Aunque en este momento pueda darse la vuelta en poco más de un solo día, el mundo es muy grande. Sí amigos, grande y diverso...
Más de doscientos países, todos diferentes, con diferentes costumbres, idiomas incomprensibles, gente con diferentes tonalidades de piel, decenas de religiones, celebraciones inimaginables y una sola cosa en común: la relatividad del tiempo que pasamos en este mundo. Corto cuando lo pasamos bien y largo cuando nos invade el sufrimiento, por una u otra causa.
Ser viejo no es un problema, sino muchos. Principalmente la falta de salud, pero también la falta de atención de esos hijos que están en el mejor momento de su vida.
Cuando somos relativamente jóvenes no podemos evitar mirar al viejo como un trasto insensible.
Aunque queramos a ese viejo, jamás lo valoramos como a un igual. Viendo su piel arrugada y llena de manchas, se nos antoja pensar que no es una persona normal y olvidamos, o queremos olvidar que, en la mayoría de los casos, sigue siendo una persona con plena capacidad para pensar y discernir, para amar a sus seres queridos y para dar cabida a sus recuerdos que casi son lo único que le queda. Los jóvenes y cuando digo jóvenes me refiero a los que no lo son tanto, pues tienen cumplidos los cuarenta o más años, jamás pueden imaginar lo cerca que están de ser viejos también. Alguien ha podido esbozar una sonrisa, pero no hay motivo para ello. Cuarenta años no son nada. Es la plenitud de la vida y lo sé porque también yo cumplí esa edad. Saludable, económica y psicológicamente, jamás estuve tan bien como en ese momento de mi vida.
Sin embargo es muy corta, que nadie se engañe. De esa edad a la de ser viejo, tan solo van 20 y pocos años. Quiere decirse que en un abrir y cerrar de ojos pasar de ser el número uno a no ser nada y cuando digo nada es nada. Quien más quien menos a esa edad está jubilado o pensando ya en la jubilación, una fecha esperada por los inconscientes. Desgraciados, no saben la que se les viene encima. Es como morir en vida. No cuentas para nada, no tienes voz ni voto, ni en tu casa ni en la de los demás. Menos aún en la de tus hijos, a los que mejor no visitar si no es necesario. Tu opinión... ¡es mejor que no la digas!, ya que para ellos será siempre una estupidez sin sentido. Con un poco de suerte no te habrá oído nadie, pues nadie te escucha... Cuando eso sucede el viejo no puede por menos que pensar que, hace apenas cuatro días mal contados, toda la responsabilidad familiar y económica de la casa caía sobre él y mejor o peor, la familia salió adelante, criando unos hijos y dándoles todo tipo de comodidades y los estudios que fueron capaces de asimilar.
¿Qué ha pasado?. ¿De repente no sirves para nada?. Un poco más viejo, sí, pero estamos aquí y de repente ya no somos nada, ni contamos para nada ni para nadie.
Creo, de verdad, que aquí falla algo y se trata principalmente del respeto a la gente mayor. En los países orientales y especialmente en los de cultura islámica, que son la mayoría, la gente mayor es respetada y su opinión tenida en cuenta, porque son viejos pero no tontos. Los hijos, agradecidos por todo lo que han recibido de sus padres, no dan un paso más largo que el otro sin consultar con sus mayores. Bueno, bueno, no hace falta tanto. No hay que olvidar que la capacidad de un hijo, que tiene cumplidos los 40/50 años, no es la misma que la de un viejo de 70/80. Cada cosa a su tiempo, pero un respeto cuesta poco de darlo y escuchar al viejo, aunque suelte alguna barbaridad, tampoco. Si hay suerte, cualquiera puede llegar a viejo y bien que agradecerá si los jóvenes le escuchan, aunque solo sea por respeto. Mejor que fuera por amor, claro, pero eso es difícil... ¿Qué hicimos tan mal, para que no sea así...?
RAFAEL FABREGAT
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