años antes de la marca ASKAR y naturalmente había que predicar con el ejemplo. A éste le siguió el Bar Cabanes (Casa Roc) que queriendo ganarle la mano a la competencia adquirió a la firma castellonense Jovino un importante aparato TELEFUNKEN con mueble que, al finalizar la programación quedaba cerrado mediante dos puertas tipo armario.

En Casa la Perra, ya regentado entonces por sus hijos Tony y Vicentica, todavía tardó un tiempo en instalarlo puesto que allí dicho aparato no era tan necesario. Este local tenía otro tipo de clientela y un importante tocadiscos desgranaba las mejores voces del momento, siempre coreadas por su propietario y muchos de los habituales, en un afán perpétuo por hacer más grato el rato que allí se pasaba. Como es de suponer, a pesar del esfuerzo por hacerlo correctamente, todos ellos desentonaban y las risas de todos los presentes estaba siempre garantizada. Dicen que no hay nada que cien años dure ni cuerpo que lo resista. La primera parte del refrán no es cierta, pero sí la segunda. Los Cafés o negocios sustitutivos siguieron adelante, pero sus dueños fueron desapareciendo y sus sucesores no tuvieron interés en continuar el negocio a excepción de Casa la Perra que, con el nombre de Bar Tony, sigue en tercera o cuarta generación regentando el negocio.

Como he dicho antes, buena parte de estos locales continuaron la actividad durante algunos años en régimen de alquiler, pero poco a poco cambiaron su destino.
Como es natural, Cabanes no quedó sin servicio y nuevos locales florecieron como hongos...
- BAR COOPERATIVA,
- BAR SEGARRA,
- BRANTO,
- TASCA DEL QUINTO,
- EL CUARTEL,
- LA COVA,
- BAR DE JHONNY,
- BAR CARMEN,
- LA TROBADA,
- BEGUIM,
- BEGUIM-2
- ANA, VINS I SENTIMENTS
- TASCA L'AVEALL,
- CAFETERIA MARINA,
- BAR SIGLO XX,
- RESTAURANT GAIDÓ,
- CAN JESUS,
- BOCATERIA LUIS,
- BAR KEBAB,
- BAR MOLINET,
- BAR TRINQUET,
- L'HOSTAL,
- CASA MARI,
- BAR DELS CANOS,
- EL GARATGE
- EL SI
- EL 9C
- ZENIT,
- LA CAVA,
- EL RACO DE NAVARRETE,
- CAFETERIA MARUJIN y
- CAFETERIA JUAN. Estas dos últimas adjuntas a panadería.
Hay que señalar que en todos los casos me he referido única y exclusivamente al casco urbano de Cabanes ya que hacerlo de todo el término municipal sería complicado y carecería de la gracia de recopilar aquello que nos es más próximo. Cabe añadir que, como inmortal ave Fénix, el Bar Tony no se rindió nunca. Con los naturales altibajos, puesto que Vicentica abandonó prontamente el negocio y por muy duros que sean los momentos actuales por la crisis mundial, siguen luchando por ofrecer a su clientela el mejor servicio y las mejores tapas. La semilla que sembró su abuela y que tan sabiamente cuidaron sus hijos Tony y Vicentica, sigue dando para sus nietos el merecido fruto. ¡Que sea para muchos años!

RAFAEL FABREGAT

8 de marzo de 2010

0047- COSAS DE LA POSGUERRA ESPAÑOLA.

Al finalizar la Guerra Civil española (1.939) los españoles fueron clasificados en tres categorías:
1ª).- Los de derechas de toda la vida,
2ª).- Los indiferentes que, tras la contienda y habiendo ganado los de derechas, querían ser de la categoría primera y
3ª).- Los republicanos y comunistas manifiestos a los que había que "purgar", pues llevaban mucha "caspa" pegada a sus cuerpos.
Los primeros, ya se sabe, sin problemas.
Para los de la segunda categoría, un carnet de la Falange podía ser el más válido pasaporte para gozar de los privilegios que la primera categoría disfrutaba.
Para los de la tercera, el párroco del pueblo o algún amigo que formara parte de las autoridades locales, podían facilitar los avales que evitaran la cárcel o atenuaran sus consecuencias. De todas formas penalidades garantizadas y de difícil solución.


Un periódico nacional reflejaba en un par de chistes el miedo de los pobres a las autoridades de entonces...
- ¡Eh tú! ¿Qué llevas ahí? -increpa el guardia civil al lugareño.
- Yo... ¿Se refiere a lo que llevo en el saco? -responde el pueblerino.
El increpado deposita el saco en el suelo y empieza a desatar la cuerda que lo sujeta.
- Señor cabo, se trata de un aparato con motor de gasolina que lo metes dentro del pozo y saca agua para regar las verduras -responde el asustado labrador.
- Eso se llama bomba de agua -lo ilustra el guardia.
- Lo sé señor cabo, lo sé, pero si empiezo diciéndole que llevo una bomba... ¡igual no me deja acabar!.

En la década de los 60 aún se concedían títulos de maestro por "enchufe". Por muy burro que uno fuera, siempre podía ser "maestro de escuela" si tenía amistades afectas al régimen o bien relacionadas con los dirigentes de éste, siendo de gran valía quienes tenían amistad con algún librero o dueño de papelería. De ahí viene el siguiente chiste, que no hace más que recoger la realidad de las muchas titulaciones que entonces se repartían y que permitían al susodicho ser considerado de por vida como Don Fulanin, aunque no supiera hacer la O con un canuto...
- ¿Quien descubrió América? -pregunta el examinador.
- Francisco Franco -responde el futuro maestro.
- Mmmm... ¿Quién escribió el Quijote?.
- El Caudillo -responde el aspirante.
- Mmmm... ¿Quien pintó Las Meninas?
- El Generalísimo Franco.


- Me temo que no ha acertado Ud. ninguna pregunta -dice el presidente del tribunal.
- Y yo me temo que es Ud. algo rojillo -dice el aspirante a maestro.
El presidente del tribunal examinador reconsidera su postura y exclama...
- ¡Enhorabuena camarada!... ¡Ya es Ud. maestro nacional!.
Para ser maestro no era necesario ser un lince, sino tener cara dura y amistades... ¡Así salieron de bien educados los alumnos de tan ilustre generación de profesores obtusos!.
Para unos más que para otros la vida se endurece ante la pobreza general y los alimentos de primera necesidad empiezan a encontrar sucedáneos. El pan blanco se convierte en negro y las gachas ven sustituidos los garbanzos por otras legumbres que hasta entonces solo eran comida para bestias. Se raciona la gasolina y vuelven a salir los coches de gasógeno. Se inventa la ensalada de hierbas varias y se convierte en realidad lo del "gato por liebre".

En las capitales seguían exhibiéndose algunos espectáculos, pero ahora decentes. Los ombligos, destapados en tiempos de la II República, volvieron a taparse con plumas y lentejuelas que compensasen la falta de carne visible. Mucho brillo y poca luz.
La moda ya no viene de París, sino de donde el Obispado dictamine.
Los niños pueden ir con pantalones cortos o largos, pero las niñas han de llevar falda por debajo de las rodillas y una vez cumplidos los doce años medias o calcetines hasta la rodilla. Es la moda, impuesta.
Guardias y alguaciles municipales vigilan los parques públicos a la caza de las parejas de novios que se meten mano donde no deben.
Las mujeres deben abandonar los puestos de trabajo que las independizaba y volver al hogar para apaciguar las lujurias masculinas, atender las necesidades de la casa y criar a los hijos, cuantos más mejor, puesto que la Patria los necesita.

Además de patriota, la mujer debe esforzarse por estar atractiva para el marido, al objeto de que también él viva de forma recatada y no tenga que verse obligado a buscar fuera de casa lo que, según las buenas costumbres cristianas, debe hallarse dentro del hogar.
A la taberna, cuanto menos mejor.
Hasta para las putas de los prostíbulos específicos autorizados, prolíficos entonces debido al hambre imperante y única salida para mujeres desesperadas, se pusieron condiciones. Un perito nombrado por la autoridad competente visitaba las "casas de tolerancia", controlaba la sanidad de las instalaciones y que el personal cumpliera las exigencias mínimas necesarias: Las autorizadas, además de buena presencia, deberán saber decir, saber estar y saber escuchar. 
Solo cumpliendo esas premisas serían aceptadas para poder entrar en la "nómina" de las 1.147 casas autorizadas en España para ese menester.

Hambrientos y fumadores hacen cola en los Ayuntamientos donde, si tienen todos los documentos en regla y el correspondiente certificado de buena conducta expedido por el párroco local, podrán adquirir previo pago aquello que consideren necesario.
Los fumadores incluso pueden elegir semanalmente entre dos paquetes de picadura o dos de cigarrillos. Naturalmente solo los varones; la mujer española, cristiana y decente, no fuma pues eso es vicio de putas. En Cabanes el racionamiento de tabaco apenas existe y los fumadores, aunque asustados por el peligro que supone desatender la normativa impuesta, siembran en fincas apartadas sus dos docenas de matas y fuman su propio tabaco, "xurro o bort", en la mayor parte de los casos.

Los niños, por muy de izquierdas que fueran sus padres, los domingos a misa y después "al rebañito", para estudiar el Catecismo.
Los bancos de la iglesia siempre repletos, hasta el punto que las mujeres tenían que llevar su asiento plegable, pues primero eran los hombres.
Cumplidas las obligaciones eclesiásticas ya podía uno ir a ver los "cuadritos" de la película de la tarde en el Cine Benavente y a casa a buscar la comida.
Las niñas lo mismo, o menos, ya que habían de ser aún más recatadas. Si no iban acompañadas...
Los tiempos no estaban para tonterías y detrás de cada uno de los cañizos que había en todas las puertas de las casas, cientos de ojos vigilaban sin cesar. Y que nadie dude que las autoridades pertinentes se enteraban de todo...

RAFAEL FABREGAT

3 de marzo de 2010

0046- TRAVESURAS DE NIÑO POBRE.

El primer cigarrillo.
Sucedería allá por el 1.958-59, teniendo yo por tanto unos 9-10 años de edad. Estaba con un compañero de juegos (Enrique el del Raconet) y seguramente no teníamos otra cosa mejor que hacer.
Pasábamos el tiempo explorando las cercanías del Ravatxol, intentando seguramente cazar alguna rana en los charcos putrefactos, que entonces eran habituales, cuando descubrimos que la pequeña "pallisa de Sixto" estaba con el techo hundido y la puerta abierta. Nos acercamos cual exploradores aguerridos saltando la alta pared que allí tenía la riera y nos acercamos temerosos de que el dueño pudiera estar por las cercanías de la pequeña construcción, plantando quizás alguna verdura en el bancal anexo. No había nadie por las inmediaciones y nos acercamos a la puerta que, abierta en su totalidad, mostraba un tejado de teja artesana sobre cañizo de cañas, hundido solamente por uno de los lados.

Al parecer, las vieja vigas (cabirons) de madera se habían roto por la humedad provocada por alguna gotera no arreglada y el tejado había caído al suelo parcialmente, formando una especie de túnel que a nosotros se nos antojó una cabaña en la que acudir a jugar un día si y otro también. Bajo el techo semi caído y con un verdadero peligro que no intuimos jamás, había restos de paja que acomodamos en el improvisado habitáculo y que nos daba una cierta comodidad. Una semana después la vieja y ruinosa caseta era ya nuestro cuartel general. Cierto día, aprovechando que mi padre siempre tenía tabaco en rama en el desván y los libritos de papel de fumar sobre la chimenea de la cocina, hice acopio de material y lo trasladé al lugar de juegos.

Sin idea del asunto y con un resultado de pena, el llamado Enrique y yo nos liamos un cigarrillo cada uno y lo encendimos con unas cerillas simulando ser hombres hechos y derechos en un juego que duró poco tiempo.
Bromeando Enrique encendió la paja que teníamos alrededor y yo hice lo propio en el encañizado que aguantaba las tejas del maltrecho tejado. Posiblemente era un caluroso día de verano y todos aquellos materiales viejos y resecos por el calor, prendieron como si de pólvora se tratase. Asustados intentamos apagar el pequeño fuego que a modo de broma habíamos encendido, pero cuanto más lo golpeábamos más fuerza y extensión alcanzaban las llamas. Salimos... A duras penas salimos de la pequeña caseta donde pudimos perecer abrasados. Indemnes pero asustados, vimos como en cuestión de segundos las llamas sobresalían varios metros por encima de las breves paredes.

Corrimos asustados como perseguidos por el propio diablo, cada cual hacia su casa y sin pararnos a comentar nada sobre lo sucedido.
Naturalmente, en previsión de un posible castigo, no dije en casa nada de lo que había ocurrido pensando también que se trataba de una caseta derruida y que la cosa tampoco tenía gran importancia.
Al día siguiente en la escuela hablamos sobre lo que pasó y tampoco Enrique había dicho nada a sus padres, por lo que decidimos olvidar el tema y lógicamente no volver más por allí. Pero el olvido fue por poco rato...
Alertados por algún vecino que vería las llamas y nuestra salida de la caseta en desbandada, cuando llegamos a casa al mediodía a la salida de la escuela, nuestros padres ya nos estaban esperando correa en mano que afortunadamente no llegaron a emplear. Se montó el oportuno interrogatorio, improperios y amenazas de todo tipo y algún que otro tirón de orejas... Nos obligaron a ir a la casa del dueño de la caseta a pedir perdón, pero nada más.

Inventores sin medios.
Por aquellos tiempos y con una cierta frecuencia venía a Cabanes un tal Arturo, sobrino de la "tía Martina" y "Agustí Andreu", cuñados de la "tía Elvira la
espardenyera". Agustí era guardia de campo y el matrimonio vivía en el número dos del carrer Nou, junto a la placeta de Sitjar, en la casa que actualmente ocupan María Jesús (Chus) y su marido Quique.
Tantas eran las veces que Arturo venía a nuestro pueblo que incluso iba con nosotros a la escuela, por lo que a menudo solíamos jugar juntos. Él era un par de años mayor que yo y además de tener conocimientos superiores a los míos por la edad, le gustaban las aventuras un poco estrafalarias o al menos a mí eso me parecía, lo cual resultaba atractivo.
Cierto día me dijo querer hacer un cohete que llegara al cielo y me preguntó si tenía dinero para comprar los ingredientes necesarios para fabricarlo. Naturalmente yo no tenía una sola peseta y para asociarme a su aventura brindé la posibilidad de vaciar unos cartuchos que había descubierto días antes en el desván de mi casa y aportar la pólvora que saliera.

Aceptó encantado y aquella misma tarde busqué los citados cartuchos, al parecer de fusil y que seguramente habría traído mi padre de la reciente guerra civil. Ignorando el peligro al que me enfrentaba, a golpe de martillo arranqué las balas de los cartuchos y vacié la pólvora que contenían en una pequeña cajita de latón que había preparado al efecto.
Afortunadamente nada pasó y al día siguiente, dentro del cauce del "Ravatxol", que era el lugar de la cita, aporté mi material. Arturo no se alegró tanto como yo creía, pues dijo que con tan pequeña cantidad nada importante podríamos hacer. Se guardó la cajita que dijo emplearíamos en mejor ocasión y me dijo que había conseguido un "duro" y que con él podríamos realizar el invento. Nos fuimos los dos a la "tenda de les Danieles" y diciendo que era para su tía Martina, Arturo compró 2 Kg. de "piedras de carburo" (4,-Ptas.) y con ellas metidas en una bolsa de papel nos encaminamos al punto de lanzamiento, dentro del cauce del Ravatxol.

Afortunadamente la escasez económica hizo que Arturo optase por distribuir el "carburo" para varios "lanzamientos", porque si llega a disponer todo el material en uno solo, posiblemente hoy no podría escribir esta entrada (por falta de manos, o de cabeza, vete a saber).
Previamente preparada una lata vacía de sardinas en aceite, de una capacidad aproximada de 2 Kg. y con un pequeño agujero en el centro que habíamos realizado con un pequeño clavo, cavamos un hoyo en el suelo de un ancho similar al del bote conseguido. Al hoyo, doble de profundo que la lata preparada, pusimos una buena cantidad de carburo dentro, añadiéndole una cierta cantidad del agua putrefacta que el río siempre llevaba, procedente de los lavaderos municipales. El carburo en contacto con el agua empezó rápidamente a hervir, creando el gas que tantas veces se empleaba entonces para alumbrarse en patios y corrales sin luz eléctrica. Arturo tapó rápidamente el hoyo poniendo la lata del revés y arrimando al mismo tiempo tierra alrededor para que el gas escapara solamente por el pequeño agujero realizado.

Prensó bien la tierra de alrededor de la lata a base de patadas y, gato viejo y espabilado, Arturo mandó al jovencito e inocente Rafael que prendiera una cerilla y la arrimara al pequeño agujerito del que, según él, saldría una pequeña llama cual si de un farol de carburo se tratara y entonces...
¡¡¡ BOOUM !!!
Una fuerte explosión dejó escocida mi mano para el resto de la semana. Apenas fue el roce del bote porque yo, ya miedoso con el experimento, acerqué la llama de la cerilla con precaución y la retiré de inmediato pero aún así la explosión fue más rápida que yo. Mi mano quedó amoratada y el bote... ¡no alcanzó el cielo, pero si que fue a parar a más de cien metros!
Con la mano envuelta con mi pañuelo de bolsillo, el susto no impidió que consumiéramos el resto de carburo en nuevas explosiones, pero los experimentos posteriores ya fueron encendidos por Arturo, lanzando éste la cerilla al agujerito desde una mínima distancia de seguridad, en lugar de acercarla con la mano.

No escarmentado con la experiencia anterior y con tan solo la peseta sobrante de la compra de carburo en el bolsillo, Arturo tenía una nueva sorpresa con la que deleitar a su amigo Rafael. Dijo ser capaz de fabricar pólvora en el caso de que yo le proporcionara una cierta cantidad de azúcar, que vino a ser alrededor de 100 gramos. Menos mal que esa cantidad era suficiente pues en mi casa, como en la mayoría, el azúcar (y todo lo demás) estaba escaso en aquellos tiempos. Nos fuimos a mi casa, en el número siete de la calle de las Eras (muy cercana al Ravatxol y en un momento de despiste de mi madrastra cogí un buen puñado de azúcar de un paquetito que guardaba en la vieja alacena. Arturo dijo ser suficiente y ambos nos dirigimos a la farmacia de Don Pedro, en la calle San Vicente.

Perfectamente conocedor de lo que hacía, pues habrían sido muchas las veces anteriores en las que había realizado el experimento que ya no era tal, Arturo pidió a Don Pedro una cajita de pastillas de Clorato Potásico para tratar unas llaguitas "que le habían salido a su tío Agustí, en la boca". Don Pedro no tenía el por qué dudar de su palabra pues efectivamente ese era el medicamento para dicha problemática y ese era también el ingrediente que nos faltaba. Preguntó el precio que resultó ser de 0,90 Ptas. ¡Maravilloso, aún nos sobraban 10 cts.! Cogimos la cajita de pastillas y nos encaminamos hacia el Ravatxol.Machacamos sobre una piedra grande y lisa la totalidad de las pastillas que contenía la cajita y mezclamos el polvo resultante con los aproximadamente 100 gramos de azúcar que yo había aportado. El resultado fue un combustible similar a la pólvora. De hecho, con unos canutos de caña, un trozo de mecha de voladura que también encontré en el desván de mi casa, papel de envolver y un trozo de cuerda fina, fabricamos petardos y hasta cohetes voladores. El tal Arturo, con domicilio paterno en Borriol, sabía mucho... ¡Quizás demasiado!.

Jugar a médicos, algo habitual.
Como es natural, el lector habrá pensado que voy a referirme a lo que tradicionalmente se llama jugar a médicos con chicas... Ójala se tratara de eso, pero no, no... Yo era entonces muy amigo de Pepe "el de Bolos" con el que jugaba día sí y otro también hasta el punto de que cuando no estaba yo en su casa, estaba él en la mía. Como mi padre tenía el taller de escobas junto a la carretera de Zaragoza, en la Bodega de les Camiles, costumbrábamos a jugar en la Bassa Nova, adyacente a los bancales de la familia Dotres y esquina al camino que desde "el Peiró" de la calle San Mateo, inicia el recorrido hacia Benlloch. Entonces llovía más que ahora y aunque todos los animales que venían de aquella parte del término municipal abrevaban en ella, dicha "Bassa" siempre tenía una cierta cantidad de agua y por lo tanto la materia prima que nosotros necesitábamos: ¡Ranas!.

Esa era la materia prima, las ranas con las que Pepe, también mayor que yo, ponía en práctica disecciones propias del más experimentado médico forense.
Los desgraciados animalitos no hablaban ni gritaban pero yo, más mojigato, era incapaz de realizar las instrucciones que el maestro me enseñaba. Pepe, el "maestro", se enfadó conmigo y me quedé sin amigo durante casi una semana, tachándome de cobarde y gallina. Claro que unos días después el amigo volvió, pues "le faltaba un hervor" y tampoco todos querían jugar con él. Jugamos a "pastà fang" con el barro que permanentemente había en el borde del agua. Jugábamos al "Santa lluna fa forat" y también hacíamos coches, camiones y toda clase de cosas de barro. Volvimos a ser amigos y todo volvió a ser como antes. Pero sin ranas, eso sí... ¡Sin ranas!.

RAFAEL FABREGAT