5 de noviembre de 2015

1930- UNA BELLA MENTIRA.

- ¿Por qué a ti todos te aman y a mi todos me temen? -le preguntó la muerte a la vida. La respuesta no se hizo esperar...
- Porque yo soy una bella mentira y tu una triste realidad.
Hoy, como en tantas ocasiones, he visto en la prensa una foto nocturna de la Tierra y me he puesto a pensar, también como en tantas ocasiones, en lo poco que somos y lo mucho que creemos ser. Nada menos que 7.000 millones de "bichitos" en una lucha constante por superar a los demás o por robarles los logros que tanto les ha costado reunir. A las buenas o a las bravas.
- ¿Qué clase de vida es esta? -me pregunto. Y total, ¿para qué?. Por cuatro días que estamos en este mundo, ¿qué necesidad tenemos de vivir con tales ambiciones y tan poca consideración a nuestros semejantes?. 

Claro que esta ya es cuestión muy diferente porque, ¿qué necesidad hay de ser generoso con los demás, si éstos no lo son contigo?. La caridad empieza por uno mismo. Conforme a las leyes del egoísmo, que no son otras que las del instinto de supervivencia, nadie llevará nada bueno a tu casa y serás tu mismo quien tendrás que proveerla de lo necesario. Si esto es así, que así es, resulta incluso chocante que haya personas con (estúpida) caridad. Cuestiones de religión, claro está, porque el hecho de que uno sea o no generoso con los demás no te llevará a un cielo o a un infierno que todos sabemos que no existe. Se trata simplemente de normas que la propia raza humana ha creado como forma de convivencia.

¿Alguien se ha parado a pensar, qué sucedería si todos lo tuviéramos tan claro?. El caos, sin ninguna duda. No hay premio o castigo, más allá de la vida. Lo bueno o malo que pueda sucedernos está aquí, entre quienes nos rodean. Es aquí donde está el Cielo y el Infierno, pero no siempre para quienes lo merecen. Los delicuentes sin remisión, no son otra cosa más que gente inteligente que, puesto que el castigo celestial no existe, tienen claro que solo el terrenal es el que deben esquivar. Desde los primeros tiempos, alguien se dio cuenta que el castigo físico no era suficiente para dominar a la inteligencia humana. Había de crearse un miedo mayor para domar los ímpetus naturales de esta raza superior. 

Personas con fuerzas limitadas y una inteligencia muy superior a la media encontraron rápidamente la solución, porque esa es la grandeza del ser humano. Cuando para luchar te faltan las fuerzas, te queda todavía la inteligencia. No siempre es el más fuerte el que gana la batalla, sino el que mejor sabe jugar sus cartas. Fue entonces cuando el débil, en este caso el hechicero, le ganó la batalla al jefe de la tribu, amenazándole en nombre de Dios. Fuera cual fuera la climatología o el estado de salud de determinada persona, siempre podía achacarse a un Dios del que, según el hechicero, él era intermediario. ¿Qué jefe podía tener mayores poderes que dominar el tiempo y la salud de sus semejantes?. ¡Y sin manejar arma ninguna!.

En este mundo miserable solo hay dos tipos de personas: los que trabajan y los que piensan. No hay nadie que pueda hacer ambas cosas, porque una le quita tiempo a la otra. El hecho de no trabajar para vivir, te da tiempo y libertad para desarrollar tu inteligencia y para poder aplicar este conocimiento. Trabajar te impide pensar y es por ello que a los gobernantes les interesa que todos tengamos trabajo. El trabajo de las "ovejas" les da (a ellos) productividad y amansa el "rebaño", un símil burdo pero que todos entendemos a la perfección. Entonces, si nos atenemos a ello, ¿qué es la vida sino una bella mentira?. En cuanto a la muerte... ¡No hay que temerla, pues solo es el escape a las injusticias que la vida trae consigo!.

RAFAEL FABREGAT 

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