Pero los Mendoza eran gente de mucho poder para discutir por estas minucias. Tanto poder tenía el cardenal Mendoza que, a pesar de sus múltiples deslices amorosos con numerosas damas, finalmente tuvo con Doña Mencía de Lemos hasta tres hijos de los que nunca renegó. La tan puritana Isabel la Católica, reina de España, decía al respecto que eran los "bellos pecados del cardenal". Las cosas, según quien las hace, son una cosa u otra...
Uno de esos hijos bastardos, después legitimados por los Reyes Católicos, sería justamente el primogénito Don Rodrigo Díaz de Vivar y Mendoza, después I marqués de Cenete y constructor de este castillo-palacio para su dama María Fontseca, a la que superaba en más de veinte años. En cuanto a su apellido, de todo punto ilegítimo, se debió a la pretensión de los Mendoza de estar emparentados con el Cid Campeador (Rodrigo Díaz de Vivar) hasta el punto de crear un condado con ese nombre en tierras de Jadraque y provincia de Guadalajara. Está claro que la Historia la escriben los hombres... Los hombres que mandan.
El castillo, recién terminado fue habitado durante ocho años por Rodrigo Díaz de Vivar y su esposa María de Fonseca. A pesar de ser obra relativamente reciente, todavía tuvo un importante protagonismo en la Guerra de los Moriscos (1568-1571) y especialmente violenta en esa zona del marquesado de Cenete. En esos años fue refugio de los cristianos viejos y acuartelamiento del marqués de Mondéjar. Abandonado durante siglos, a principios del siglo XX fue concertada su compra y traslado a Estados Unidos, aunque finalmente fue adquirido por su actual propietario. El castillo es en realidad un palacio renacentista del que faltan algunas piezas importantes desaparecidas durante sus muchos años de abandono.
A los pies del Castillo se encuentra el pueblo andaluz de La Calahorra, inferior a los 700 habitantes, cuando a mediados del siglo XX sobrepasaba los 2.200. Está situado a 1.192 msnm junto al Parque Nacional de Sierra Nevada. En época nazarí esta zona basaba buena parte de sus ingresos en el cultivo de moreras y la industria de la seda. También de todo tipo de cultivos que servían para la alimentación de la población y el ganado. Sin embargo a finales del XIX y principios del XX eso no fue bastante para una juventud que empezó a emigrar hacia Cataluña y el extranjero. Los viejos fueron muriendo y los nacimientos escasearon, abandonándose el campo. Más tarde el Castillo trajo visitantes al pueblo, naciendo la hostelería y los nuevos bares pero aquellos jóvenes que marcharon ya no volvieron jamás.
RAFAEL FABREGAT
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