¿Puede una simple roca, aparentemente no muy grande, ser una iglesia y hasta incluso un cementerio?. ¡Vaya que sí!. No solo puede serlo, sino que lo es. Se trata de la iglesia rupestre de San Vicente, situada en la localidad de Cervera de Pisuerga, provincia de Palencia (España) también llamada "Cueva de los Moros".
Se trata de una estructura creada a base de vaciar un afloramiento rocoso hasta lograr el espacio suficiente para construir en su interior un pequeño templo con su necrópolis exterior. Un simple eremitorio de época medieval de algo más de siete metros de longitud. Frente al mismo dos grandes aberturas, siendo la de la derecha el único punto de acceso al interior, por medio de burdos escalones labrados en la piedra a fin de penetrar a la parte más baja del recinto.
La abertura de la izquierda es la que acogió la cabecera del templo y cuya estructura de cierre ha desaparecido puesto que al parecer era de mampostería. A pesar de las dificultades por asegurar la fecha de su construcción, se estima que se trata de una iglesia hispano-visigoda del siglo IX, construida por cristianos en los primeros tiempos de la invasión morisca. Como se ve en la primera fotografía, delante del eremitorio existen múltiples tumbas antropomorfas excavadas en la roca y orientadas con la cabeza a oriente y los pies al este. Al interior de la estructura se ve la existencia de dos volúmenes rebajados en pendiente. La entrada de acceso y la cabecera, así como la burda escalera y otras zonas litúrgicas. A la derecha se excavaron sendos arcosolios para tumbas, mientras que el lado sur se horadó para aumentar la luminosidad del recinto.
Al fondo del eremitorio, en su lado norte, hay una cavidad de menor altura, cuya función se ha atribuido a sacristía, aunque también es posible que fuera una pequeña celdilla para el eremita. Sea como sea, el conjunto es un interesante monumento medieval muy diferente a lo que estamos acostumbrados a ver. Sin duda esto viene a confirmarnos las persecuciones que los cristianos llegaron a sufrir en los tiempos de la invasión musulmana. Perdidas en el paisaje montañés, estas estructuras pasaron desapercibidas para el invasor islámico, desconocedor del terreno, y permitieron a los cristianos mantener la fe en Jesucristo. Como nos cuenta la Historia fueron muchas las zonas del norte peninsular que no llegaron a ocuparse de forma permanente y muchas estructuras de este tipo pudieron camuflarse en el paisaje, escapando a la presión islámica.
RAFAEL FABREGAT
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