Mi casa es mi castillo... Una frase archiconocida que alguna vez todos hemos empleado y así de literal se lo tomó el alcalde de Rothenburg (Alemania) que se la construyó sobre una antigua torre medieval. Últimamente, independientemente de su aspecto exterior, todos aquellos que pueden, intentan que el clima de sus casas sea lo más regular posible a lo largo del año. Es el invento del aire acondicionado, que igual nos sirve para calentar como para refrigerar el ambiente del hogar, haciéndolo totalmente estable sea cual sea el tiempo que haga en la calle. Sin embargo parece ser que eso no es muy bueno para nuestra salud. El cuerpo está preparado para esos cambios climáticos y el hecho de evitarlos puede afectar gravemente a la obesidad y a la diabetes de tipo 2.
Así parecen demostrarlo investigadores de la Universidad de Maastricht (Holanda)... Que las temperaturas no tengan altibajos no es bueno para nuestra salud. Siempre se ha venido pensando que era justamente al revés, que la temperatura estable en los lugares cerrados era, además de confortable, bueno para nuestra salud pero ¡nuestro gozo en un pozo!. Como es natural las temperaturas extremas no son en absoluto saludables, pero sí los cambios moderados. Últimamente, en ciertos lugares de trabajo especializado, la temperatura se fija entre los 20-22 grados durante todo el año a fin de crear un ambiente agradable y de confort, que favorezca la creatividad de estos trabajadores.
Indirectamente nuestro metabolismo y sistema inmune también se acomoda a esa temperatura inamovible y, cuando salimos a la calle, nuestro organismo no está preparado para luchar contra los elementos. En cuanto a los afectados por la Diabetes de tipo 2, que es un gran número de población de la tercera edad, la exposición a un frío intermitente les proporciona una mayor sensibilidad a la insulina que si están permanentemente en lugares climatizados. Tanto es así que esta exposición a las temperaturas alternativas es eficazmente comparable al tratamiento farmacológico. Naturalmente estas medidas naturales de exposición a los cambios de temperatura, deben ir asociados a un buen estilo de vida como la dieta y el ejercicio físico.
Está visto que, incluso cuando llegamos a viejos, Dios impide al ser humano el descanso y las comodidades. Nada pues de poner el termostato inamovible. Aunque moderando las situaciones extremas, a nuestro cuerpo le gusta notar los rigores del verano y los del invierno. Pues bien, eso ganará nuestro bolsillo... Curiosamente esta estrategia resultará también beneficiosa para la salud del planeta, puesto que consumiremos menos energía. En los países desarrollados el 40% de la energía demandada corresponde al consumo de nuestros edificios, siendo también principal responsable de las emisiones de CO2, por lo que al reducir la climatización matamos tres pájaros de un tiro: clima, salud y ahorro.
RAFAEL FABREGAT
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