Eso es el lesbianismo, una existencia frustrada. Dos lesbianas catalanas de la CUP se han besado frente a la Virgen de Montserrat bajo el lema "Las lesbianas también amamos y también follamos". Sin embargo el escritor y periodista Salvador Sostres (ABC) nos cuenta, que entre las lesbianas no hay amor y menos aún sexo. Tampoco vergüenza. Ese atrevimiento realizado en la Basílica de la Virgen de Montserrat, jamás lo hubieran llevado a cabo dentro de una mezquita, puesto que la 'clientela' musulmana no sería tan permisiva en según qué expresiones. De todas formas ese beso no era de amor, sino de auténtica provocación. El lesbianismo no existe como tal.
Nada tiene que ver esa ridícula payasada con el mundo gay, una relación tangible y placentera que puede llevar al amor entre hombres. El lesbianismo es la tristeza por lo que no se tiene, es la melancolía de una necesidad fálica de la que no se dispone. Las relaciones sexuales entre lesbianas se limitan al frotamiento mútuo y a la sustitución del añorado pene con juguetes de silicona que reemplacen el miembro viril que realmente satisface su necesidad de placer corporal. Añoranza y resentimiento al mismo tiempo, por añorar lo que en el fondo se odia. Sabemos que una parte de los hombres gay se sienten femeninos pero, incluso los que ejercen de macho, no necesitan a las mujeres para nada. Contrariamente al lesbianismo, en sus relaciones nada de la mujer tiene cabida.
Por el contrario en las relaciones entre lesbianas su retozar es el de quien ha sustituido el odiado placer fálico por los juguetes de goma en la búsqueda de una 'pieza' indispensable de la que no se dispone. Esas imágenes peliculeras, en las que nos muestran que aparentemente se apañan, son totalmente falsas. Para llegar a donde hay que llegar faltan elementos de complacencia. Por fin, con el lastimoso juguete, se llega al alivio de tan inapelable ansiedad. Qué tristeza. La tan odiada masculinidad delegada a un trozo de plástico de colorines. Viva la fiesta. Es cierto pues que las lesbianas follan, si es que a esa ridícula pantomima se la puede llamar así. Besarse bajo el manto de la Virgen de Montserrat no fue pues un grito de libertad, sino una forma de llamar la atención.
RAFAEL FABREGAT
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