FE, ESPERANZA y CARIDAD son las tres virtudes teologales que tradicionalmente cuenta la Iglesia como hábitos que Dios imprime en la inteligencia de cada ser humano para que éste las administre a conciencia y en plena libertad. Aparte de éstas hay otras complementarias y más terrenales que son las virtudes cardinales.
Para demostrar la existencia de las virtudes teologales, los cristianos suelen partir de ciertos textos de las Sagradas Escrituras que, reunidos en el mismo compendio de fe, suelen decir que Dios nos dio el amor por medio del Espíritu Santo, momento a partir del cual permanece en nuestros corazones no solo el amor, sino también la esperanza y la fe en su existencia y en las enseñanzas de su hijo Jesucristo.
No se trata de verdades demostradas, sino espirituales, simple cuestión de fe.
En el siglo XII el papa Inocencio III, de vida humilde y destacable, por predicar siempre con el ejemplo de sus actos, hablaba de las discusiones sobre si los niños recibían las virtudes teologales al ser bautizados.
Inocencio III dijo que efectivamente llegaban con el bautismo y servían para ayudar a los cristianos a establecer su relación con Dios.
Inocencio III dijo que efectivamente llegaban con el bautismo y servían para ayudar a los cristianos a establecer su relación con Dios.
El bautismo requiere de las virtudes teologales, por lo que no puede haber uno sin las otras ni éstas sin el bautismo.
A partir del bautismo la fe permite la oración y el diálogo con Dios.
La esperanza del retorno de Jesucristo y la caridad derramada por el Espíritu Santo en el corazón de los cristianos, se convierte en vía de comunicación con el Santo Padre celestial.
Así de clara y contundente es la enseñanza católica al respecto de las virtudes teologales.
Algo más terrenales, repito, son las virtudes cardinales...
Algo más terrenales, repito, son las virtudes cardinales...
Para los griegos la excelencia de una persona consistía en el cultivo de la Fortaleza, la Templanza y la Justicia pero Platón, en un compendio de filosofía política sobre el estado ideal (La República), añadió una cuarta que era la Prudencia, como forma de impartir mejor la justicia. A partir de ese momento fueron cuatro y no tres las virtudes cardinales.
Estas virtudes fueron plasmadas también por Cicerón en su Tratado del año 44 a.C. sobre los deberes u obligaciones del ser humano y por el emperador y filósofo Marco Aurelio en su gran obra "Meditaciones", escrita entre 170-175 d.C. en griego helenístico y en la que expone lo que podría ser el modelo perfecto de gobierno.
Este emperador, de origen hispánico, fue el último del grupo de los llamados "Cinco Buenos Emperadores" y la figura más representativa de la filosofía estoica.
Posteriormente, el Cristianismo añadiría las virtudes teologales como complemento a lo que debería ser una vida de paz y amor entre todos los hombres, nuestros hermanos.
Desde el punto de vista de la teología Católica, las virtudes cardinales disponen al entendimiento de los hombres, pero es la razón iluminada de la Fe la que lleva a dicho entendimiento.
A estas virtudes (cardinales) las preside la honestidad del ser humano, pero no tienen presente a Dios.
Su objeto es ético, precursor del bien como fundamento moral, sin buscar ninguna intercesión divina.
Partiendo de textos de las Sagradas Escrituras, Santo Tomás de Aquino y otros escribieron más o menos lo siguiente:
"Si amas la justicia, el fruto de su sabiduría es la virtud, porque ella enseña la prudencia, la templanza y la fortaleza.
"Si amas la justicia, el fruto de su sabiduría es la virtud, porque ella enseña la prudencia, la templanza y la fortaleza.
Juntas son la mayor virtud en la vida de los hombres".
Para ello... "Debemos mostrar en nuestra fe virtud, en la virtud ciencia, en la ciencia templanza, en la templanza paciencia, en la paciencia piedad, en la piedad fraternidad y en la fraternidad caridad.
El resumen de todo ello es el amor.
El resumen de todo ello es el amor.
Si la humanidad dejara a un lado egoísmos y fijara su meta en el bien común, amándose como hermanos que son, la vida sería tal paraíso que no sería siquiera necesario pensar en el Cielo como meta a encontrar tras la muerte.
El Cielo estaría aquí, en la Tierra...
RAFAEL FABREGAT
RAFAEL FABREGAT
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