Últimamente, menos mal, los papas son elegidos como tales en la última etapa de su vida, cuando el pajarito no pía y cuando el culo está lleno de almorranas.
Ya se sabe que en pleno siglo XXI hay solución para (casi) todo pero, en esa etapa postrera, ya nada es novedad y, desde el punto de vista sexual, el cuerpo tiene poca o ninguna exigencia. Claro que estas menudencias no rigieron la vida del Papa Inocencio X, que aunque fue nombrado Papa con 70 años, todavía estaba de buen ver y de mejor actuar con cuerpo y alma, mejor con el primero que con la segunda. Y si no que se lo pregunten a Olimpia Maidalchini que, sin ser la más guapa del lugar, tuvo sobrados atractivos para ganarse la voluntad del inocente Inocencio, hasta el punto de convertirla en su amante y controladora de todo cuanto pasaba por el Vaticano.
Veinte años más joven que el papa y proveniente de una familia acomodada, a Olimpia se le impuso el servicio a Dios. Entró muy joven en el convento pero rápidamente tuvo claro que su objetivo primordial no era servir a Dios, sino salir de aquellas paredes para disfrutar y conseguir dinero para aumentar su posición social. Su salida del convento no fue demasiado ortodoxa puesto que planteó como excusa proposiciones indecentes por parte de su confesor que naturalmente no eran ciertas.
Ya fuera del convento, sus dotes interpretativas y la lozanía de sus 17 años le sirvieron para embabucar a un hombre rico y poderoso, ya muy mayor, llamado Paolo Pini. Los muchos años de Paolo y la hiperactividad de Olimpia hizo que el viejo la palmara antes de los tres años de matrimonio con lo cual, de buenas a primeras, el objetivo de ser viuda y rica estaba conseguido.
Inmediatamente se trasladó a Roma con el claro objetivo de buscar otra bicoca parecida que le diera el tan necesario respeto.
Ya inmensamente rica necesitaba en esta ocasión alguien con un apellido que le abriera las puertas de la sociedad romana, pues ella sabía que el dinero no lo era todo. Rápidamente contactó con Pamphilio Pamphilj, otra vez un hombre muy mayor, de noble familia y que además contaba con un cardenal dentro de la Curia Vaticana.
Olimpia se casó con Pamphilio, treinta años mayor que ella y tuvieron un hijo, Camilo, muriendo prontamente el padre y marido. Claro que para entonces Olimpia ya contaba con el dinero y apellido ilustre que pretendía. Solo había que dejar correr el tiempo. Su cuñado y cardenal le tiró pronto los tejos. Tras un tiempo siendo amantes, incluso llegó a proponerle matrimonio pero Olimpia no permitió que colgara los hábitos y le convenció que era mejor opción que se mantuviera en el poder.
En ese momento había gran disputa entre Francia y España por el dominio mundial. Apoyado por Francia el papa era Urbano VIII que falleció en 1644.
En el cónclave había empate para nombrar sucesor, decidiendo finalmente poner a un anciano que sirviera de transición. La fumata señaló al cuñado de Olimpia que contaba con 72 años y que tomó el nombre de Inocencio X. Claro que el nuevo papa no era neutral, como se pensaba, sino a favor de Felipe IV de España. Tampoco se contó que con Inocencio X llegaba Olimpia, gobernanta que fue del Vaticano, ante la condescendencia del nuevo papa que solo pretendía vivir bien y tener contenta a quien tanta felicidad le proporcionaba en la oscuridad de sus aposentos.
Una de las primeras decisiones del nuevo papa fue nombrar cardenal a su sobrino Camilo, hijo de Olimpia, con el beneplácito de toda la Curia que estaba acostumbrada a esa y otras muchas cuestiones de parecida índole. Amante de Inocencio X y madre del cardenal Camilo Pamphilj, primer ministro del Vaticano, pronto se la conoció como la papisa Donna Olimpia.
No era ninguna novedad, pues en aquellos tiempos todos los papas tenían amantes, de la misma manera que tampoco fue cuestionado el nombramiento de Camilo ya que también era lógico que los papas dieran cargos eclesiásticos no solo a sobrinos, sino incluso a sus hijos bastardos. También un sobrino de Olimpia y un primo de éste fueron nombrados cardenales a los 17 años.
Como agradecimiento a la salida del convento que la catapultó hacia el poder y la riqueza, Olimpia nombró Obispo al confesor que años atrás había acusado de acoso sexual en su corta etapa en el convento de monjas.
Por su parte Camilo, su hijo, hizo también larga carrera eclesiástica. Legado en Aviñón, Prefecto del Tribunal de Justicia y Secretario del Estado Vaticano.
Sin embargo en 1647 Camilo colgó los hábitos para casarse con la bellísima y rica heredera Olimpia Aldabrandini, nieta del papa Clemente VIII. Ya cerca de los 60 años Donna Olimpia Maidalchini ya no era la figura juvenil que encandilaba a propios y extraños, pero tenía todo el poder que Inocencio X le permitía. Incluso fue nombrada Princesa de San Martino al Cimino (Estados Pontificios) que fue convertido en su principado personal.
Sin el menor pudor pedía exorbitantes cantidades de dinero a todo aquel que pretendía entrevistarse personalmente con el papa, de la misma manera que organizó un sistema de "protección" para todas las prostitutas de Roma, las cuales le abonaban una interesante renta mensual para poder ejercer su oficio dentro de la ciudad y que convirtieron a Olimpia en la mayor proxeneta de la Historia. Todo lo toleró Inocencio X hasta su muerte que acaeció el año 1655. Sin decir a nadie que el papa había muerto, Olimpia saqueó la habitación y no fue hasta más de 24 horas después cuando el cadáver fue descubierto por la servidumbre, dándose un entierro modesto pues Olimpia se negó a pagar los gastos del funeral.
- ¿Qué puede hacer una pobre viuda? -fue su famosa y mezquina frase.
De poco le valió pues apenas dos años después, ya con Alejandro VII como Papa, Olimpia fue expulsada de Roma y en Septiembre de 1657, con 66 años de edad, abandonaba este mundo, víctima de la peste. Olimpia dejaba atrás una inmensa fortuna, que superaba los dos millones de escudos de oro, la mayor de Italia en esa época. La Iglesia ha tratado de hacer desaparecer a esta mujer de la historia vaticana y de silenciar el poder que tuvo dentro de la institución pero, con tantos enemigos, siempre fue un secreto a voces.
RAFAEL FABREGAT
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