Son muchos quienes resumen en tan solo tres palabras al salvaje oeste norteamericano del siglo XIX: ORO, SEXO, y REVOLVER. No andan desencaminados. Especialmente en los poblados fronterizos, ningún negocio fue tan lucrativo como el de la prostitución. Solo hay que tener en cuenta que las prostitutas suponían el 25% de la nueva población norteamericana y por sus cantinas, algunas veces desvencijadas y otras con lujos que no tenían parangón, pasaba buena parte del oro de los desgraciados mineros y el de los salteadores de caminos, trenes y diligencias. El cine nos ha mostrado una parte importante de lo que era subsistir en aquellos tiempos y lugares. El juego era también otra forma de entretenerse y, con trampas o sin ellas, manera de conseguir ese trago de alcohol y esa meretriz dispuesta a todo a cambio de unas monedas.
También había lupanares de alta categoría, donde se exigía el bien vestir y el buen comportamiento. Lugares donde el sexo oral no se practicaba por considerarlo conducta poco decorosa, solo típica de las francesas. De todas formas, unos y otros eran lugares sórdidos donde solo prosperaba el juego, el alcohol, las enfermedades venéreas y todo tipo de miserias. Aún así, incluso las mismas mujeres decentes, consideraban a los prostíbulos un mal necesario. Con tantos sitios donde desahogarse, ellas y sus hijas estaban más o menos a salvo. Claro que, en aquellos tiempos, los recientemente creados Estados Unidos eran todavía un territorio a medio explorar y estaba latente el peligro de los indios, dispuestos a perder la vida por sus históricas tierras.
El peligro de internarse en territorio desconocido era muy alto para los europeos, pero las ciudades estaban superpobladas y muchas familias y solitarios aventureros no tenían nada que perder. Emigrantes llegados de la vieja Europa y otras partes del mundo fueron internándose hacia el desconocido "oeste americano". Muchos murieron en el intento, pero hay que entender que no había otra solución. El problema principal eran los indios, nativos allí asentados desde muchos siglos atrás y que no estaban dispuestos a que sus tierras fueran colonizadas. Se enfrentaban a un territorio desconocido e interminable. Los rumores de penalidades eran muchos y bien fundados, pero aquello no detuvo a los colonos. Los pequeños pueblos, tantas veces vistos en la películas, se establecieron para ir cobijando a la población que llegaba de forma continuada y para dar los necesarios servicios.
Animales y herramientas para la minería, barberías, salones donde disfrutar sus horas de ocio, puestos avanzados para el ejército, autoridad local, herrería... Especialmente los viajeros de paso buscaban en estos pequeños pueblos un lugar donde comer, descansar y echar un trago. Mejor si, además, había disponible alguna chica con la que pasar un buen rato. Lo duro era que, en aquella primera expansión hacia el "oeste" eran todo hombres. Las familias se incorporaron más tarde, cuanto el territorio había sido descubierto y más o menos colonizado. No era extraño pues que algunos hombres se dieran a mantener relaciones sexuales con otros hombres, aún sin ser homosexuales, sin que aquello fuera mal visto. En fiestas organizadas por aquellos primeros colonos y especialmente en los bailes, una parte de ellos se vestían de mujeres y ejercían como tales.
Finalmente la necesidad de ocio de todo tipo hizo llegar a aquellos pueblos avanzados el tradicional "saloon" y las prostitutas que solían acompañarlos. Un simple farolillo rojo dejaba claro y patente si el "saloon" en cuestión tenía o no este servicio. Durante toda la mitad del siglo XIX eran más de 50.000 las mujeres que ejercían de meretrices en estos territorios interiores en expansión. Como se ha dicho anteriormente, en algunos lugares el número de meretrices era tan importante que superaba el 25% de la población. Muchas, al ser abandonadas por maridos o compañeros, no tenían otra alternativa que dedicarse a ello para poder subsistir. Otras, las más jóvenes y estimadas, eran resultado de la muerte de sus progenitores. El caso era que, perdida su virginidad, ya no podían encontrar marido. Algunas niñas eran capturadas por los indios y obligadas a unirse a ellos de por vida. Otras eran abandonadas después de un tiempo y ya eran mal vistas entre los suyos, no teniendo otra solución que hacerse prostitutas.
Algunas estaban casadas y el matrimonio vivía de los ingresos obtenidos. Incluso las había no prostitutas pero sí dedicadas al baile y al alterne en el mismo "saloon". Como en cualquier oficio había diferentes categorías, desde la que ofrecía sus servicios en plena calle o la que lo hacía en un hotel bien equipado. En algunos pueblos una "madame" mantenía activas a mujeres de edad más avanzada en sus propios domicilios. Como tantas veces hemos visto en el cine, la mayoría de los prostíbulos eran de dos plantas: Bar, música y juego en la planta baja (saloon) y habitaciones en el primer piso. En los locales más refinados, las prostitutas estaban obligadas a comportarse con decoro, vestir corsé y jamás decir ninguna palabrota antes de subir a la habitación. Es lo que gustaba a los hombres. Que fueran damas en la sala de estar y putas en el dormitorio. En unos y otros locales, todas las mujeres sin protección alguna, los embarazos y las enfermedades venéreas eran algo común. Cuesta entenderlo pero, así era el salvaje oeste siglo y medio atrás.
RAFAEL FABREGAT
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