
Aunque no me sentí nunca perdido, ni mucho menos preocupado, lo cierto es que necesité "que alguien me encontrara" y que me dijera dónde estaba mi coche. Quien lea este comentario pensará, como es natural, que... ¡si eso no es estar perdido!
Calculé mal el tiempo que necesitaba para desplazarme desde mi casa al bosque elegido para buscar ese día las deseadas setas. Era la primera vez que iba a buscarlas en dicho lugar y llegué a mi destino a las siete y media de la mañana, cuando apenas si empezaba a clarear el día por el horizonte, por lo que tuve que esperar dentro del coche hasta las ocho, que es cuando empieza a haber la luz mínima necesaria para buscar. Hasta ahí todo normal.

Las cosas, aunque con gran alegría, se complicaban. Había que volver a bajar la montaña y, sobre todo, como apenas eran las once de la mañana, había que subirla de nuevo... Para más inri, la niebla se había echado encima y apenas se veía nada a treinta metros. Volví pues al coche y vacié el contenido de la cesta subiendo por tercera vez la montaña, situando el inicio de la búsqueda unos cuatrocientos metros más arriba de donde tenía el vehículo.

Llegué arriba, con la lengua fuera, pero contento al saber que en el coche tenía ya un "botín" que contentaría al más exigente y por delante terreno excelente donde seguir buscando y con la "garantía" de ampliarlo, todo ello a escasa distancia de mi vehículo. Como he dicho antes la niebla me tenía rodeado, pero no me impedía en absoluto la búsqueda, aunque sí la visión más allá de una treintena de metros. Seguí buscando, con parecido éxito y llegué a la cumbre, una amplia zona casi llana, donde completé la tercera cesta antes de que el reloj señalara la una del mediodía. ¡Objetivo más que cumplido! -me dije.

Llegué al camino sí... pero no vi el coche.
- Estará un poco más a la derecha -me dije al no reconocer las características del camino y con la cesta a rebosar caminé unos trescientos metros en esa dirección, sin resultado alguno.
- Vaya, me equivoqué y debí encaminarme hacia la izquierda -pensé.
Desanduve el camino recorrido (300 m.) y otro tanto más, desde el punto de partida, también sin rastro del coche...

- A ver Rafael -me dije. ¡Piensa! Has subido la montaña, la has bajado y aunque has encontrado el camino no sabes dónde está el coche. Seguramente te has desviado y los trescientos metros de búsqueda en cada dirección, no han sido suficientes. Vuelve a empezar de nuevo con algo más de distancia.

- ¡Tranquilo! -me dije, una vez más. ¡Esto no tiene más que una explicación!
Cogí una ramita y en el propio camino dibujé un círculo que representaba el monte donde había buscado las setas. Situé el camino de acceso que rodeaba el monte por la izquierda y enseguida creí ver la luz que necesitaba... ¡Había otro camino que rodeaba el mismo monte por la derecha! De todas formas, subir de nuevo el monte para comprobar que el coche estaba en el otro lado me parecía muy arrisgado, con niebla y no conociendo la zona.
Eran las dos de la tarde y empezaba a tener frío; se mantenía la niebla y empezaba a lloviznar. Si iniciaba la búsqueda del coche, monte a través, podía encontrar el camino correcto y el coche... ¡o perderme de verdad!
No lo dudé ni un instante más y llamé al 112.
Batería a tope y cobertura total me hicieron tomar la decisión que creo fué la correcta, pero... ¡Una verdadera odisea!


Cuando uno, ya cansado y desanimado por tanta incompetencia, empieza a subir el tono de las respuestas (por no mandarles directamente a freir espárragos) resulta que, quien tiene que ir a buscarte, sabe perfectamente dónde te encuentras... (?)

Pero... ¿Será posible? -me pregunté.
Hace un instante nadie parecía saber de que les hablaba y ahora resulta que me tenían perfectamente localizado, ¡Dios sabe desde cuando...! En efecto, a los cinco minutos el coche de la Unidad de Emergencias estaba conmigo.
Me llevaron a donde yo tenía el coche estacionado y todos para casa.
Agradecido sí, ¡y mucho! pero... no sé, te queda como un regustillo amargo. En mi caso no hubo serias dificultades como para tan gran despliegue de fuerzas. Te da la impresión de que las cosas podrían hacerse de otra manera.
EL ÚLTIMO CONDILL