23 de julio de 2010

0121- EXCURSIONES AJENAS A LA AVIACION.

Escribo hoy a petición de mis hijas, contando un vacacional fin de semana con sus abuelos maternos. 
Es curioso que, apenas unos meses atrás, mi hija Montse me prohibiera que incluyera nada de su vida en mis escritos y que hoy me pida que haga este relato. 
Ellas tienen carreras universitarias y ordenadores fijos y portátiles para llevar a cabo este breve y simple relato, por lo que no sé el por qué de esta petición que, sin lugar a dudas, ellas narrarían mucho mejor que yo y con más profusión de detalles, puesto que yo no estaba presente.
En fin, allá voy...








Aproximadamente correría el año 1.984 y estábamos a finales de Mayo cuando el abuelo José propuso a sus nietas la posibilidad de, al cerrar la escuela, bajar con ellos a la Ribera donde pasarían tres o cuatro días en la casa de la abuela Fina, en el barrio de la Estación.
Las niñas ya se sabe, con 9, 6 y 4 años, encantadas de salir de casa y alejarse de la vigilancia paterna, por lo que tomaron la propuesta como una colosal aventura. Cada día, para regocijo de sus abuelos, las niñas iban a su casa para saber cuando marcharían...
- Prompte -decía invariablemente el abuelo José.
Las dos o tres semanas que faltaban para la fecha prevista se hicieron interminables y no pasó día alguno en que no sacaran el tema del anunciado viaje. Sin embargo el tiempo pasa y el día señalado terminó llegando.


El abuelo José no tenía coche y por lo tanto el viaje sería con el motocultor, aquel artilugio con el que trabajaba sus tierras y que en alguna ocasión dejó probar a su hija mayor, su madre. A mediados de la semana anterior a las fiestas de "Sant Pere" el abuelo José dijo la frase tan esperada:
- Passat demà, divendres, se'n anirem a la Ribera.
Las niñas dieron saltos de alegría ante la noticia y corrieron a casa para anunciarnos el acontecimiento que, naturalmente ya conocíamos.
A partir de ese momento todo fueron preparativos...
- Jo m'agafaré este vestit i este altre -decía Montse, la mayor.
- Dons jo estos dos i estes sandalies - respondía Ana, la mediana.
- Jo també m'agafaré coses -decía la pequeña Elena con apenas 4 años.
- Els banyadors els possareu en la maleta? -preguntó la madre.
- Sí, sí, sí -responden todas a coro.
Ante la fiesta que se avecinaba, la noche del miércoles las niñas ya durmieron poco, pero la del jueves apenas llegaron a cerrar los ojos. A primera hora del viernes, tal como estaba convenido, tras tomarse el vaso de leche con galletas que les puso su madre, nos fuimos los cinco al pati de los abuelos José y Josefina. 

Un almacén donde anteriormente criaron cerdos, como forma de ganar un dinero extra para la casa y otros animales menores (conejos y gallinas) para evitar los gastos de carnicería. Allí guardaba también el abuelo José el motocultor con el que trabajaba las tierras y que sería el vehículo que les proporcionaría el ansiado viaje. Siempre meticuloso, el día anterior, el abuelo comprobó el estado del aceite y llenó a tope el depósito de gasolina. Instaló unas sillas en el pequeño remolque y colocó en el mismo una caja de madera donde meter la comida y los pertrechos necesarios. Todo estaba listo. El perrito, que también les acompañaba, subió el primero. Subió la abuela y las niñas en el remolque y José tiró de la cuerda que ponía en marcha el motor, pero éste no arrancó. José enrrolló nuevamente la cuerda a la polea de arranque y tiró de nuevo, también sin resultado alguno.


- Redeu, sempre plou quant no fan escola -maldijo a media voz.
Como si realmente Dios le hubiera oído, a la siguiente cordada la máquina arrancó con el alegre sonido que denota un motor en perfecto estado. Aplauso de niñas y abuela Fina y sonrisa del abuelo José que de un salto se pone tras el manillar. Nosotros, hijos de unos y padres de las otras, nos despedimos entre risas y recomendaciones.
- Porteu-vos be!
- Sí pare, sí mare, ens portarem be!
El abuelo José coloca la segunda velocidad y arranca en dirección al Plà de les Foies, que es el camino elegido, al tiempo que nosotros quedamos cerrando la puerta del pati o almacén.
¡Pam, pam, pam, pam, pam, pam...! la máquina, cargada a tope de gente y pertrechos, pasa por delante del taller de Pipa y atraviesa el pequeño puente del río Ravaxol en dirección a Miravet. Al llegar a les cases del Calvari, José coloca la tercera velocidad y la máquina se pierde rápidamente de nuestra visión, ¡a casi 20 Km. por hora...!


El viento levanta las melenas y las niñas empiezan a desgranar canciones infantiles mientras el paisaje va cambiando ante sus ojos. Primero son las granjas de Manuel el Pardo y de Dorita la Pascualeta, después las viñas y frutales del Plà i pou de les Foies y tras ellos la Costa de les Santes; después la entrada al Barranc de Miravet, el castell i la font...
De repente una de las niñas exclama:
- Üela, tinc pissera.
- Nosaltres també -dicen las demás.
El abuelo José para la máquina en el entrador de una finca, adyacente a la carretera y abuelos y nietas bajan de la máquina. Todos aprovechan la parada y hacen aguas menores junto a la máquina que José, en previsión de sorpresas, no ha llegado a parar el  motor y tras este obligado y breve descanso se inicia nuevamente el viaje.
Pronto se avista el mar y los huertos de naranjos que hacen presagiar una pronta llegada a su destino. En pocos minutos llegan al aljub d'Orpesa y cogen el camino que, pasando por el Borsseral, les llevará al barrio de El Pintxo y desde allí al de El Empalme. 

Para no tocar la N-340 siguen por el camino que, cruzando la Carrerassa del Cementeri, les lleva directamente a la Venta de Sant Antoni y desde allí a l'Estació.
La máquina para frente a la casa tras un meteórico viaje de una hora y treinta minutos, plagado de paisajes y perfumes que la naturaleza regala. Se impone la apertura de puertas y ventanas así como la descarga de las viandas y enseres que la abuela Fina ha bajado para comodidad de los "veraneantes". Las niñas se dirigen a la enorme higuera que preside el solar adyacente y prontamente alguna de ellas ya está encaramada en sus ramas cogiendo las brevas que salen en esa época del año. Como homenaje y nostálgico recuerdo, me he permitido poner la foto de la higuera y de los abuelos maternos de mi mujer que fueron quienes la plantaron y construyeron la casa.
- Üela, üela, la figuera està plena de figues -dicen todas a coro.
- Ara aniré, després d'entrar-ho tot -responde Fina.
Cuando los abuelos se acercan al árbol, las dos mayores increpan al abuelo.
- Üelo, üelo, fes-mos un gronsador -le dicen.
- Ara després d'entrar la máquina -responde el abuelo.

Al poco rato el abuelo sale de la casa con unas cadenas del viejo carro y unas maderas que las niñas aplauden con alegría. José ata las cadenas a través de una gruesa rama del viejo árbol y las pequeñas maderas a algo más de medio metro del suelo.
- Primera, primera -grita Montse, la mayor.
- Segona, segona -grita Ana, la mediana.
- Jo també vulg pujar -lloriquea la pequeña Elena.
Como tiene que ser, el abuelo coge a Elena y la sienta en el madero balanceándola unos minutos. Las otras seguirán después a su aire.
Se impone preparar la cena y la abuela Fina propone una simple pero riquísima tortilla de patatas que todos aceptan encantados pero, en el momento de la cena, como los niños dicen lo que realmente piensan el comentario no se hace esperar...

- La üela Pilar (abuela paterna) la fà més bona...
Fina sonriendo mira a su marido y, aunque un poquito dolida exclama:
- Però esta també està bona, veritat?
- També també üela, esta també està bona... però aquella, més!
Los niños, ya se sabe...
Se olvida el asunto y se hacen los planes para el día siguiente.
- Üelo, üelo! que demà anirem a la platja? -preguntan las niñas.
- Lo que la üela vullgue -responde José diplomático.
- Va üela, anem! -suplican todas a una voz.
- Vale, vale, anirem a la platja -concede Fina, mirando a su marido que aprueba la idea.
- Bien, bien! -gritan las niñas dando saltos de alegría.
Efectivamente, a media mañana del siguiente día y tras el desayuno, el motocultor con su cajita llena de sillas, ocupadas por la agradecida clientela, enfila hacia la playa del "Cuartel Vell". 

Cruzan la vía del ferrocarril por debajo y, ya dentro del cauce del Barranquet, pasan al otro lado del camí l'Atall. Para ellas, desconocidos paisajes de huertas de negra tierra, plantados de peras, albaricoques y frutales de todo tipo; campos de patatas, melones y tomates; pronto el importante humedal del Prat de Cabanes. La máquina se desliza alegre por el estrecho camino y pronto se divisa el cruce que les lleva al Cuartel Vell, un viejo edificio de Carabineros en estado de ruina total.
José para la máquina al final del camino. Están a escasos metros de las ruinas a cuyas piedras rompen las pequeñas olas de un mar en calma total. La playa está desierta.
Las niñas, unas en bañador y otras desnudas se acercan al agua, ante la mirada vigilante de los abuelos que también se apresuran a prepararse para el baño.

José en calzoncillos y Fina en combinación, meten los pies en el agua y las niñas alborozadas les siguen dando saltos, entre miedosos y alegres por la novedad.
- Açò és vida! -exclama José, ante disfrute tan económico como especial.
A la vuelta de la playa las niñas, metidas en el brozal que había frente a la casa al otro lado de la calle, empiezan a recoger pequeños caracolillos que normalmente la gente destina al alimento de los patos.
- Üelo, mira!. Estes herbes estan plenes de caragols! -dicen las niñas.
- Son massa menuts, pero podeu triar els més grans -dice el abuelo.
Las niñas seleccionan los mas grandes y se empeñan en comérselos.
- Üela, fes-mos-los amb tomata -dicen las niñas alborozadas.

La abuela por no oirlas "engaña" los caracolillos y los guisa con tomate que, tras la cena, todos comen con verdadero deleite. 
Pero, claro, no habiendo esperado las 48 horas mínimas para que los caracoles evacuaran, los retortijones de barriga pronto se hacen notar. 
Los abuelos asustados hacen un perol de té de roca, cuyo manojo cuelga de un clavo en una de las vigas de la casa y rápidamente se alivian las molestias de las niñas y de ellos mismos; al día siguiente ya nadie se acuerda del incidente.
Así pasaron aquellos cuatro días, donde cada una de las cosas relatadas se repitió varias veces para alegría general. 
Una vez más queda demostrado que, para ser feliz, no hace falta dinero sino amor y buena voluntad por parte de todos.
Y cuando alguien, seguramente sin pensar y sin querer ofender a nadie, dice una palabra inconveniente... no lo tengamos en cuenta. 
Analicemos el fondo verdadero de las cosas y no fomentemos rencores por nimiedades que no tienen mayor importancia. 
Seamos todos mejores y aprendamos a querer a quienes nos rodean. La vida no es otra cosa que la convivencia de unos con otros. ¿Qué ganamos haciéndola desagradable?.

Una sola palabra es la solución de muchos infortunios: AMOR. Pero amor en mayúsculas...
Para finalizar, debo señalar que todo lo relatado es fruto de mi imaginación, puesto que ellas no me han dado detalle alguno del viaje. 
Yo, naturalmente no estuve allí ni sé nada de lo que hicieron. Espero haberme ajustado mucho a la realidad.*

RAFAEL FABREGAT
(*)
Mis hijas han dado su aprobación con un 9,9 de nota. Al parecer todo lo escrito por mí, verdaderamente ocurrió. (!)

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