20 de junio de 2014

1417- LA SANGRE AZUL.

En el habla hispana, provenir de "sangre azul" se entiende como descender de la nobleza. Esta frase nació en la España del siglo IX, con una cantidad ingente de judíos en todos los sectores de la sociedad y militarmente dominada por los moros. En aquellos tiempos, trabajando la práctica totalidad del sector productivo en la agricultura, era lógico y natural que toda la población estuviera quemada por los rayos del sol, motivo por el cual las venas próximas a la piel no se dejaban ver. La falta de higiene también ayudaba bastante. Todos eran morenos en aquel momento, a pesar de que nadie iba a la playa. Ser de "sangre azul" o de piel blanca, era sinónimo de provenir de noble cuna.


Es por ello que la gente empezó a acuñar el concepto de "sangre azul" al referirse a la gente noble que, al no darles el sol, dejaban entrever en las muñecas las características venas azules, cuya presencia no protege la piel blanca. Por otra parte también la nobleza presumía de ser de raza pura, descendiente de los visigodos, y no mezclada con sangre judía o mora, gente de natural morena. Aquella sangre "pura" teñía de azul las venas de todos aquellos que no trabajaban en el campo, es decir, de los que no trabajaban al sol. Justamente por eso y de forma despectiva, se les llamaba también "de sangre azul" a todos aquellos que trabajaban en diferentes oficios locales. Los agricultores llamaban  "Gosos de poble" (perros de pueblo) a la gente de oficio, pobres como ellos, pero que estaban al resguardo de los rayos solares.


Los nobles de la época se dejaban su sangre en los numerosos campos de batalla y todos tenían claro que también la suya era roja como la de los demás. La única diferencia era que, espada en alto, los aristócratas exhibían bajo su piel pálida las venas azules características en todo brazo al que no le da el sol con frecuencia. Por eso debemos entender que aquello de "el príncipe azul" era tan solo una manera despectiva del pueblo de referirse a todos los que ejercían oficios que desde su punto de vista no podían llamarse trabajo y mucho más a la aristocracia y a sus servidores. Ese detalle les distinguía del resto de la tropa, principalmente formada por los campesinos reclutados para tal fin, cuando se requería de su ayuda frente al enemigo.


Los aristócratas se veían así mismos como una raza noble, diferente, biológicamente distinta y superior. Y verse las venas azules era una forma de corroborar sus creencias, sin pararse a pensar que todo era motivado por su falta de exposición a los rayos solares. Esta creencia arraigó y se prolongó hasta bien entrado el siglo XVI. Los aspirantes a hidalgo, tenían no solo que aportar testimonios de su destreza en diferentes aptitudes guerreras, sino que habían de exhibir también aquellas venas que determinaban su "pureza de sangre", imprescindible para demostrar su hidalguía. Con estas pruebas se demostraba no solamente su cristiandad, sino que en su genealogía no había mezcla de sangre judía o conversa.


Ya una vez justificado lo anterior, la hidalguía se heredaba siempre que hubiera cuatro generaciones anteriores de hidalgos. Los hidalgos estaban exentos de pagar impuestos, pero tenían a cambio obligaciones guerreras. Una vez se accedía a esta clase social, era casi obligado que los matrimonios se concertaran entre las diferentes castas, de tal manera que se preservara la nobleza de sangre. Por increíble que nos parezca en la actualidad, el color de la piel era entonces rasgo suficiente para determinar la clase baja de una persona y por lo tanto el posible rechazo de una relación con fines matrimoniales. Aunque acuñado en España, el término de "sangre azul" se extendió rápidamente por buena parte del mundo, especialmente por Europa y Asia.

RAFAEL FABREGAT

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