La gente tiene miedo. Yo tengo miedo. Son pocos los que se atreven a votar a un partido (VOX) denominado de extrema-derecha. Hace relativamente poco tiempo que finalizó la larga dictadura de Franco y, a quienes la conocimos, nos da un cierto repelús votar a quienes pregonan a grito pelado que una buena dosis de aquello es lo que le hace falta a nuestro país, para limpiarlo de tanto gamberro suelto como tenemos en nuestras calles. Naturalmente no nos gusta el libertinaje del que muchos usan y abusan en nuestras ciudades, pero tampoco las medidas dictatoriales. Las dictaduras nos asustan puesto que no siempre se usa esa fuerza para corregir el mal que nos atenaza. Yo soy español y democrático convencido, pero pienso también que, demasiada potestad, puede también ser aprovechada para eliminar de la circulación a quienes no comulgan con sus ideas y eso es contrario a lo que queremos los demócratas.
El problema está en los abusos que, tanto en dictadura como en democracia, siempre se hacen. Lo lamentable es que no existen los tonos intermedios y quien está en el poder siempre abusa del mismo. No podemos evitarlo. Es la lacra del ser humano. De todas formas no estoy de acuerdo en que se llame fascistas a la gente de derecha, ni tampoco dictadores. Fascista es todo aquel que quiere imponer su voluntad sobre la del resto. También la izquierda tiene fascistas en sus filas. Siempre criticando al que manda y, si logramos en determinado momento mandar, pecamos del mismo defecto. Todos sabemos que solo un partido fuerte y duro podría acabar con tanto despropósito como estamos viendo. Todas las autonomías tirando de la manta, dejando al desfavorecido con el culo al aire, sin la más mínima misericordia hacia las zonas más pobres. ¿Justicia y caridad?. Ninguna. ¡El comunismo no existe!. "No voy yo a trabajar como un burro para regalar el fruto de mi trabajo a todos aquellos que se pasan el día en el bar" -pensamos todos. Hay una parte importante de razón en esas palabras pero el Refranero nos dice que "vale más dar que recibir". Sí, sí -pènsamos también- pero más justo es que cada cual recoja el fruto de su trabajo.
A todos nos irrita que otros estén en el bar mientras tu haces más horas que un reloj, para sacar a tu familia adelante. La caridad empieza por uno mismo y quien va por el camino de la verdad no tiene el por qué tolerar que otros abusen de las libertades que los demócratas nos dimos cuarenta años atrás. Resulta paradójico que, en este momento del país, en el que cada cual es libre para elegir su destino, algunos aprovechen esa libertad para cortar carreteras, quemar contenedores de basura y arrancar adoquines de las calles para estrellarlos contra negocios particulares o lanzarlo incluso a la propia policía. ¿Es para eso que querían la libertad?. Eso no es libertad, sino libertinaje. Yo soy español, como lo es y lo siente la mayoría de habitantes de este país, pero estamos cansados de ser los tontos de la película. Ya está bien. Gente de todos los pueblos y aldeas emigraron a otras regiones y, con su esfuerzo y no pocos sacrificios las hicieron más ricas de lo que ya eran. Tanto que ya buscan caminar por sí solas y aparte. Olvidan los que llegaron, que allí fueron para buscar su progreso, no para olvidar de donde venían. De hecho, muchas de esas gentes, en vacaciones vuelven a esos pueblos que vieron nacer a sus antepasados o a ellos mismos. Mal hacen los desnaturalizados que olvidan quienes son y de donde vienen...
RAFAEL FABREGAT
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