Saná está próxima al Golfo de Aden, en plena Ruta de la Seda y de las Especias asiáticas. La tradición dice que la fundó Sem, el primogénito de Noé y por tanto centro de peregrinación donde fue construida una catedral con el apoyo del emperador Justiniano I de Bizancio. Por su estrechas callejuelas han pasado persas, judíos, musulmanes y cristianos, como ahora pasan los de Al-Qaeda, es decir, todos armados y empeñados en que los locales lo dejen todo para seguir sus creencias. Desde el año 628 la ciudad es oficialmente musulmana. Otros palacios y lugares de culto fueron arrasados o adaptados a la nueva religión. El principal monumento es la Gran Mezquita que, según dicen los historiadores, está emplazada en lo que fue la antigua catedral cristiana y bizantina.
Los habitantes de Saná apenas se enteran de que hay otros mundos paralelos al suyo. Es un coto cerrado donde la escasas imágenes divulgadas por su TV estatal son examinadas en lupa por la censura política y religiosa que las emite. La mejor imagen de inamovilidad está pues en la calle, en sus mercados, más de 40 zocos especializados en productos diferentes, donde con dinero se puede encontrar de todo. Incluso armas artesanales de todo tipo, forjadas a la antigua usanza. Saná es un museo al aire libre. La llamada 'ciudad vieja' es Patrimonio de la Humanidad desde 1.986 y lo es en base a sus 106 mezquitas, sus 12 hammans y sus 6.500 casas anteriores al siglo XI. Entre sus enrevesadas callejuelas construcciones de adobe de hasta ocho pisos de altura, con fachadas decoradas y ventanas con vidrieras de colores, todas parecidas pero ninguna igual.
A quienes tengan la osadía de ir, se le aconseja que visite el Museo Nacional de Yemen y el Palacio de Ghumdan, de la época del Reino de Saba en el siglo III, que curiosamente ha sobrevivido a todos los conflictos habidos y por haber, no sin muchas reconstrucciones pero manteniendo siempre su esencia. Es cruzar la puerta de Bab al-Yaman, cruzar las murallas de Saná y entrar en otro mundo que, a pesar de sus muchas dificultades y estrecheces, mantiene vivos estilos de vida que en el mundo occidental hace siglos que dejaron de existir. Todo un escenario de cuentos medievales, de auténticas leyendas. Algo que jamás podríamos pensar que todavía exista en el siglo XXI... Un tesoro que el día que se pierda, nadie podrá recuperar. Desde luego es arriesgado, yo no pienso ir, pero sin duda valdría la pena correr ese riesgo.
RAFAEL FABREGAT
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