22 de enero de 2013

0904- LA TRIBU DE LOS MARDUS.

Los Mardus son aborígenes del desierto australiano occidental. 
Antiguamente eran cazadores-recolectores trashumantes y aunque en la actualidad ya están integrados en la civilización, siguen con sus creencias de que seres sobrenaturales influyen no solo la vida del más allá, sino también en los altibajos de su vida diaria. Adoran todos los utensilios de caza o recolección heredados de sus ancestros, en la total convicción de que éstos les fueron entregados a sus antepasados por estas divinidades. 
Estas tribus practican la circuncisión y se consideran obligados a permanecer de por vida en las tierras de sus ancestros para cuidar de ellas y de los espíritus que se supone conviven con ellos. 
A la llegada de los europeos, estas tribus fueron despreciadas y marginadas. Intentando acabar con sus arcaicas costumbres, los misioneros cristianos obligaron a los Mardus a escolarizar a los niños inculcándoles a éstos que no debían seguir las costumbres de sus padres, especialmente las religiosas, los ritos y las pinturas corporales que las acompañaban. 



Los misioneros blancos decían ayudarles a su integración en el mundo civilizado y a enseñarles la verdadera fe en el único dios verdadero, pero ellos desconfiaron siempre de las intenciones de aquellos que llegaron de fuera, intentando cambiar de un plumazo las enseñanzas heredadas de sus antepasados. 
De hecho, aún hoy siguen luchando por sus derechos y para mantener las libertades que tuvieron en otro tiempo, en el que vivían integrados en la naturaleza y por tanto en plena libertad. 
Tras la invasión de su territorio, los Mardus fueron desplazados de sus tierras y sometidos al normal control administrativo. 
Como anteriormente ocurriera con los indios americanos también ellos fueron reubicados en reservas al efecto, creadas por los invasores. 





Por su ancestral forma de vida, el pueblo Mardu disfruta de grandes dotes de paciencia. 
Para los hombres, poder cazar cualquier animal significaba horas de paciencia detrás de un arbusto y no siempre salir premiado de tan larga espera. 
Las mujeres eran las encargadas de buscar y recoger mediante palos y cuencos los frutos silvestres que arrancan de los árboles, también después de largas horas de caminata y búsqueda, algunas veces infructuosa. 
Los niños, mientras juegan, buscan pequeñas ramitas con las que encender el fuego. 
La vida de estas gentes ha sido siempre extremadamente precaria.


Hacia 1.960 más de 300 familias mardu vivían asentadas forzosamente en el territorio de Wiluna, al borde del desierto. 
En la misión, en la reserva o en alguna instalación ganadera, pero siempre sometidos al toque de queda y, como se ha dicho antes, marginados y despreciados por los blancos con los que estaban obligados a convivir.  Sin embargo los Mardus son gente inteligente que han luchado y luchan por sus creencias y libertades. 
Su mayor problema ha sido siempre el escaso número de indivíduos pero, aún así,  su situación empieza a serles favorable pues empiezan a contar con casas y negocios propios, así como personal sanitario y educacional aborigen, que puede devolverles poco a poco su deseada autonomía.

De todas formas la presión soportada por estas gentes en las últimas décadas, ha sido de tal magnitud que difícilmente pueden olvidarse las afrentas sufridas. La política sigue siendo asimiladora y ellos siguen luchando a día de hoy por la defensa de sus derechos de autogestión sobre los recursos que les son propios. En 1.967 se aprobó en Australia un referéndum que permitía al gobierno legislar en nombre de los aborígenes de las diferentes tribus existentes en el territorio y cuyo resultado han sido políticas que promueven la autogestión de estos pueblos nativos. Sin embargo trasladar las normas escritas a la vida real es un largo camino que hay que recorrer con paciencia. Tanta, que los Mardus empiezan a temer que los blancos jamás les tratarán como a iguales y que solo la vida por separado será capaz de devolverles los derechos que les corresponden. 

Sin embargo hay que entender que, en un mundo tan globalizado como el actual, tampoco es ese el camino adecuado. 
Como antes sucedió con la gente de color, los blancos deben respetar a los pueblos aborígenes y colaborar con ellos para una total y justa integración, de la misma forma que estos aborígenes irán actualizando sus ideas al mundo y vida actuales.  
Es de esperar que con el tiempo las aguas vayan volviendo a su cauce y que la convivencia entre unos y otros sea posible y en paz. 
Para lograr estos objetivos no es necesaria la guerra entre los diferentes pueblos y razas, sino la paciencia de la que los Mardus siempre han hecho gala. 

Es necesario trabajar, eso si. Que hablen de uno aunque sea mal y rezar para que, con la mayor celeridad posible,
 el tiempo ponga las cosas en su sitio y las reparta en su justa medida. 
Al menos hasta que las nuevas generaciones vengan al mundo integrados y en libertad absoluta. 
Claro que, para eso, hace falta siempre un empujoncito que en la mayoría de las ocasiones solo a golpes suele conseguirse. 
Así es la vida de injusta, pero los pobres poco podemos hacer para cambiarla...

RAFAEL FABREGAT

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