25 de mayo de 2019

2778- EL PRIMER AMOR.

No. No fuimos novios en la escuela. Nos llevamos cuatro años y, cuando yo abandoné la escuela, la que hoy es mi mujer tan solo tenía 10 años. Era pronto, pero ella se desarrolló muy pronto. Con 14 años ya medía 1,70 y estaba completamente formada, llamando la atención de jóvenes y mayores. Yo medía algo más, pero muy poco. Mi atención ya la había conseguido tiempo atrás... Éramos vecinos y en una época sin agua corriente en los pueblos, coincidíamos en muchas ocasiones en la fuente del pueblo al objeto de abastecer a nuestras madres del preciado líquido. Yo con un carro de cuatro cántaros y ella otro de dos. Ya sabiendo la hora en que se llevaba a cabo aquel acarreo de agua, coincidir era relativamente fácil. Eso sin contar que uno y otro solíamos vigilar para que lo que no era coincidencia lo aparentara. Para entonces yo apenas tenía 16 años y ella 12, pero ella aparentaba 16 y yo 14. Solo a palos conseguir espabilar. De todas formas con 70 años todavía hago cosas de joven inocentón. 

Genio y figura... hasta la sepultura. Los viajes que yo hacía después de comer, eran para llevar agua a nuestro lugar de trabajo puesto que el agua era imprescindible para ablandar las materias primas que manufacturábamos. Ya en la fuente y después de charlar un ratito con ella solía preguntarle si haría un segundo viaje y si era así, como las distancias no se correspondían, yo vaciaba los cántaros a medio camino para volver y así coincidir nuevamente en la fuente. Estaba claro que ella también buscaba el contacto, pero lo del amor no lo tenía tan claro como yo. Así transcurrió el tiempo, entre guateques organizados por nuestras respectivas pandillas de amigos. A esa edad igual chicos que chicas no suelen tenerlo claro, pero yo sabía que la quería y que haría todo lo posible por hacerla mi mujer. No fue fácil porque, como he dicho antes, ella no lo tenía del todo claro. 

Las cosas eran un día blancas, otras negras y casi siempre grises. Yo, ante la indefinición, hacía también mis pinitos de aquí para allá pues no me faltaban oportunidades. Pero el tiempo pasa y nos plantamos yo con veinte años y ella con dieciséis y decidí que había que poner punto y final a un juego que había durado demasiado. Puse las cartas sobre la mesa porque tenía claro que había más ases a mi favor que en contra y gané la partida. Ella dijo que sí y desde aquel momento no volvimos a separarnos. Este año se han cumplido cincuenta de aquella decisión que dio inicio a un noviazgo de cuatro años. Nos casamos, ella con 20 años y yo con 24 y la vida  nos ha dado tres hijas y cuatro nietos. Por supuesto hemos tenido altibajos, pero está claro que estábamos predestinados a caminar juntos por la vida...

RAFAEL FABREGAT

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