DURO OFICIO EL DE CAMIONERO.
Antonio lleva ya 14 horas al volante de un camión cargado hasta los topes, pero le queda poco para llegar a su destino y decide hacer un último esfuerzo para llegar, pues los últimos kilómetros son muy malos y no hay donde parar el camión en buenas condiciones. Es la llamada
"carretera de la muerte", 80 Km. de curvas, en terreno accidentado, con pendientes escarpadas y tramos estrechos sin asfaltar.
- Ya descansaré cuando llegue -se dice a sí mismo. Pero el cansancio no ayuda y ante lo estrecho de la calzada, raspa el muro o roza la caída hacia el abismo.
De pronto se da cuenta de que los frenos no le funcionan y el camión coge velocidad hasta caer finalmente por el precipicio. Ya todo esfuerzo es inútil, pero Antonio es un hombre de recursos. Al tiempo que el camión está cayendo, el desgraciado intenta quitarse el cinturón de seguridad, para saltar al vacío, pero está atascado. Finalmente consigue alcanzar una navaja de la guantera y lo corta e intenta abrir la puerta que, en uno de los golpes, se ha atascado. Ante la imposibilidad de abrirla coge el extintor y golpea el parabrisas pero el cristal se resiste. Por fin consigue romperlo y salta, pero el pantalón queda enganchado en el cambio de marchas y la única forma de liberarse es quitándoselos.
Antonio y el camión ya en llamas, van cayendo por un barranco de casi 3000 metros de profundidad acompañados de piedras que golpean la cabeza del desgraciado camionero que por fin ha conseguido salir de la cabina. Rodando pendiente abajo, el maltrecho camionero consigue asirse a una rama mientras el camión explota en el aire y sigue su viaje hasta el fondo del barranco, pero la rama es débil y no soporta el peso de Antonio que cae rodando hacia el abismo. Ya casi inconsciente consigue agarrarse a un cardo borriquero.
Pero ¡ay...! No es su día. De un avispero próximo salen las avispas asustadas por el estruendo y empiezan a picarle. El camionero es alérgico al veneno de estos insectos pero no puede soltarse, en una caída que sería sin duda mortal.
De pronto oye los gritos de la policía de tráfico que mediante una larga cuerda bajan a socorrerlo pero antes de llegar a su nivel se acaba la cuerda y hay que ir al pueblo más próximo para coger otra. Antonio aguanta impasible, agarrado al cardo y bajo un sol ardiente las casi dos horas que cuesta traer la nueva cuerda, pero finalmente es rescatado. Ya arriba, el guardia le anima diciéndole: ¡Gracias a Dios ha podido salvarse!.
- No amigo -responde el camionero- gracias a Dios no. Me he salvado gracias al cardo borriquero, porque las intenciones de Dios estaban bien claras...
ESPEJITO, ESPEJITO, ¿QUIEN ES MÁS GUAPO QUE YO?.
Uno de Lepe, que viene de coger fresas, a la entrada del pueblo ve algo que brilla entre las malas hierbas que hay junto al camino. Curioso el hombre se agacha y ve que se trata de un pequeño espejo, de estos que las mujeres llevan en el bolso. Lo coge, se mira y dice:
- ¡Coño, yo a este tío lo conozco...!
Intrigado se lo mete en el bolsillo del pantalón pero, cada vez más intrigado, antes de llegar a la puerta de su casa lo vuelve a mirar.
- ¡Hostia...! ¿Y de qué conozco yo a este sujeto...?
En esas está cuando ya llega a su casa, por lo que se mete el espejo en el bolsillo y tras saludar a su mujer y decirle ésta que la cena ya está preparada se sienta a la mesa.
Mientras su mujer le sirve la comida el pensativo lepero no puede evitar echar una mirada más al espejito en cuestión.
- Joder... ¡Que sí, que sí que yo a este tío lo conozco!. Para mi, que es el que suele cortarse el pelo enfrente mío cuando voy a la barbería...
Como era de esperar la mujer le pregunta curiosa:
- ¿Que es eso que tienes en la mano Manolo?.
- Nada, nada importante mujer -responde Manolo al tiempo que mete nuevamente el espejito en el bolsillo.
Terminada la cena el lepero marcha a acostarse. Al día siguiente hay que madrugar pues la recolección de la fresa se hace temprano, cuando la fruta está tersa y en su punto.
Una vez dormido la intrigada mujer hurga en el pantalón que el marido ha dejado sobre el respaldo de la silla y saca el espejo del bolsillo. Lo mira curiosa y se dice a sí misma:
- Lo que me figuraba. Una foto de mujer, pero ¡bah! no hay problema. ¡Con lo fea que es y la cara de atolondrada que tiene...!
RAFAEL FABREGAT
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