4 de julio de 2016

2139- SAN JUAN DE GAZTELUGATXE.

Dentro del apartado Monasterios e Iglesias del País Vasco, quiero dedicar una entrada a un solitario y extraño edificio que es y lo ha sido todo, a pesar de tan espeluznante ubicación. Desde siempre San Juan de Gaztelugatxe quiso ser isla pero los hombres no se lo permitieron, al fortalecer el estrecho istmo que la unía a tierra hasta hacerlo indestructible.


La 'isla-peninsular' tiene en su parte más elevada una ermita que se estima del siglo X, aunque se han encontrado enterramientos del siglo IX. 
El año 1053 la pequeña iglesia se llamaba Sancti Johannis de Castiello, momento en que los señores de Vizcaya la donaron a los monjes de San Juan de la Peña (Jaca, Huesca) cuna de la Corona de Aragón. En 1162 la ermita se denomina Sanctus Iohannes de Penna, en donación que se hace a la Orden Premonstratense. 
Los frailes abandonan su retiro espiritual el año 1330 y unas décadas después se convierte en hospicio o albergue de peregrinos hasta finales de la Edad Media. 
A finales del siglo XVI el corsario inglés Francis Drake atacó las costas de Bermeo y saqueó la ermita de San Juan, incendiando y derribando parte de la misma. Posteriormente se ha incendiado en varias ocasiones, pero siempre a vuelto a restaurarse.


La leyenda nos cuenta que para llegar a la ermita debían ascenderse 365 escalones, los mismos que días tiene el año, pero lo cierto es que 'solo' son 241 los escalones que separan al visitante de tan bellos paisajes. La meta no puede ser más agradable, por las fantásticas vistas que desde allí tiene la costa vasca, pero el camino no es apto para nonagenarios ni jóvenes con muletas, así que absténganse los que no estén en buena forma. Aún así lo extraordinario no es la iglesia, sino el camino que te lleva hasta ella y los paisajes que desde allí se divisan así que... ¡ustedes mismos!.


Un camino asfaltado te deja en la misma escalera de acceso, pero está cerrado al tráfico y solo se abre en caso de boda o celebración en la ermita. Una vez allí toca bajar las empinadas escaleras de piedra que te llevan al minúsculo istmo, para después enfilar la dura cuesta que te lleva hasta la ermita. Cuando más embelesado estás con el precioso paisaje que desde allí se divisa, toca hacer el camino a la inversa (igual de complicado) para poder regresar a tu casa o a tu hotel. Así son las cosas y así somos la gente curiosa que no nos conformamos con lo que nos cuentan los demás y queremos verlo todo 'de primera mano', es decir, con nuestros propios ojos. Pues ¡hala!, a subir y bajar y a bajar y subir. 
Precioso, precioso, pero que no me esperen...

RAFAEL FABREGAT

No hay comentarios:

Publicar un comentario