4 de julio de 2020

2990- EL CASTILLO DE WINDSOR.

Es el castillo más famoso del Reino Unido, por varias razones. Levantado por Guillermo I el Conquistador en el siglo XI, es el segundo castillo habitado más antiguo del mundo, siendo el primero el Real Alcázar de Sevilla (España). Como bien dice su nombre este famoso castillo inglés se encuentra en Windsor, condado de Berkshire y ha cobijado a numerosos monarcas sin interrupción desde el siglo XII, siendo el primero de ellos Enrique I de Inglaterra. Lejos de deteriorarse, como suele ser lo habitual en este tipo de construcciones, este castillo no ha hecho más que ampliarse y mejorar, debido justamente a estar frecuentemente habitado por la Familia Real Británica. Además de sus lujosísimas estancias, el Castillo de Windsor cuenta con la Capilla de San Jorge (S.XV), calificada como logro supremo del gótico perpendicular inglés, etapa histórica que debe su nombre a su énfasis en las líneas rectas.

Inicialmente de madera, el Castillo de Windsor iniciaría su transformación pétrea con el reinado de Enrique II que sustituyó las empalizadas y construyó la Puerta del Rey entre 1165 y 1179. Sin embargo la murallas de piedra empezaron a deteriorarse en el lienzo sur por su exceso de peso y falta de cimentación. Todo ello fue corregido, trasladando la muralla más alejada de la base de la mota inicial. Este mismo monarca también remodeló las estancias interiores para una mayor comodidad. Todos y cada uno de los reyes que le siguieron fueron añadiendo diferentes estancias y capillas según las modas de la época. El resultado fue una clara división entre los espacios privados de la realeza que lo ocupaba y los dedicados a mostrar la cara pública de la monarquía reinante. A finales del siglo XIII el castillo sufrió un importante incendio que demandó la intervención de obras y restauración, aunque el Gran Salón del recinto inferior no fue reconstruido.

Nacido en este castillo, Eduardo III le dio gran uso y fue en 1344 cuando fundó la Orden de la Mesa Redonda, creando nuevos edificios para sede de esta nueva Orden. Por alguna razón el propio rey abandonó esta Orden y fundó la de La Jarretera, también cobijada en el mismo castillo. Si bien ya era entonces una importante construcción, Eduardo III la hizo todavía más impresionante y lujosa, pues buena parte del presupuesto lo gastó en mobiliario y lujosas decoraciones. Se estima que fue sin duda el proyecto arquitectónico más caro de toda la Edad Media en Inglaterra. Lejos de disminuir, con los siglos el uso del castillo fue aumentando y en él se celebraban todo tipo de fiestas y acontecimientos de la monarquía. Se completaron capillas y se remodelaron estancias para adecuarlas como lugares en los que celebrar todo tipo de recepciones y visitas diplomáticas internacionales.

Con la llegada de la Guerra Civil inglesa (1642) el castillo fue ocupado y la capilla de San Jorge expoliada. Más 100 Kg. de oro salieron solo de ella, pero fueron muchos más tesoros los que desaparecieron del castillo-palacio... La capa enjoyada de Eduardo IV, órganos, vidrieras, libros, capilla de la Virgen y hasta partes de la tumba de Enrique VIII. Tropas realistas atacaron el castillo para liberarlo, pero fueron incapaces de traspasar sus murallas. Los canónigos residentes fueron expulsados, el claustro convertido en prisión de los realistas capturados y la capilla convertida en polvorín. Hasta 500 ciervos fueron capturados en las reservas reales y asados con parte de los vallados de madera. En 1647 el rey Carlos I fue encarcelado en el castillo y llevado a Londres en Enero de 1649 para ser  ejecutado públicamente por decapitación. Aquella misma noche el cuerpo fue llevado de vuelta al castillo donde se le enterró sin ceremonia alguna en la cripta de la capilla de San Jorge.

Durante más de diez años el abandonado castillo fue habitado por ladrones y ocupantes ilegales de todo tipo, expoliando lo poco que quedaba y reduciéndolo poco menos que a escombros. En 1660 la restauración de la monarquía, en la figura de Carlos II, fue devolviéndole poco a poco la apariencia anterior. En 1668 el nuevo rey nombró al príncipe Ruperto, uno de los pocos supervivientes de la contienda, condestable del Castillo de Windsor, reordenando sus defensas y poniéndose a reparar los desperfectos de una larga década de abandono. Se ejecutaron interiores barrocos imitando estilismos vistos en la Francia de Luis XIV y jamás vistos en Inglaterra. Más de 25 años duraron las obras. También se repobló el Gran Parque de ciervos traídos expresamente de Alemania, pero su número jamás volvió a alcanzar el anterior a la contienda. A mediados del siglo XVIII la monarquía empezó a demostrar mayor interés por otros palacios y se vendieron guías para las visitas públicas del castillo.

Con los naturales altibajos, por los diferentes gustos de los monarcas que pasaron por el Castillo de Windsor en los dos siglos siguientes, se crearon nuevos palacios en aquellos terrenos y, para no anular totalmente las visitas públicas, se cerraron terrazas para guardar nuevamente la intimidad de los reyes y sus familias, así como para separar los salones privados de los asuntos de Estado.
La reina Victoria y el príncipe Alberto ya hicieron del castillo su principal residencia real, a pesar de que la reina decía aburrirse hasta casi considerarlo una especie de prisión pero posteriormente, para satisfacción de la reina, al estrechar lazos diplomáticos con Europa el Castillo de Windsor se convirtió en lugar de cita social de la monarquía europea. Eduardo VII subió al trono en 1901 y se dedicó con entusiasmo a modernizar nuevamente el castillo y todas sus instalaciones. Se instaló la luz eléctrica y calefacción central, se instalaron líneas telefónicas y se construyeron garajes para los recién inventados automóviles. 

Con las Guerras Mundiales se cegaron ventanas para proteger al castillo y sus habitantes y en 1952 subió al trono la reina actual Isabel II que hizo del Castillo de Windsor su residencia de fin de semana permanente. Durante todo este tiempo y hasta nuestros días, se han realizado constantemente trabajos de reparación y mantenimiento. Sin embargo en 1990 uno de los focos empleados en estas reformas prendió fuego a unas cortinas y se extendió rápidamente, destruyendo completamente nueve habitaciones y dañando más de cien. Aunque los bomberos llegaron con celeridad, el fuego había llegado a las bóvedas y los esfuerzos de extinción duraron toda la noche a pesar de ser más de doscientos los efectivos. Los daños del fuego, el humo y el agua de su extinción fueron más difíciles de reparar que los de las llamas. Tras el incendio estalló el debate político de quien había de hacerse cargo de los daños, pues el castillo no estaba asegurado. La solución fue retomar las visitas para que el precio de las entradas cubriera dichos gastos. Y es que, en el mundo actual, los reyes ya no tienen tantas maneras de hacer dinero como antaño... Solo de gastarlo.

RAFAEL FABREGAT

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