23 de abril de 2011

0339- EL ÉXODO DE LA VERGÜENZA.

Aunque la Reconquista de España a los musulmanes finalizó en 1.492 con la conquista de Granada, buena parte de aquellas gentes, establecidas en nuestra península desde casi 800 años atrás, siguieron viviendo entre nosotros con el nombre de mudéjares. Las comunidades moras (Aljamas o morerías) estaban física y jurídicamente separadas de las cristianas. En cuanto a la resolución de conflictos estaba regulado por los fueros de cada territorio, pero solían ser poco ecuánimes. Véase el siguiente ejemplo:

..."Todo moro que firiere a un christiano, si ge lo pudieren probar, con dos cristianos y un moro (de testigos) peche X mrs (10 maravedís) y sil matare, muera por ello y pierda cuanto ouviere... Et si el christiano firiera al moro, peche X mrs... et sil matare... peche cient mrs et vaya por enemigo por siempre de sus parientes.

Tras la rendición de Granada, en Enero de 1.492, todos los moros de la península quedaban sujetos a las obligaciones y a los derechos estipulados en las Capitulaciones pactadas en la rendición y que se cumplieron con bastante rigor. Sin embargo, tras
la Rebelión mudéjar de Albaicín (1.499) las autoridades cristianas se consideraron liberadas de cualquier garantía y se decretó la Conversión Forzosa de 1.502. A partir de entonces fue obligado abandonar la península o bautizarse en cuyo caso, los que aquí quedaron, fueron llamados moriscos. La tranquilidad no duraría mucho tiempo y en 1.568-71 se produjo la Rebelión de las Alpujarras en la que los moriscos fueron duramente castigados. Al final de la contienda y para evitar una posible repetición del conflicto, Felipe II decretó su dispersión por el interior peninsular. En Septiembre de 1.598, a la muerte de su padre, sube al trono Felipe III y unos años después atendiendo a la impopularidad de los moriscos entre la población cristiana y su posible alianza con turcos y berberiscos que atacaban constantemente el levante español, ordena su expulsión definitiva.

El problema real es que los moriscos se casaban muy jóvenes y al estar eximidos del
Servicio de armas se multiplicaban con rapidez. El crecimiento de la población morisca era tal que, a principios del siglo XVII las Cortes suspendieron su censo para evitar que conocieran la fuerza que realmente tenían. 
El día 23 de Septiembre de 1.609 se pregonó en toda Valencia la pragmática decisión. Tenían tres días para abandonar el territorio. La población morisca expulsada se estima que fue de unos 300.000 individuos, para cuya operación fueron movilizados 30.000 soldados, siendo la armada la encargada de transportarlos hasta Túnez o Marruecos. 
A excepción de los grandes terratenientes que quedaron sin mano de obra, la medida obtuvo el aplauso general. El drama de tener que abandonar casas, tierras y buena parte de sus pertenencias, se acrecentó con persecuciones posteriores en territorio marroquí.
La expulsión morisca afectó notablemente al bajo Aragón, reino de Valencia y Murcia, ya que disminuyó la mano de obra y gentes que tomaran las tierras en renta, motivo por el cual los cultivos del arroz y el azúcar tuvieron que ser sustituidos por la viña, la morera y el cereal, pues un 30% de la población levantina era morisca.

En tan breve plazo de tiempo, bajo pena de muerte, debían dirigirse a los puertos que los comisarios les señalasen no pudiendo cargar otra cosa que la que pudieran llevar sobre sus cuerpos. Aún así su mayor problema fue llegar a los puertos pues los cristianos, deseosos de venganza y también por puro pillaje, les asaltaban en los caminos para robarles y asesinarles. 
Muchos señores, en agradecimiento por los servicios prestados, acompañaron a sus vasallos para poder garantizar su seguridad. Algunas familias moriscas más pudientes, creyéndose más seguras, habían fletado buques particulares para el traslado pero fueron víctimas de la codicia de los patrones que les robaron y tras degollarlos los lanzaron al mar. Moralmente, su expulsión fue un acto de cobardía de los españoles. Aunque se les adjetivó de herejes, apóstatas y traidores, para expulsarles no fue necesario delito alguno...

RAFAEL FABREGAT

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