15 de febrero de 2012

0608- LA PIRATERIA BERBERISCA.

Una frase ingeniosa, de doble significado, ha quedado grabada en las mentes levantinas: "Hay moros en la costa".
Se dice cuando alguien puede estar escuchando algo que no deseamos que se sepa. 
En los pueblos de la posguerra se decía también aquello de: "Hay ropa tendida". 
En fin, simples anécdotas que nos hablan, en el primer caso, del interés con el que se oteaba el horizonte en los pueblos costeros mediterráneos de siglos pasados, en busca de barcos piratas.
El caso no era para menos, dada la ferocidad de aquellos mercenarios que saqueaban las viviendas de los pobres labriegos y abrían a un hombre en canal por unas simples monedas. 
De la misma forma, el hecho de haber ropa tendida también era una fórmula de aviso para el amante, que no debía entrar en la casa por encontrarse la madre o el marido en la misma. 
Hoy se emplea cuando hay una tercera persona, normalmente un niño, que no deseamos que escuche determinada conversación.

En fin, este no es el meollo de la entrada, pero uno se va por las ramas y ¡hala...!
Empezando por el final diremos que, hasta bien entrada la década de 1.830, no se eliminó completamente la piratería que había asolado el tráfico marítimo y los pueblos costeros del Mediterráneo durante siglos. 
Desde la Baja Edad Media lo de ser "pirata" era casi un oficio.
Con base en los puertos marroquíes y en todo el norte africano, tras la caída de Constantinopla en el siglo XVI las oleadas de piratas berberiscos y corsarios asolaron estas aguas; aunque el inicio del problema comenzó mucho antes... 
Desde la reconquista del Levante español a los moros llevada a cabo por el rey Jaime I de Aragón, aquellos que fueron expulsados servían a los cabecillas piratas como informadores de las posibles riquezas a encontrar en determinados puertos levantinos.

Torre de Mañes. Cabanes (Castellón).

Los numerosos ataques de la piratería berberisca al litoral levantino se dio pues a partir de mediados del siglo XIII, lo que motivó la construcción de numerosas atalayas que todavía hoy podemos contemplar en nuestras costas, aunque la mayoría de ellas data del siglo XIV. 
Se trataba de altas torres ciegas de mampostería, normalmente con puerta elevada, a las que se accedía por medio de escalera de madera que era retirada ante un posible ataque y que las hacía poco menos que inexpugnables. 
En estas fechas la práctica de la piratería era poco menos que habitual y también los catalanes la practicaban en las costas orientales mediterráneas, junto a corsos, venecianos y otros muchos pueblos. 
Mucho más cerca, en la región de Marsella (1.360) los corsarios catalanes provocaron expolio y daños por valor de 40.000 florines de oro que están reflejados en quejas recibidas por la corona de Aragón. 
En el siglo XV y desde la conquista cristiana de Granada y la turca de Constantinopla, Greta y Chipre, la piratería mediterránea era un despliegue de organización y efectividad.

Corsarios turcos y piratas berberiscos atacaban naves y pueblos costeros cristianos desde el punto de vista de "Guerra Santa" en la que cualquier masacre quedaba convertida en algo noble y ejemplarizante. 
Desde sus puertos norteafricanos atacaban cualquier punto del sur europeo y se replegaban rápidamente. 
Desde sus fortalezas flotantes atacaban el Levante y sur de la península Ibérica, Baleares y Sicilia, así como el sur de Italia, expoliando cuanto encontraban a su paso y llevándose rehenes por los que pedir el consiguiente rescate. 
No deja de ser extraño que práctica tan deleznable durara tantos siglos. 
Los historiadores nos dicen que el motivo principal era que los monarcas castellano-aragoneses daban escaso valor económico a las tierras litorales, a menudo plagadas de enfermedades muy presentes entonces en los humedales costeros.

Con la llegada del siglo XVII la piratería berberisca llegó a su máximo apogeo, llevando naves ya modernizadas por todo el litoral atlántico. 
Se atacaron las costas de Galicia e incluso Islandia, insinuando algún historiador que alguna embarcación pudo llegar hasta las costas de Groenlandia. 
Con la pérdida de efectivos marítimos, debido a la Guerra de Sucesión Española (1700-1714) la piratería mediterránea se fortaleció nuevamente. 
Hasta principios del siglo XIX la piratería no remitió. 
En 1.830 Francia destruyó la mayor parte de la flota berberisca y aprovechó la victoria para establecer una colonia francesa en Argelia. 
En los años siguientes, la presión internacional y el apoyo del Imperio Otomano de acabar con esta práctica, dio fin a la piratería norteafricana.

RAFAEL FABREGAT

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