1 de febrero de 2011

0258- LA DUREZA DEL ACERO - Minerales

Aunque difiere mucho, según el lugar de que se trate, el inicio de la "Edad de los metales" puede establecerse entre el quinto y el tercer milenio a.C. 
Fue durante esta época cuando la humanidad descubrió los metales y sus diferentes cualidades para la caza y para la guerra, abandonando el uso de la piedra. 
Junto al oro y la plata, el cobre fue uno de los primeros metales utilizados por el hombre.
El objeto de bronce más antiguo que se conoce (9.500 años a.C.) es un colgante encontrado en Irán. Sin embargo este hallazgo es un caso aislado ya que no sería hasta 3.000 años después cuando el uso del martilleado en frío del cobre se hizo habitual. Aún así, hubo que esperar casi 2.000 años más para que el hombre descubriera la fundición. El objeto de cobre fundido más antiguo que se conoce, fue encontrado en los Montes Zagros (Irán) y data del año 4.100 a.C.

Sumerios y Egipcios difundieron rápidamente la técnica del cobre por todo el Próximo Oriente, aunque se sabe de zonas alejadas que también lo descubrieron de forma independiente.
Inventada la fundición, conseguir otros metales a base de aleaciones, era cuestión de tiempo. Con la llegada del III milenio a.C. la mezcla de cobre y estaño dio como resultado el bronce, un nuevo metal de superior dureza. El empleo del bronce se inicia en Mesopotamia y Valle del Nilo, aunque se extiende rápidamente. Disponer de armas de metales más duros, era ventajoso en caso de guerra. 
El nuevo metal, principalmente usado para la fabricación de armas, además de ser más duro le daba la cualidad de su resistencia al óxido.
Aunque se trate del cuarto elemento más abundante de la corteza terrestre, no fue hasta el II milenio a.C. cuando se descubrieron las propiedades del hierro. Hasta entonces el único hierro conocido era el procedente de los meteoritos y, por su escasez, se consideraba una de las joyas de máximo valor. 


De este segundo milenio a.C. destacan un hacha de hierro de Ugarit (Siria) y una daga de hierro con empuñadura de oro, procedente de la tumba de Tutankamón.
Escritos cuneiformes indican que el hierro fue descubierto por Los Hiitas (Anatolia) pero su producción fue muy escasa. 
Con la destrucción de este imperio (1.200 a.C.) los conocedores de su secreto se dispersaron por Oriente Medio y difundieron esta tecnología.
Trabajar el hierro era mucho más laborioso que el bronce, ya que su licuación era imposible en aquellos tiempos. Solo el continuo martilleado al rojo vivo, era capaz de adecuar el duro metal a las necesidades exigidas. 

El testimonio más antiguo que se conoce del templado del hierro se encontró en Chipre y data del año 1.100 a.C., aunque el bronce seguía siendo un metal esencial.
En Europa la Edad del Hierro comienza en el año 800 a.C. y es empleado principalmente para la fabricación de armas y herramientas, como el arado. 
Como se ha dicho antes, se trabajaba martilleándolo al rojo vivo, pero sin licuar. 
A partir del siglo V a.C. en la India descubrieron el wootz, un acero rico en carbono y sin oxidantes. 
En Delhi existe el llamado "Pilar de Hierro" (columna de hierro puro) único resto de un templo del Imperio Gupta, (240-550 a.C.) 
El hecho de haberse realizado obligatoriamente en altos hornos, su pureza y su pátina anticorrosión, son un misterio que Occidente no conoció hasta la etapa industrial. 
La aleación de hierro y carbono dio como resultado el acero. 
Este duro metal es el resultado de la combinación del metal puro de hierro, al que se le mejoran sus cualidades físico-químicas con la adición de carbono.





Los primeros aceros que se conocen provienen del Este africano, sin embargo en el siglo IV a.C., en la península Ibérica ya se producían armas como la falcata. 
Especie de espada de hoja ancha, curva y asimétrica, casi siempre con doble filo en la punta, que fue considerada la mejor de su tiempo y terror de las huestes romanas. Su secreto de dureza e imposible rotura, era el alma de la misma. 
Exteriormente de duro acero, el interior era una lámina de hierro dulce que impedía su rotura por mucho que se doblase o se golpeara con ella.
Los españoles, tendremos pues que aparcar nuestra modestia y timidez. 
Seguramente no hacemos muchas cosas pero, ¡las que hacemos, las hacemos bien!

RAFAEL FABREGAT

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