Proporcionalmente España ha sido uno de los países más castigados del mundo por el Covid-19. Sin embargo, en cuanto a la enfermedad de por sí, salimos adelante y con éxito rotundo. Todos confinados en nuestras casas conseguimos parar al virus en menos de tres meses, no sin antes enterrar a más de 40.000 personas, mayormente viejos, pero también médicos y enfermeras, mayoritariamente jóvenes. La factura fue larga y difícil de pagar. Miles de personas quedaron sin padres, sin hermanos, sin esposos, pero la pandemia fue frenada hasta dejar los números de muertos e infectados diarios a cero. Muchos estaban extenuados física y económicamente. Los sanitarios por el mucho trabajo y el escaso descanso. Otros, después de tres meses sin trabajo, por los nulos ingresos. Todos los negocios, sin apenas exclusión, dejaron de producir beneficios mientras las facturas se sucedían sin poder atenderlas. Aplausos generalizados a los muchos médicos y enfermeros que perdían la vida en el intento de salvar la nuestra... Todo tipo de espectáculos y deportes, incluido el fútbol que es afición de masas, quedó paralizado.
La Liga, la Champions, la Copa del Rey... Todo quedó aparcado, sin fecha para retomarse. Cada día a las doce del mediodía, las campanas repicaban en agradecimiento a nuestros sanitarios, en recuerdo de los miles de muertos y en un sentimiento de solidaridad para todos cuantos luchaban por sobrevivir y para evitarnos a los demás llegar a esos extremos. Cada tarde a las 20:00 PM salida a ventanas y balcones para agradecer a los sanitarios, con un prolongado aplauso, tanto sacrificio por jornadas de 24 horas luchando contra la adversidad en un acto al que se sumaba toda la población sin excepciones. Esperamos y deseamos que también nuestros gobernantes sepan agradecerlo con una paga extraordinaria y un aumento de sueldo en lo sucesivo. Aunque el sacrificio no se llevó a cabo con ese fin, ¡vaya si se lo ganaron!. Lo verdaderamente lamentable es que tantas muertes y tanto sacrificio no sirviera de nada o de bien poco. Ya saben por qué lo digo...
Gracias a la vida de muchos y al esfuerzo de todos, la pandemia fue vencida y de nuevo llegó la apertura de las puertas, tres meses cerradas. Se abrieron las fronteras y sus carreteras, los negocios, los bares y terrazas, funcionaron nuevamente los transportes públicos, las playas y chiringuitos y hasta incluso las discotecas. Claro que el virus no había desaparecido por completo y habían de seguirse unas normas, unas medidas de seguridad, que impidiesen el rebrote de la plaga.
Pero... ¡Ay amigos!. La gente mayor, justamente aquellos que ya lo han vivido todo y que son además los más vulnerables, sí guardaron distancias y elementos de seguridad pero los jóvenes... Los jóvenes, difíciles de enfermar y necesitados de diversión, bajaron la guardia y en este momento volvemos a estar nuevamente en la línea de salida. Natural como la vida misma que fueran inconscientes por naturaleza. Los viejos lo sabemos, porque un día ya muy lejano también fuimos jóvenes... Las normas estaban dictadas y todos sabían el peligro que había en caso de desobedecerlas. Sin embargo la sangre hierve dentro de los corazones jóvenes y más aún cuando esa sangre se mezcla con otras sustancias. Resulta difícil, casi inevitable, que en determinados momentos no se olviden de todo y de todos...
RAFAEL FABREGAT
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