29 de enero de 2010

0035- EL AVE FENIX.

Fue una experiencia trágica, en la que muchas familias (la mayoría numerosas) apenas podían poner un plato de sopa caliente sobre la mesa. Despensas vacías que solo custodiaban un cacharro con sal y media botella de aceite rancio, amén de un mendrugo de pan y una cola de bacalao reseco. A la guerra civil española (1936-1939) le siguieron casi veinte años de miserias de todo tipo, de las cuales no me enteré en demasía puesto que, nacido en 1.949, no viví la primera década que sin duda sería la más horrorosa. Pero la década de los 50 tampoco fue muy boyante...
En la década de los 40, a los odios y venganzas de uno y otro bando se sumaba el hambre de un país sin comida, ni medios para ganarla o producirla; la tierra estaba abandonada por los tres años de guerra y no había abonos para fertilizarla. El precio de una hogaza de pan equivalía al salario de un duro día de trabajo que no todos encontraban. Muchos trabajaban solo por la comida y aún se consideraban afortunados. Obligatoriamente empezaron los racionamientos que, como podemos imaginar, eran discriminatorios; en muchas ocasiones para conseguir la Cartilla de racionamiento había que tener "amigos" influyentes. La Cartilla en sí constaba de cupones que (si tenías dinero) permitían la compra de alimentos, pero en cantidad muy limitada. Eran pocas o ninguna las cosas que podían encontrarse en las tiendas normales de comestibles y las que había estaban a precios desorbitados, por lo que había que conseguirlas a través de los almacenes oficiales, siempre más económicos.

En teoría todo el mundo era beneficiario de la citada Cartilla de Racionamiento pero, en los primeros días en que fue instaurada, no era fácil acceder a ella si no eras del bando ganador o con amigos dentro de la élite que gobernaba. Era frecuente compensar a quien te la proporcionaba trabajando algunos días para él, por la comida o sin ella. Todos los sacrificios eran pocos si conseguías alimentos para tu familia, aún cuando éstos eran comprados y no regalados.
Ya titular de la Cartilla de Racionamiento, podías comprar semanalmente un poco de arroz, unas judías pintas y hasta queso y mantequilla, etc. No era mucho, pero lo era todo.
En cada zona era distinto y por lo tanto no había un baremo exacto a seguir. En nuestro pueblo, los que "tenían suerte" podían adquirir (por persona y semana):
- Un cuarto de litro de aceite,
- Un cuarto de kilo de arroz,
- Un cuarto de pastilla de jabón,
- Un cuarto de kilo de judías pintas,
- Un cuarto de kilo de azúcar,
- Un cuarto de kilo de garbanzos y
- Un huevo.

Pero no todos tenían la cartilla, ni dinero para hacer la compra. Para éstos, habían raciones "de caridad" a las que no siempre accedían los más necesitados...
Ya lo dijo Jesucristo: "No todos estamos llamados a la mesa del Señor". El Señor, en este caso, era el Jefe local de Juventudes, el Párroco, el Alcalde del pueblo, etc. y "el favor" que uno u otro te prestaba al interceder por ti y por tu familia, lógicamente había que pagarlo de alguna forma. Unos jornales en sus fincas (sin cobrar) siempre eran bien recibidos. Los niños, en la escuela, recibían un tazón de leche por las mañanas y un trozo de queso o mantequilla por las tardes, que los americanos amablemente nos "regalaban", con la sola contrapartida de instalar sus Bases Militares en nuestro territorio..., pero todo ayudaba a llenar el estómago. También había racionamiento de tabaco y gasolina pero para los pobres el asunto no tenía gran interés, puesto que el tabaco (aún estando prohibido su cultivo) los agricultores lo sembraban en algún lugar apartado de sus fincas para no llamar la atención. La gasolina no hacía falta puesto que no tenían vehículo que mover.

Estaban prohibidas las reuniones de determinado número de personas y por lo tanto para dar de alta una Sociedad de determinada índole (Pozos, Agrícola, etc.) había de solicitarse el permiso correspondiente.
Los intelectuales abandonaron el país y otros murieron intentando que prevaleciera la libertad de pensamiento.
La censura se instaló en todas las costumbres ciudadanas, vigilando bares, cines, etc. y hasta la indumentaria con la que poder bañarse en la playa.
La Iglesia opinaba incluso sobre lo pecaminoso de los Bailes y censuraba especialmente la cinematografía y el contenido de las obras de teatro y variedades, por lo que el argumento se basaba fundamentalmente en obras clásicas. Sin embargo los escritores luchaban contra el sistema con creaciones cómicas que lo decían todo sin decir nada, siendo éstas las que más público atraían. A pesar de la sutileza del texto, muchas obras no llegaban a ver la luz y algunas se vieron interrumpidas por los censores en mitad de la función.
El cine, apenas familiarizado con la sonoridad, proyectaba películas épicas o exaltadoras de los valores patrios, familiares o religiosos. El argumento mostraba héroes militares y mujeres abnegadas; conquistadores y misioneros en tierras de infieles, siempre dispuestos al martirio. Las cintas que no entraban en esa catalogación, eran rechazadas o sufrían numerosos cortes que las mutilaban de tal forma que el argumento quedaba destrozado. Solo se salvaban las de corte folklórico o las comedias sin contenido político.

Tampoco la prensa escapó a la censura que fue estricta y rigurosa, sufriendo una vigilancia implacable. La libertad de expresión no existía y todo debía ser revisado antes de publicarse.
Los periodistas estaban vigilados por el poder político y al Director lo nombraba el Ministerio del Interior y no el propietario del periódico. No había instrucciones de publicación pero estaban muy bien valoradas las que pregonaban las excelencias del Régimen; por el contrario si que habían instrucciones para la no publicación de determinadas noticias. Una sanción frecuente era la reducción del cupo de papel. El deporte y especialmente el fútbol, al que el Caudillo era muy aficionado, fueron apoyados por el Régimen, pero también controlados. Tanto fue así que los primeros años la selección nacional salía al campo con la camisa azul y saludando con el brazo extendido, al modo fascista. El noticiario cinematográfico NO-DO, creado en 1.942 y obligatorio hasta finales del año 1.975 en todos los cines nacionales y de colonias, fue un importante instrumento de propaganda para el Régimen. Voz en "off" de Matías Prats, que en su última etapa llegó a ser su Director, nos presentaba al Caudillo en sus días de pesca o caza y en las diferentes inauguraciones de pantanos y fábricas, etc. La radio, para la minoría que la tenía en casa, hacía más llevadera la vida familiar de los años cuarenta y cincuenta, aunque lo más atrayente eran las radionovelas, partidos de fútbol y también la publicidad, entonces musical y divertida.

En los años cincuenta la radio era un objetivo familiar puesto que, aparte el fútbol y los noticiarios siempre interesantes, se emitían programas con canciones dedicadas y el importante consultorio de Doña Elena Francis, esto último del máximo interés para las féminas.
Una aventura en solitario era escuchar, por Onda Corta, las emisoras de La Pirenaica (Andorra) y de Radio Tirana (Albania), de dirección comunista y por lo tanto con contenidos contrarios a Franco y al Régimen, que en determinado horario emitían en español.
Poco a poco la censura fue relajándose y con ésta relajación llegaron los tímidos intentos de recuperación del pensamiento liberal y la revalorización de la obra de algunos republicanos como Azorín, Machado y hasta del propio Azaña, etc.
A finales de la década de los cincuenta la sociedad civil ya inició demandas de libertad política y social, reivindicación de culturas y lenguas nacionales que contribuyeron a la preparación de la futura democracia que ahora disfrutamos. De todas formas, la censura se mantuvo hasta 1.966.

Todo quedó relegado con la llegada de la Televisión en 1.950/55, aunque ésta no llegaría de forma general hasta algunos años después; primero fueron los bares y hogares más pudientes. La construcción de los diferentes repetidores que dieran cobertura a todo el territorio nacional tardaría más de diez años, por lo que ésta se recibía en muy malas condiciones. La imagen era mala y discontinua, pero aún así era una fiesta y los vecinos que no tenían el aparato visitaban a los que lo tenían para ver determinados programas. El éxito fue tan rotundo que en 1.961 había ya 320.000 aparatos vendidos y se calcula que entre 1.970 y 1.975 prácticamente todos los hogares tenían televisor. Sin embargo la inequívoca señal de que la miseria quedaba relegada y que una nueva vida, como ave Fénix, empezaba a resurgir en España... la dio el "600". Eso no era comprarse un aparato de radio ó un televisor. Era... ¡el no va más!. Sencillamente era algo, en lo que un pobre nunca había podido soñar: ¡Tener coche!. Patentado por FIAT-Italia y presentado por vez primera en el Salón del automóvil de Ginebra de 1.955, el "600" fue producido en España por SEAT desde 1.957 hasta 1.973.

La primera unidad salió de la factoría de la Zona Franca de Barcelona el día 27 de Junio de 1.957 y matriculado en Madrid fue facturado al precio de 73.500 Ptas. (aprox. 440 €)
La creciente competencia de otras marcas y modelos y especialmente el RENAULT-5 fueron mermando sus posibilidades de competir en el mercado y a pesar de haber intentado nuevos diseños, el día 3 de Agosto de 1.973 finalizó su producción, habiendo alcanzado la cifra de 797.419 unidades.
Los trabajadores de SEAT despidieron al último "600" que salió de la planta, con una pancarta que decía: "Naciste príncipe y mueres rey". El día 22 de Junio de 2.008, en el Paseo marítimo de Fuengirola (Málaga) su Alcaldesa Doña Esperanza Oña inauguró un monumento a su memoria. Se trata de una escultura a tamaño real. Durante el acto la alcaldesa recordó que los primeros veraneantes llegaron a esa localidad a bordo de este vehículo, considerándolo vinculado al inicio de la prosperidad de la provincia malagueña y de toda España en general. 

El primer coche de quien escribe fue un 600-D (segunda generación), después llegaría el E y después el L, sin contar algunas adaptaciones que surgieron después. Era de segunda mano y tenía 30.000 Km., comprándolo mi padre para que me desplazara más cómodamente al cuartel Tetuán 14 de Castellón, donde me había correspondido hacer el "servicio militar". Enterados que en Castellón había una tienda de vehículos de ocasión en la calle Zaragoza, montamos los dos en la "Guzzi 110" que tenía, bajamos a la capital para ver precios y posibilidades. Visto el vehículo, nos gusto su excelente conservación y el precio de 40.000 Ptas. que pedían pero exigimos, como prueba "de fuego", que el vendedor nos llevara a mi padre y a mí al ermitorio del Desierto de las Palmas en 4ª marcha y tocar el cambio. El vendedor se quejaba de que, aunque el coche estaba prácticamente nuevo, subir tan duras cuestas en la velocidad más larga era una barbaridad que ningún vehículo podía soportar, ya que en las curvas había que reducir... pero se avino a realizar la prueba.
El 600-D tenía 767 c.c., una potencia de 29 cv a 4.800 rpm y motor trasero con cuatro velocidades y apertura de puertas hacia delante. El vehículo conducido por el experto vendedor, se vio obligado a girar las curvas a una velocidad algo excesiva, pero nos subió a los tres hasta el lugar y en forma requerida. No hubiéramos necesitado llegar para comprobar que el motor estaba perfectamente, pero dejamos que la prueba se realizara hasta el final y la compra se llevó a cabo. Aunque parezca excesivo debo decir que, con ese coche, yo era el rey del campamento de reclutas. Hoy, aunque te compres un "Mercedes", nadie le dará mayor importancia pero tener un "600" entonces... ¡No se puede contar, hay que vivirlo!.

RAFAEL FABREGAT

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