2 de noviembre de 2015

1927- GÉNOVA, NÁPOLES Y LA SÍFILIS.

Carlos VIII de Francia.
Nadie ha dudado nunca de la potencia económica y política de Francia. Ya en siglos lejanos Francia era considerada primera potencia europea, en consonancia con los reinos británicos y alemanes que se disputaban el liderazgo. Al fin y al cabo todos formaban una misma familia, entroncada a partir de raíces comunes. A finales del siglo XV y tras recuperarse económicamente de la Guerra de los Cien Años, Francia, regida en aquellos años por Carlos VIII llamado por los españoles "el Cabezudo" por su testa prominente, se propuso el reto de alcanzar la cumbre europea dominando la península itálica. En el conjunto de ciudades-estado italianas destacaban por su importancia Milán, Florencia, Venecia y Nápoles, mientras el Papa malmetía entre unos y otros. En la silla de Pedro se sentaba aquellos días Alejandro VI, el Papa español de la Casa de los Borgia, que Dios tenga donde se merezca. 

Entrada de Carlos VIII en Florencia.
A la muerte del aragonés Fernando I de Nápoles (1494) el Papa ofreció a su hijo Alfonso II su apoyo, al tiempo que advertía a Carlos VIII de lo inconveniente de lanzarse a la conquista de Italia. El francés hizo caso omiso al consejo papal y emprendió la invasión con un ejército de 40.000 hombres. A su paso por Saboya y Florencia sin dificultad, fue jaleado como si fuera soberano de todos los territorios itálicos, pero en realidad la impresión causada a los nobles italianos fue más bien nefasta. Invocando derechos de la Casa de Anjou anteriores a la conquista aragonesa, el principal objetivo de Carlos VIII era Nápoles, pero sin querer entrar en conflicto con los Reyes Católicos españoles, engordado con las riquezas americanas. 


Gonzalo Fernández de Córdoba, el Gran Capitán.
Carlos VIII se reunió en Roma con el embajador español Antonio Fonseca, tratando renovar el Tratado de Narbona (1492) de amistad y cooperación, pero consiguió justamente lo contrario. Conocidas las intenciones del monarca francés de invadir Nápoles, Fonseca rompió en su presencia el tratado de concordia franco-español diciendo: "...ya que vuestra Alteza ha quebrantado su palabra borrando este capítulo, doy los demás por anulados". Y acto seguido rasgó el documento. Carlos VIII hizo caso omiso a aquella supuesta amenaza y siguió camino hacia Nápoles donde encontró las puertas abiertas, ante la fuga de Alfonso II hacia España en busca de la protección de los Reyes Católicos. Con escaso interés éstos reclutaron un contingente de peones castellanos y pusieron al frente del mismo a un segundón (Gonzalo Fernández de Córdoba) que había brillado en la guerra de Granada.


Derrota francesa en la Batalla de Ceriñola.
Extraña combinación. Un comandante castellano, en defensa de intereses aragoneses, en tierras italianas. Sin embargo aquel comandante "segundón" cambiaría rápidamente de apodo y pasaría a llamarse "el Gran Capitán". Ya antes de su desembarco en tierras italianas Carlos VIII había tenido que ceder terreno por las alianzas habidas entre los diferentes dirigentes de las ciudades-estado. Milán, Venecia y Mantúa habían recuperado buena parte de las tierras conquistadas por los franceses a su llegada. Tras diferentes reveses Carlos VIII regresó a Francia y desde allí asistió a la recuperación española de Nápoles, a manos del llamado Gran Capitán. Sus tropas derrotadas, heridas y enfermas hubieron de regresar a Francia, con las orejas gachas y sin conquistar un palmo de terreno. Carlos VIII nunca consiguió volver a tierras italianas. 


Según escribió Voltaire muchos años después, cuando los franceses de Carlos VIII (1470-1498) fueron a la conquista de Italia en 1495 no solo consiguieron hacerse con Génova y Nápoles por un corto espacio de tiempo, sino que también se llevaron a su país una grave epidemia de sífilis sin precedentes, que se achacaba a Cristóbal Colón como viajero que la había traido de América. "Tormentos del Infierno, por gustar de las delicias del Paraíso en brazos de una bella doncella, cuyo germen provenía de un franciscano, una marquesa, un paje, un jesuita y posteriormente de Colón". Según Voltaire, a pesar del sufrimiento que transmitió la bella doncella, daba por bien empleado que Cristóbal Colón se emponzoñase de la enfermedad pues sin él los europeos tampoco tendríamos el chocolate, las patatas, los tomates y el tinte de las cochinillas. 
Hombre, visto así...

RAFAEL FABREGAT

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